MARINA

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No me animaba a entrar en la casa de Martín. De pronto, me sentía fuera de lugar, como si estuviera en tierras extrañas. Pero tenía que hablar con él y pedirle tiempo para pensar, aclarar mis sentimientos. Se lo había dicho a Mateo, y él se mostró muy comprensivo. Si bien quería estar conmigo a toda costa, me entendía. Y más aún, comprendía el lío emocional por el que estaba pasando.

Me armé de valor y entré. Al cerrar la puerta, oí unos pasos frenéticos que bajaban por la escalera.

—¡Amor! ¿Estás bien? Me tenías preocupado.

Me abrazó fuerte y, por unos segundos, dejé que me rodearan esa seguridad y ese cariño que me ofrecía. Sentí un nudo en la garganta y lloré, mojando con lágrimas la tira de la musculosa blanca que Martín tenía puesta. Lo abracé también.

—¿Qué pasa, mi amor? —preguntó.

—Tenemos que hablar...

Martín se apartó abruptamente. Se le endureció el rostro.

—Eso no suena para nada bien.

Pero cuando estaba por confesar, la vi. El rostro mostraba compasión e imploraba comprensión. La furia le ganó a la tristeza que sentía.

—¿Qué hace ella aquí? —Me acerqué un poco más a Angie y la señalé—. Martín, explícame, ¿qué hace esta mujer acá?

—Hijo, ¿por qué no nos dejas a solas un momento? Creo que Marina y yo debemos hablar. ¿Por qué no vas a la panadería y compras algo para desayunar?

Martín dudó pero al final tomó un buzo y salió de la casa. Cuando la puerta se cerró, me fui para arriba.

—Tenemos que hablar, nena. ¿No te parece?

—Para nada. —Había llegado al dormitorio pero oí los pasos de Angie subiendo la escalera—. No necesito escuchar más mentiras.

—Déjame explicarte bien las cosas. Te estás llevando una mala impresión.

Me di vuelta y la enfrenté.

—Sé de dónde vienes —dijo—. Sé qué estuviste haciendo. Lo leo en tu aura. También veo la confusión que sientes. Por favor, hablemos.

—¿Te parece prudente que hablemos cuando Martín puede volver en cualquier momento? —dije sentándome en una silla del comedor mientras Angie vertía agua caliente en dos tazas.

—No creo que vuelva pronto. Hice un poco de magia para que la batería de su auto no funcionara cuando se vaya de la panadería.

Aquello me dio escalofríos. Angie estaba dispuesta a utilizar magia en su hijo.

—No es lo que piensas, Mari. Nunca usaría magia en mi hijo. Eso sería muy cruel. Solo nos compré un poco más de tiempo. Necesitamos tener esta conversación. Quiero que me comprendas y sepas que no soy tu enemiga.

—¿Cómo pretendes que vuelva a confiar en ti? Me estuviste mintiendo todo este tiempo.

—No —dijo levantando un dedo—. Solo te oculté información. Te iba a contar la verdad una vez que estuvieras preparada.

—¿En serio? Yo creo que nunca ibas a hacerlo. Me parece que estabas esperando el momento en que consumáramos nuestro amor, porque sabías que ese era el momento más débil de una sirena para poder atacar y obtener lo que seguramente siempre quisiste.

—A ver, ¿y qué es eso?

—Volver al océano.

Angie comenzó a reír.

EL RENACER 1: El llamado de la sirenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora