MARINA

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Me hallaba al lado del muelle, en la misma posición que había estado la otra noche, cuando vi al hombre. Observé el lugar con detenimiento pero no había nada que se destacara. Me acerqué y lo miré desde abajo, pero no había señal de nada extraño, ni siquiera algún rastro de magia.

Salí de la playa y fui hasta la entrada del muelle. Al llegar, observé un cartel donde se explicaba que el pase solo se permitía a los miembros del Club de Pescadores y que se debía presentar un comprobante del pago de la última cuota.

Me arriesgué y traté de pasar pero un hombre me detuvo.

—¿A dónde va, señorita?

—Me gustaría visitar el muelle.

—¿Es miembro del Club de Pescadores?

—Sí —mentí.

—¿Su carné?

Me quedé mirando al hombre. Era más bajo que yo, panzón, calvo y le faltaban un par de dientes. Al hablar, su boca desprendía aroma a pescado muerto.

—No lo tengo en este momento —dije titubeando.

—Entonces no puede pasar.

—Por favor, soy una turista y me han hablado maravillas del muelle.

—El ingreso solo está permitido a los miembros.

—¿Por favor? —le pedí, concentrando toda mi energía en las palabras y expresiones. Las sirenas somos capaces de enamorar a cualquier ser humano con nuestra voz y movimientos dóciles—. ¿Me dejaría pasar solo un ratito?

Jugué con la uña del dedo índice, la apoyé en su pecho y la arrastré, formando un corazón. El hombre me tomó la mano y la apartó.

—No.

—¿Qué sucede aquí?

Un muchacho se acercó y se puso al lado de nosotros.

—Nada, Mateo.

Intenté soltar mi mano porque me estaba lastimando.

—Veo que estas maltratando a una mujer. No me parece que eso sea "nada".

El hombre me soltó la mano, pero me dirigió una mirada llena de cólera. No entendía cómo había llegado a ese punto ni por qué me trataba de esa manera.

—Este señor no me deja visitar el muelle —dije.

—Claro. Solo pueden pasar los miembros del Club y, por lo que veo, tú no eres parte. ¿No es cierto? —preguntó Mateo.

Suspiré. Me rendí. No pensaba seguir discutiendo. Volvería por la noche y entraría sin ser vista.

—Pero solo por hoy, haremos una excepción contigo —dijo sonriéndome.

—Me van a matar —exclamó el hombre.

—No seas pesimista, Juan. El dueño no se encuentra. Y si aparece, me echas la culpa y listo.

Mateo se puso a un costado y, extendiendo el brazo hacia el muelle, me invitó a que siguiera adelante. Caminé tan rápido como pude, en caso de que se arrepintieran. Pasé a través del bar sin mirar, hasta que llegué al muelle. Era ancho y bastante largo. Comenzaba con una rampa, desde donde se podía admirar el mar. Sentía el viento acariciarme el rostro, el aroma salado del agua y la arena, la frescura y magia del océano. Estaba tan cerca de mi hogar.

—Lindo, ¿no? —dijo Mateo. Percibí nervios en su voz.

—Sí.

Suspiré. Bajé por la rampa y me di vuelta. Mateo me observaba con aprehensión.

—¿Vienes? —Extendí la mano.

—No, gracias. Estoy bien aquí.

Vi el miedo reflejado en esos ojos azules. Caminé al lugar desde donde mi acosador me había observado. Había estado de pie en el centro del muelle, del lado izquierdo, cerca de las barandas. Observé el suelo, las barandas de madera blanca gastadas, el faro de luz; pero no había dejado rastro.

—¿Buscas algo en especial? —gritó Mateo desde la rampa.

Me acerqué, porque no quería que todos se enteraran de mis asuntos.

—¿El muelle se encuentra cerrado por la noche? —pregunté.

—Sí, ¿por qué?

—Anoche, vine a la playa y juro que vi a un hombre aquí.

—Eso es imposible. Hay un guardia que vigila el lugar toda la noche para que nadie pueda subir y dañarlo. Si un hombre hubiera querido pasar, no hubiera podido.

—Pero yo lo vi.

—¿No habrá sido tu imaginación?

—No sé... Me dio escalofríos y estoy segura de que esa misma noche estuvo en la habitación de la posada donde me quedo.

—Eso es serio. ¿En qué posada te quedas?

—En la Posada Poseidón.

—La del viejito Julio. No hay mucha seguridad allí. ¿Le has avisado?

—No lo pude encontrar. Estuve con una mujer llamada Lucía y hablamos tanto que me olvidé de mencionar el tema.

Miré a Mateo con detenimiento. Tranquilamente, podría haber sido él y toda esta imagen de preocupado y buen hombre podía ser una muy buena actuación.

Sin embargo, cuando lo miré a los ojos, esas dudas se disiparon. La mirada me produjo una sensación cálida y comencé a sentir un hormigueo por todo el cuerpo.

—¿Te sientes bien? —preguntó en un susurro cortado.

No pude responder. Por un minuto, dejé de respirar y la fuerza me abandonó. Comencé a sentir las piernas débiles. Tuve ganas de abrazarlo y que él hiciera lo mismo y me protegiera. No sé a qué se debía, pero me sentía desnuda y muy vulnerable.

De pronto, me invadió el recuerdo de aquel hombre en mi habitación y dio fin al momento íntimo entre nosotros. Quité la atención de Mateo y fijé la mirada en la orilla del mar. El vaivén me calmó.

—Tengo que irme —dije mientras me apartaba de él.

—¡Espera! ¡No me dijiste tu nombre!

Corrí lo más rápido que pude. Cuando llegué a la calle, me detuve y miré hacia atrás. Mateo me observaba. Sentí un escalofrío y froté los brazos para generar calor. Había algo familiar en la mirada de Mateo.

EL RENACER 1: El llamado de la sirenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora