EL RENACER 1: El llamado de la sirena

LUCÍA

La magia que les corría por las venas los hacía fuertes. Luego de haber reunido suficiente fuerza gracias al círculo de poder que habíamos formado, salimos a cazar la energía oscura que se generaba en el pueblo. Así como percibían la buena energía en la Lucila del Mar, también sentíamos cómo la oscuridad iba ganando poder y contaminando a varias personas del pueblo.

Llegamos al bosque y vimos a una sombra espiando el oasis de las sirenas, detrás de un árbol.

—¿Qué hacemos, Lucía? —susurró Horacio—. Es bastante poderosa.

—Lo sé. Pero nosotros somos siete.

—Pero estamos bastante oxidados con la magia.

—No te preocupes. Yo los guiaré. Debemos proteger a la elegida. Aún no está preparada para enfrentarse a ellas.

—¿De dónde vienen? —preguntó Diana—. ¿No estábamos protegidos contra las sombras?

—La hechicera ha hecho un trato.

Los tomé de las manos y formamos una ronda.

—Cierren los ojos y déjense llevar por la energía del universo. Traten de absorber todo lo que puedan, vamos a necesitar mucha luz para eliminarla.

Por primera vez en mucho tiempo, vi la magia conectada con cada habitante del pueblo. Hilos brillaban con un dorado intenso, llenaba de energía a cada alma y actuaba como protección contra la oscuridad que intentaba ingresar en sus mentes. Algunos eran fuertes, pero otros habían cedido y veía sus auras teñidas de negro.

Me conecté con la naturaleza del pueblo y encontré su magia blanca e irradié a esas personas. Por un instante, la oscuridad los había abandonado, pero luego de que la luz blanca desapareciera, la oscuridad volvió a envolverlos.

Me concentré de nuevo con la naturaleza. Una vez que sentí a mis compañeros rebosar de esa energía, me unifiqué con sus almas, reuní todo su poder y lancé una esfera de energía blanca hacia la sombra.

Los árboles resplandecieron y sus colores se vieron más vivos que nunca. Cuando el bosque volvió a estar sumido en la oscuridad, la sombra había desaparecido.

Mis compañeros abrieron los ojos y esbozaron una enorme sonrisa.

—Fue fácil —dijo Horacio.

—Sí —dije—. Pero nos espera lo peor.