MARINA

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Quiero acompañarte —dije.

—No, Mari, no quiero distracciones. Vuelvo en un par de horas.

Lo tomé del cuello de la camiseta y lo atraje hacia mí. Lo miré a los ojos y traté de usar los poderes seductores de una sirena. Hacía un mes que no sentía magia. No tuve más visiones ni sentí ningún fuego en el centro del cuerpo.

—No me tientes —dijo Martín—. Quiero quedarme, pero necesito ir a ver cómo está todo.

Lo solté y lancé un suspiro.

—Bueno. Te espero con el almuerzo, entonces.

Me dio un beso, pero no dejé que fuera corto, sino que lo extendí tanto como pude. Le puse las manos en la espalda y lo atrapé.

—Marina... por favor —susurró.

—Ni lo pienses.

Me cargó en los brazos y me llevó a la habitación. Al final, no necesité mis poderes de sirena.

—Ahora sí tengo que irme.

Me dio un beso y traté de retenerlo, pero esta vez no cayó en la tentación. Me quedé acurrucada en la cama riendo, feliz. Todo estaba saliendo como esperaba. Y estaba segura de que, en cualquier momento, mi alma le revelaría la verdad.

Muy pronto serás mía...

Me corrió un escalofrío por el cuerpo. La ventana de la habitación estaba abierta y las cortinas se agitaban levemente. De pronto, sentí como si la temperatura hubiera bajado de manera abrupta.

Aquel susurro helado y quebrado me había tensionado el cuerpo. Me sentía sola y ese mensaje corto me tomó por sorpresa en un momento de alegría. Martín no me podía ayudar, nadie me podía defender. Ese hombre era astuto y sabía cómo jugar sus cartas, revolver mis sentimientos y ponerlos en mi contra, hacerme sentir acorralada. ¿Qué quería de mí?

Necesitaba ayuda. Ya no podía defenderme sola. Tenía que hablar con Lucía. Tenía que ir a Deep Blue de inmediato.

Iba sumida en mis pensamientos, mirando el suelo. Estaba por llegar al local cuando vi a Mateo salir. Me quedé helada, todo pensamiento que llevaba sobre la voz del hombre se esfumó al instante.

Mateo dio unos pasos cuando me vio, pero se arrepintió y se detuvo. Por unos segundos no nos movimos, solo nos quedamos de pie, observándonos, hasta que él rompió el esquema y se acercó.

—Hola —dijo.

Solo pude asentir con la cabeza. Desde que empecé a salir con Martin, me había evadido. Varias veces traté de hablar, pero él siempre tenía algo para hacer.

Ahora no iba a dejarlo escapar, pero me encontré sin saber qué decir.

—¿Cómo estás? —preguntó.

—Bien, ¿tú?

—Se podría decir que igual.

Nos quedamos en silencio. Ninguno de los dos sonreía ni se sentía cómodo.

—Me tengo que ir —dijo al fin.

Pasó por mi lado pero lo retuve tomándole el brazo.

—Tenemos que hablar.

—No es necesario, Marina.

—Por favor...

—¿Qué me vas a decir? ¿Qué sientes que todo se haya dado de esta manera, que me haya declarado, abierto el corazón para que lo tomes y tires a la basura? Todavía no entiendo qué pasó, ¿sabes? Parecías hipnotizada.

—Es que...

—No quiero explicaciones. Me dolió mucho lo que sucedió. Todavía duele. Pensé que tenía una oportunidad contigo, pero veo que nunca la tuve.

—Lo siento...

Mateo se acercó a mí. Sentí su rostro cerca del mío. Lo miré a los ojos y vi algo diferente, sentí algo. Era pequeño, pero se hizo notar.

—Sí. Lo sospechaba —me dijo—. No voy a dejarte ir. Voy a pelear. Nunca sentí nada igual por otra persona. Por eso creo que vale la pena pelear por ti.

Mateo sonrió y me acarició una mejilla. Se me aflojaron las rodillas y tuve que agarrarme de algo para no caer. ¿Qué me sucedía?

EL RENACER 1: El llamado de la sirenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora