Después de la muerte del coronel Meléndez, la relación de Bárbara y Santos se empieza a complicar, como todos saben el quién terminó la relación entre ellos, pero en esta historia el quién termina la relación es Bárbara al descubrir a Santos con Mar...
Le resonaba en su cabeza una y otra vez, en ese momento Santos quería gritar y llorar hasta no dar más, no esperó más y así lo hizo.
Un desgarrador grito se escuchó por todo el sitio espantando a todas las aves que se hallaban en los árboles y un sollozo se sintió devastador.
Horas después Santos volvió a Altamira un poco tomado, Marisela que lo había esperado toda el día no pudo cruzar palabras con él, ya que éste se encerró en uno de los cuartos de huéspedes y a eso a la muchacha le había molestado por no poder hablar con él, —ya habrá tiempo pa otra ocasión.— pensó.
Habían pasado semanas de todo aquello, Bárbara y Sergio, se veían todos estos días en el pueblo, hablaban de muchas cosas. No sólo se veían en el pueblo sino también en sus haciendas, el chisme de que ambos andaban juntos recorrió por todo el Arauca hasta llegar a los oídos de Santos Luzardo.
Eso hacía que éste se llenara de celos, de rabia y a la vez de dolor.
Pero la verdad sólo lo sabían Bárbara y Sergio, ellos sólo eran amigos, la gente del pueblo decía lo contrario, claro siendo un pueblo tan chico no hacían más que andar chismeando sobre los demás.
Marisela hacia todo lo posible de que pudiera viajar con Santos a la capital, pero éste no se convencía de salir a ningún lado. Inventaba que tenía cosas de la hacienda por resolver, que en otra era cierto pero, el resto era para no separase de Bárbara, aún quería reconquistarla.
En tanto en el pueblo precisamente en el Gran Hotel, se hallaban entre el gentío, Bárbara y Sergio. Estos sentados en una mesa apartados de los demás hablando, él le contaba una anécdota.
—Y entonces le dije; o lo haces bien o terminas embarrado. Al final quedo embarrado, jajaja — ambos reían a carcajadas.
Eso llamaba mucho la atención.
—Pobre era la primera vez de aquel peón
—Jajaja, pues ahora debió de aprender, ¿no?
—Claro, no le quedó de otra. O aprendía o lo despedía, ¿a poco tu no harías lo mismo? —le pregunto con una sonrisa.
—Pos... — pensando. —Sí, jajaja
—Me encanta tu sonrisa. — confesó. La veía con ojos embelesados.
—Mhmm... pos a mi me encanta que me hagas reír, hace mucho tiempo con no reía así. — confesó ella también.
—Pues que bueno, porque conmigo te llenarás de sonrisas.— aseguró con una sonrisa.
Ambos no dejaban de reír y de mirarse. La gente que los veía no dejaban de comentar entre unos a otros sobre aquel par. En especial Josefa y Federica que los observaban desde su lugar, y comenzaron a chismear.
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