Sin un beso

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—Mierda Dan te dejo un día sola y pasa todo eso– habla Claudia exaltada.

—Es demasiado lo sé.

—Pensé que la profesora Montés había dicho...– la interrumpí.

—¡Lo dijo! créeme que no la entiendo, un día me dice que no puede pasar nada y cuando menos lo espero ya nos estamos besando.

—Quizás ni ella misma se entiende.

—Quizás no– respondo dudosa.

—Espero que eso no sea un problema a la larga.

—Espero lo mismo créeme– solté un grito ahogado de frustración –no comprendo aún qué es lo qué pasa, ni siquiera sé cómo debo comportarme con ella después de lo qué pasó.

—Solo se tú misma.

—No lo sé Claudia, es raro– encogí los hombros.

—Me imagino que lo es, no cualquiera se besa con la maestra más perra de toda la escuela– hizo burla, me reí dandole un ligero golpe en el brazo.

—¡AH!– exagero.

—Cállate dramática– susurré apurada, su grito se escucho en toda el aula atrayendo las miradas de todos.

—Señorita León no golpee– me llamó la atención el profesor de literatura, asentí avergonzada.

—Hija de puta– le dije a Claudia en secreto mientras ella intentaba que su risa no se escuchara.

Terminaron varios módulos indicando la hora del descanso Claudia me contaba sobre Mauricio o cosas que le pasaban, en ocasiones me daba más gracia su risa que la historia que platicaba. Automáticamente encontré con la mirada a Laura Montés que caminaba llena de libros, Gabriela le seguía los pasos apurada para ayudarle, en esta ocasión no iba a permitirlo. Cuando Gabriela quiere algo no se rinde fácilmente y está de más decir que quiere algo con Laura Montés.

—¡De pie!– hablé rápido a Claudia.

—¿Qué?– preguntó confundida. No respondí y comencé a caminar rápido hacia Laura, al principio Claudia me siguió, pero cuando entendió mi objetivo prefirió apartarse diciendo "no quiero hacer mal tercio".

—¿Necesita ayuda?– le pregunté viendo de reojo como la zorra de Gabriela me fulminaba con la mirada.

—Si, por favor– mostró su sonrisa haciendo que me perdiera.

Caminó delante de mi para que yo la siguiera, no sé si soy yo o ella comenzó a mover más de lo normal las caderas provocándome, aunque lo intentara mis ojos no podían despegarse de su trasero, cualquier movimiento que su cuerpo hiciera al caminar me dejaría en el limbo, no había notado que ya nos encontrábamos en su oficina de no haber sido porque sus piernas dejaron de moverse causando que sus tacones dejaran de escucharse. Abrió la puerta apartándose para permitirme entrar.

—¿Donde los dejo?– pregunté refiriéndome a los libros.

—En el escritorio por favor– cerró la puerta, asentí extrañada y caminé hacia el.

Al colocar los libros en su lugar giró hacia ella nerviosa, está mirándome.

—Gracias– habló con una de sus perfectas sonrisas acercándose.

Sobre tu mirada  •|profesora y alumna|•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora