MARINA

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—¿En serio tienes que irte? —pregunté.

—Sí, mi amor. Por esta semana tengo que ir a cubrir a un amigo en su puesto.

—¿Qué le pasó?

—Se quebró la pierna. Iba caminando cerca del cordón y, de la nada, un auto lo chocó. Tuvo suerte.

—Pobre. Pero yo ansiaba ir al circo contigo. Si quieres, le devuelvo las entradas a Lucía y vamos cuando vuelvas.

—No seas tonta. Ve con Caro.

—Podría. No sé. Veo...

—Ve. No te pierdas esta oportunidad porque yo no esté. No he tenido oportunidad de ir, pero dicen que es increíble.

—¿Por qué no has ido?

—Desde chico mi mamá me ha metido en la cabeza que es muy peligroso. Y creo que me lo ha metido tanto , que no me dan ganas de ir.

Martín tomó el bolso y me dio un beso.

—¿Estás seguro de que no puedes salir un poco más tarde? —le pregunté desabrochándole un botón de la camisa.

—No, Mari —dijo apartándome la mano—. Si quiero llegar para la noche, debo salir ya.

Suspiré. Martín siempre me despertaba el lado salvaje. Lo miré y él se rio.

—Me encanta esa mirada—dijo tomándome de la cintura—. Esa... ferocidad...

Me dio otro beso y me soltó. Por unos segundos quede un poco desconcertada.

—¿Estás bien?

Respiré profundamente hasta recomponerme.

—Sí... no te preocupes...

Lo acompañé hasta el auto.

—Sabes que puedes quedarte en mi casa.

—Sí, pero tengo que volver a la posada. He ido pocas veces y quiero visitar a Julio.

—Cuando vuelva lo hablamos bien, pero ¿te gustaría mudarte conmigo?

Aquello me tomó por sorpresa pero no pude evitar sonreír.

—Nada me haría más feliz.

Al entrar en la posada, vi a Julio leyendo el diario en el sillón.

—Hola, Julio.

Se dio vuelta y al verme dejó el diario y me abrazó.

—¡Hola, Perdida! ¿Cómo estás?

—Bien. Muy bien, en realidad.

—Sí, se te nota. ¿Cómo está Martín?

—Bien. Se tuvo que ir a Mar del Plata por la semana para cubrir a un amigo.

—¿Por qué no fuiste con él?

—Ahora que lo preguntas, no sé. Supongo que como no me lo preguntó...

Julio chistó tres veces y movió la cabeza de un lado hacia el otro.

—Eso no está bien. Un caballero no debería dejar sola a su damisela.

—Pero no estoy sola; está usted.

—Graciosa. Pero este anciano no tiene las mismas fuerzas que antes.

—Seguro que no es verdad —dije—. ¿Tiene planes para esta noche? Me gustaría que me acompañara al circo.

—Ay, nena. Ojalá pudiera. Pero le prometí a Lucía ir a cenar. ¿Por qué no llamas a Carolina?

EL RENACER 1: El llamado de la sirenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora