Mi respiro

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La luz de el día poco a poco iba haciéndose obscura. Mi cuerpo dolía por lo incómodo del asiento, ahora que sabemos que entre nosotras hay amor es complicado no demostrarlo.

Sus ojos derraman un brillo que destella en ternura, no para de sonreírme y yo no paro de sonreírle. El resto de el mundo está apagado para nosotras en estos momentos, lo único que brilla son nuestros latentes corazones.
No hemos dicho muchas palabras, nos hemos dedicado específicamente a acariciarnos o besarnos.

—Nunca había venido aquí.

—Me encanta haber sido yo quien te lo mostrará– sonrió.

Duró unos minutos en silencio, su mirada reflejaba que se encontraba pensando algo, la mía reflejaba duda ante sus pensamientos.

—Una mañana discutí con mis padres– habló por fin –aún era adolescente y me salí de casa, me recuerdo caminando sin rumbo alguno, hora tras hora pérdida en mis pensamientos, cuando miré a mi alrededor había llegado aquí– curvo sus labios en una ligera sonrisa y continuó –no había vuelto desde joven, desde que llegue a la ciudad intentaba alejar cualquier recuerdo que me recordara a mis padres... no sé si este lugar lo conozcan más personas, me imagino que si, es hermoso, aunque nunca me llegué a encontrar a nadie, eso que venía seguido y duraba horas sentada bajo aquel árbol– dijo señalando un viejo y grande árbol, con tronco enorme, grandes ramas y demasiadas hojas en cada una de ellas, tantas como para que al estar abajo de el ningún rayo de sol toque tu piel.

—Es hermoso, tanto como tú– dejé un beso corto sobre sus labios.

—Hay que salir– dijo sonriente, abrí mis ojos como platos.

—¡¿Desnudas?!.

—No– río –con ropa obviamente, ¿qué tal si llega a venir alguien y te ve desnuda? Tendría que matarlo... es una obra de arte que sólo debería ser expuesta a mí– dijo besando uno de mis pechos, mordí mis labios con fuerza enrede mis dedos en su cabello y la pegue más a mí
–paremos o nunca saldremos.

—Si tienes razón– contesté riendo un poco agitada.

Al salir la suave brisa y el aroma a naturaleza se estrelló en mi rostro, nunca había podido respirar tanta paz hasta ahora; después de estudiar un poco el lugar mis ojos seguían a Laura quien caminaba frente a mí con una meta en específico.
La seguí solamente con la mirada, me permití observarla abstracta en sus pensamientos, con sus ojos azules expresando una nostalgia que se compartía al verla fijamente. Llego hasta el viejo y grande árbol, puso su mano sobre él, su actitud era la misma a la que se tiene al ver a un viejo amigo después de tanto tiempo, la vi limpiar una lagrima la cual resbaló por su mejilla sin previo aviso, para después sentarse en el césped recargada del grande tronco, sin pensarlo más me acerqué.

—Me encanta– hablé sentándome junto a ella refiriéndome al lugar.

—A mí igual– sonrió.

Le di un tiempo para que continuara en su reencuentro, mientras giré mi cabeza al lado opuesto logrando ver una que otra débil flor adornando el césped, la escuché suspirar... mataría por saber qué es lo que piensa, pero no la puedo obligar a que me platique.

—¿Has sentido alguna vez ese respiro que tanto necesitas?– la miro sin entender –me refiero a que si has tenido esa sensación de paz la cual le da completamente sentido a la frase "después de la tormenta viene la calma".

—Claro– conteste viéndola fijamente, ella es mi calma...

—Quizás pienses que estoy loca al verme tan conmovida solo por volver aquí y ver a este viejo árbol– la escucho dar una débil risa, solamente niego con una sonrisa.

Sobre tu mirada  •|profesora y alumna|•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora