Buenos días

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Era casi imposible parar, cuando pensábamos que habíamos terminado a pesar de el cansancio sus manos volvían a acariciar mi cuerpo comenzando una larga tanda de besos y respiraciones agitadas. El calor que nuestros cuerpos emanaban nos era irresistible para la otra, porque se nos complica tenernos tan cerca y no entregarnos.

Debía irme, di un intento fallido de buscar mi celular con la vista, pero no tengo idea de dónde quedo todo lo que traía conmigo, por suerte había un reloj en la mesa de noche. Al forzar la vista logro ver los números marcados alarmándome al notar las manecillas apuntar hacia el número tres, me senté en la cama viendo hacia todos lados intentando descifrar donde lanzó mi ropa interior.

—¿Qué pasa?– pregunta con voz ronca y cara somnolienta.

—Son más de las tres– digo nerviosa.

—¿Y qué importa?.

—No he llegado a mi casa.

—Quédate– dice jalando mi brazo haciendo que me acueste de nuevo, cuando lo logra se aferra a mi cintura y me tapa con la sabana. No era una proposición, o si lo era no le importo mi respuesta pues no había manera de irme. Decidí no preocuparme, no ahora, cuando mi cuerpo se relajó dejó un pequeño beso en mi hombro para después caer dormida, sin pensarlo mucho opte por hacerle segunda, estaba excesivamente agotada y mis ojos se cerraron por sí solos al sentir pesadas las pestañas.

Ligeras caricias sobre mi espalda fueron despertándome poco a poco, intenté abrir los ojos pero la brillante luz del día que se colaba por la ventana hizo arder mis ojos obligándolos a cerrarse de nuevo.

Tenía miedo de que todo haya sido una alucinación, que su cuerpo haya sido mío solamente en una hermosa Epifanía, tenía miedo a abrir los ojos y que lo único que me acompañara fueran mis frías sabanas.

—Despierta– la escucho en un susurro sobre mi oído trayéndome a la vida.

Mi cuerpo gira en dirección a ella pudiendo sentir su cuerpo desnudo rozar el mío.
Pestañeo un poco para que mi visión se aclare... tan hermosa como siempre, su rubia cabellera descansa sobre el colchón, el azul de sus ojos es más brillante que de costumbre, un ligero tono rojizo habita en sus labios. Me enloquece.

—Buenos días– digo con un hilo de voz.

—Buen día– sonríe con sus ojos clavados en los míos. Sus manos toman mi cuello y me acercan a sus labios para besarme.

Un suspiro se cuela en mi respiración, todo mi ser tiembla ante su tacto, al estar cerca de ella mis sentimientos hierven cuál agua sobre fuego desprendiendo un vapor de felicidad pura.

El agua se regulariza por si sola, en el punto exacto entro en ella, escucho a Laura moviéndose en la habitación pero queda en incógnita descubrir lo que hace.
Cuando menos lo esperaba la puerta se abre, alcanzó a distinguir su silueta desnuda sobre los cristales templados, entre el vapor que emana gracias a la temperatura de el agua. La imagen es tan perfecta, tratándose de ella no me sorprende.

No existen palabras de por medio, nos dedicamos únicamente a expresarnos en lenguaje corporal, su tibio cuerpo entra conmigo al agua, sus suaves manos no pueden evitar deslizarse por toda mi piel y las mías igual.

Entre espuma y vapor volvimos a entregarnos retumbando gemidos y jadeos entre las cuatro estrechas paredes de la bañera, empañando cualquier cristal que se ubicará dentro. Era increíble como mi cuerpo a pesar de encontrarse tan agotado, seguía respondiendo ante sus labios y manos.

Desayunábamos tranquilas, sus ojos en ocasiones se encontraban con los míos haciendo que una sonrisa se formara en sus labios y yo la correspondiera.

Sobre tu mirada  •|profesora y alumna|•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora