Capítulo 36: "¿Quieres?" Parte2

306 34 17
                                    

— ¿Qué se siente ser la novia de Matt River? —cuestionó sonriendo con gracia.

—Pues... es una mezcla de adrenalina y miedo. No sabría expresarlo en palabras —respondí sincera.

— ¿Ti-tienes miedo? —titubeó.

—De ti no, claro. Es miedo a amar, no sé cómo rayos funciona eso, nunca he sabido cómo hacerlo bien sin que ninguno de los dos termine lastimado, o peor aún lastimar a un tercero en discordia —lo miré a los ojos con intensidad—, que espero que nunca se presente —continué con tono de advertencia mientras él negaba sonriendo—. No quiero lastimarte, tampoco que me lastimes. Tengo razones de sobra para ser como soy, desde un inicio no me han sabido amar, incluso a mis padres parece no importarles eso, creen que teniéndolo todo no me hará falta nada, pero ¿y ellos? ¿Qué ocurre cuando no los tengo a ellos?

Después de haber aceptado su maravillosa propuesta, subió al auto y lo estacionó frente al vacío para poder sentarnos en el capó de este y admirar el lugar, así terminamos hablando de todo. Apoyó su peso en el parabrisas y me invitó a recostarme en su pecho, algo que hice sin dudas, pasó sus brazos alrededor de mi cintura en un tierno y cómodo abrazo. Su silencio, me hizo continuar hablando, mientras acariciaba los vellos de su brazo con suavidad sintiendo como estos se erizaban ante mí toque.

—Desde muy niña me consintieron en todo, todo aquello que siempre quise, siempre lo tuve. Antonieta se encargó de cuidarnos y darnos lo mejor con el dinero de ellos, pero no a ellos, ¿puedes entenderme? Ellos simplemente se van de viaje con excusas de trabajos y no vuelven más, ni llamadas, ni mensajes de textos, ni correos, ni nada... Simplemente nada. ¿Cómo es posible que una reunión de trabajo dure más de seis meses? Me han mandado el más exquisito ramo de flores exportado de las selvas más incógnitas del mundo por mi cumpleaños a lo largo de todo este tiempo, cuando las únicas que me gustan son las simples y sencillas gardenias, junto con una caja de chocolates franceses, italianos o suizos y una tarjeta de felicitaciones impresa, ni siquiera se toman el tiempo de firmarla a mano, sino el estúpido sello puesto por alguna de sus empleadas, me imagino que los deseos y bendiciones redactados también son mandados por ellas. Alex y yo le hemos dado lo mejor de nosotros a Kate, no queremos que a ella le haga falta ese amor de hogar, sin embargo cuando no es recibido por los propios padres, nada parece suficiente.

—Parece que has sufrido mucho, cariño...

—No sabes cómo.

Y así, mi historia fue revelada ante él, toda mi infancia e inicios de mi adolescencia, mis problemas alimenticios, el surgimiento de mi crueldad hacia los que me rodean, los complejos que me han acompañado desde pequeña y los miedos que nunca me han dejado sola. Todo, absolutamente todo, estaba expuesto ante él, yo estaba expuesta ante él. Aun teniendo mi vestido y mi chaqueta de cuero, me sentía desnuda, el nudo en mi garganta no tardó en aparecer, pero no lloré. Porque ahora, soy fuerte, él me hacía más fuerte.

Hacía pequeñas interrupciones cuando quería preguntar algo o comentar cualquier cosa, me estrujó aun más contra su cuerpo cuando empecé a tener escalofríos, la historia aún me removía el corazón y creo que es algo que no cambiará por más que pase el tiempo.

—No... No puedo creer que hayas tenido que pasar por todo esto, no pareciera que...

— ¿Qué sufrí tanto? ¿Qué no soy segura de quién soy? ¿Qué pienso mil veces antes de comer algo? ¿No pareciera que estoy hecha de tormentas?

—No pareciera que fueras tan frágil.

—No lo soy. Lo fui.

—Lo eres, lo he notado, mira como tiemblas al hablar.

Infiltrada [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora