Treinta y ocho. Recuerdos.

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Era una mañana fría, pero eso no significaba nada para el horario de entrenamiento de los patinadores del team Zhdanov de Majadahonda. En tanto Hiroyuki divisó a Dalia bostezando en la entrada de la pista, se lanzó sobre ella.

― ¡Dal-chan, has vuelto!

Cada vez que Dalia estaba en la pista, según le habían dicho, las habilidades del joven japonés parecían subir de nivel. A Dalia le parecía adorable cuan duro trabajaba por impresionarla, pero coach Irene de inmediato había fruncido el ceño.

― Dalia no siempre estará cerca en competencia, muchacho―. El tono de la coach era severo, y su pesado acento sólo añadía al terror de los demás ante el aparente regaño―. Esta chica de aquí es especialmente difícil de detener, siempre está por ahí entrenando cuando nadie está cerca. No es correcto tampoco...― De forma instantánea los hombros de Dalia saltaron ante la evidencia: coach siempre descubría sus horas extra―... pero es el nivel de compromiso que necesitas contigo mismo en este deporte.  

Con su comprensión limitada tanto de inglés como de español -aunque este último había mejorado bastante en poco tiempo-, Coach hablaba lo más despacio posible y se aseguraba de ver el brillo en los ojos de su pupilo. Sin falta, Hiroyuki Yoshida siempre asentía y respetuosamente se inclinaba.

No obstante, el patinador junior solamente parecía más y más apegado a Dalia con el paso del tiempo.

― ¡Masquerade es mi favorito!― anunció sin reparos, dando un par de giros imitando al pie de la letra unos cuantos segundos de la secuencia coreográfica del programa largo de la española―. ¡Quiero verlo en la final del Grand Prix!

Allí sería donde se encontrarían por primera vez en pista de competencia ambos pupilos, en otra parte del mundo.
Ahí donde Dalia parecía retroceder un par de pasos, incapaz de admitir su miedo a perder pero igual de temerosa a afirmar una victoria futura, Hiroyuki era un polo opuesto. Aquello era positivo, decían la mayoría de entrenadores del club, e incluso Gilian estaba de acuerdo.

― Crecimiento mutuo. Es lo mismo que siempre dices de Javier y Yuzuru, ¿no es cierto?

Al principio, la mirada de Dalia se iluminó ante la idea. Luego, se le ocurrió que casualmente, sus nacionalidades eran un match exacto.

― Hey, ¿¡eso quiere decir que yo soy el Javi de esta relación!? ¡Me niego!

Tomó algún tiempo antes de que la propia muchacha pudiese reconocer los efectos de la confianza de Hiroyuki en si misma. Algunas cosas eran más dificiles de notar que otras. Por ejemplo, en tanto coach Irene debió de marcharse por primera vez a una competencia internacional junto al japonés, Dalia notó que efectivamente, su fuerza nunca disminuyó. Aunque el coach Iván Paz daba vueltas por la pista como un sustituto, no había nadie más meticuloso que Dalia en el el Club, y su plan de entrenamiento continuaría estuviese Irene o no. Rara ocasión podía detenerla, e incluso el encargado de la limpieza nocturna, el señor Gómez, debía forzarla a marcharse cada tanto.

Fue el brillo de un cabello platinado largo atado en una coleta alta lo que hizo que el Club Majadahonda observara a la patinadora abandonar despavorida la pista, a medio entrenamiento.

Casi en cuclillas, Dalia dió un par de saltos fuera de la pista y echó a correr en tanto las protecciones estuvieron en sus cuchillas. En una esquina, se inclinó a desatar sus patines y continuó esquivando empleados y patinadores en sus medias de ositos con el rostro pálido. Estaba asustada, y su corazón se sentía extraño. Su cerebro parecía correr más veloz, y a toda prisa entró a la oficina de secretaría y se congeló frente a su tía Misha.

― Es... están aquí...

Misha entendió de inmediato, pero Dalia ya estaba cerrando la puerta del pequeño baño tras ella. Con un suspiro, la coreógrafa pareció dejar la habitación, juzgando por el sonido de la puerta de la oficina.

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