MARINA

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El agua caliente traía vida a mi cuerpo al caer sobre la espalda y las gotas punzantes servían de masajes. Sentada en el suelo de la bañera, me abracé las piernas y apoyé la frente en las rodillas. Mi mente reprodujo de punta a punta la conversación que había tenido con mi padre. Me negaba a creer que mi madre lo hubiera traicionado y me lo hubiera ocultado. ¿Qué había pasado entonces?

Dieron tres golpes a la puerta.

—Marina, ¿estás bien?

Despegué la frente de las rodillas y miré hacia la puerta. No tenía fuerzas para responder, pero tenía que hacerlo. Mateo se asustaría.

—Sí —fue lo único que pude decir. Y aun así, mi voz salió frágil.

—Bueno, te espero afuera. Estoy preparando té.

—En un minuto salgo.

—Está bien. —La puerta se abrió y se me contrajo el cuerpo al sentir el frío que venía de afuera—. Te dejo algo de ropa en la silla.

Me quedé en silencio, agradecida de que nos separara la cortina del baño. No quería que Mateo me viera en este estado. La sirena fuerte que había salido del mar ahora era una diminuta persona que se escondía.

Iba a volver a mi posición anterior, cuando noté las arrugas en los dedos. Me estaba convirtiendo en humana. O ya lo era, porque no apareció la cola de sirena cuando traté de invocarla.

Cerré la ducha, me sequé el pelo y me puse la ropa que Mateo me había dejado: un par de jeans gastados y una remera blanca con un lema que decía "Yo amo la Lucila del Mar". Ambas prendas me quedaban grandes.

Salí del baño y caminé hacía el living. Era la primera vez que estaba en su casa. Era chica pero muy acogedora, a aproximadamente un kilómetro del pueblo. Era una cabaña adorable de un piso, anidada entre árboles y arbustos. Las paredes eran de piedra, el techo de madera color azufre, con una chimenea cuadrada de ladrillos rojos. Había un sendero de troncos incrustados en la tierra que llegaba hasta la puerta principal y unos faroles sostenidos por una columna. Los faroles iluminaban todo el sendero hasta la puerta, donde había un banco de roble para dos personas en un costado. Al lado, una ventana medianamente grande que, según Mateo, era el comedor.

El interior era muy simple. El piso de madera estaba caliente.

—Losa radiante. Debajo hay unos caños con agua caliente que irradian calor al piso y lo mantienen caliente —me dijo cuando me vio la expresión de placer en el rostro.

La cocina se encontraba junto al living y tenía una isla de madera blanca con una mesada de mármol. Al lado de la cocina estaba el comedor, con una mesa cuadrada y cuatro sillas. Vi la ventana que daba al exterior. Debía ser hermoso comer con aquella vista.

Me senté frente a Mateo, que me acercó una taza. Lo miré a los ojos. Atrás oí el reloj colgado en el living. Había un silencio incómodo entre nosotros, pero yo no iba a ser la primera en hablar. Estaba interesada en lo que Mateo podría decir o preguntar.

Parecía que él no iba a dar el primer paso. Noté su expresión confundida, agobiada por los recuerdos que mi alma le había entregado. También noté que no tenía idea sobre qué podía hacer. Se encontraba perdido.

—Bueno —dije finalmente—. Estoy segura de que debes tener miles de preguntas, pero déjame aclararte algo: no te voy a lastimar.

Mateo comenzó a reírse.

—Lo sé, Mari. Te conozco... bueno, al menos eso creo. Pensaba que sí, pero veo que hay algo que me ocultaste.

Tomé aire y me concentré en ordenar todas las ideas en la cabeza.

EL RENACER 1: El llamado de la sirenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora