Amor de mis días y noches

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Miro sus labios moverse dando información que mi cerebro toma nula, se pasea entre las filas en posición erguida dando instrucciones de la próxima actividad. Me dedico a observarla con mayor cuidado, la miro fijamente, esperando ansiosa cada movimiento que realice, esperando el momento que su mirada llegue a mí... pero esta no llega, me evade como si fuera su única prioridad y no dudo que lo sea.

Me siento muy confundida... no existe detonante, solamente cambio de la nada, me frustra que no me diga que fue lo qué pasó, merezco saberlo, comienzo a sentirme molesta con ella, la miro y no pienso otra palabra más que "cobarde".

Sus manos hojean un montón de papeles, no parece concentrada pero sus ojos no se despegan de las hojas... hasta que por fin levanta la vista, no me busca entre los alumnos, al parecer sabía dónde me ubicaba, vuelvo a sentir sus ojos sobre mí, siento una descarga eléctrica que hace que todo mi interior salte de emoción, no puedo evitar mirarla con duda y ella al notar que yo la veía bajo su vista de prisa, se quitó las gafas y acarició el puente de su nariz agobiada... maldita sea Laura deja de confundirme y di las cosas de frente.

—¿Y ahora qué es lo que pasa?– la voz de Claudia me obligó a dejar de mirar hacia Laura.

—Ni siquiera yo entiendo.

—¿No están bien?.

—No estamos...– no puedo evitar que al decirlo mis palabras sean como ácido que quema mi garganta y pecho.

—Esa mujer es– suelta las palabras con fastidio.

—Esa mujer me enloquece... en todos los sentidos– quiero matarla y besarla con la misma intensidad.

—¿Te dijo por qué?– dijo girando completamente su cuerpo hacia mí, no era capaz de responder eso, me ardía el corazón de tan solo pensarlo, solamente negué, Claudia me miró durante unos segundos y se dispuso a soltar palabras que me tranquilicen –Tiene un motivo, deberías preguntárselo.

—Me cansé de hacerlo, pero siempre dijo que estaba todo bien– nada estaba bien... nada está bien.

•••

La hora de su clase me parece eterna, miro la puerta deseosa de salir por ella y dejar de torturarme viendo su frío rostro.
No hice nada en toda la clase, la actividad que todos realizaron quedo en el limbo para mí y a decir verdad no me interesa.

La campana sonó, liberándome de esta amarga sensación, unas ganas de suspirar aliviada me invadieron pero las reprimí, no quería ser demasiado obvia, tengo que ser fuerte.

—Señorita León, puede quedarse un momento– escuché su voz interrumpir mi camino a grandes zancadas hacia la puerta, dejándome helada y paralizando todos mis músculos.

Giré hacia su dirección y me acerqué al escritorio, escuchaba los pasos a mis espaldas, el salón poco a poco iba quedando vacío.

—Dígame– justo ahora no puedo ver sus ojos... o más bien dicho no quiero.

—¿Podría retirarse Hernández?– sonreí para mis adentros al darme cuenta que Claudia se negaba a irse, como toda una mamá cuerva.
Mis nervios incrementaron al escuchar la puerta cerrarse, porque ese portazo era el que indicaba que ahora sí desgraciadamente o quizás afortunadamente estábamos solas.

—Dígame– repetí.

—Lo siento.

—¿Lo sientes?– pregunté aparentando no entender –¿Por qué? ¿Por alejarte sin ningún motivo?.

—Perdóname, es que mi cabeza está echa un lío, un estúpido pensamiento pero a la vez muy cierto me ha invadido y me es imposible no rondarlo por mi mente... lo qué pasa es que– se queda muda y el silencio que se crea entre nosotras desprende una energía que me somete a querer abofetearla por parar de hablar.

Sobre tu mirada  •|profesora y alumna|•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora