MARINA

99 15 12
                                    

Martín se convirtió en mi sombra durante los días que le siguieron al accidente. Había conseguido reducir las horas de trabajo, gracias a un amigo que lo cubría, y estaba constantemente a mi lado. Y cuando él no podía, Angie lo reemplazaba.

—Mi amor —le dije—, no es necesario que estés todo el día junto a mí. Voy a estar bien. ¿Qué puede pasarme en casa?

Martín dejó el diario que leía y sonrió.

—La llamaste casa —señaló.

—Claro. Últimamente paso todo el tiempo aquí, ¿no? El lugar donde estaba quedó... Digo, ¿cómo termine mudándome?

—¿No te acuerdas? La noche en el muelle, te lo propuse y aceptaste.

—Ah, es cierto.

Durante toda la semana tuve que mentir para hacerle creer que no tenía ninguna secuela del golpe y que andaba con normalidad. No me había olvidado de que nadie recordaba a Julio. Y a la vez, tuve mucho para pensar y serenarme. Sabía que algo andaba mal en este pueblo y que había una hechicera suelta. O un hechicero, porque cabía la posibilidad de que mi acosador fuera uno. Lo que no entendía era qué ganaba con esto. Él no iba a poder usar mi poder para volver al agua, necesitaba un tritón.

—¿Cuál es el plan para hoy? —le pregunté.

Martín parecía incómodo. Podía ver que luchaba con la respuesta que tenía que darme, lo que representaría un alivio para mí porque tenía un plan en mente que quería poner en acción para descubrir qué había pasado en la Lucila.

—Nada. Solo nos quedaremos en casa.

—Ya estoy aburrida de estar encerrada. ¿No podemos ir a la playa?

—Otro día.

—Lo mismo dijiste ayer y ya es el otro día.

—Tienes que recuperarte, mi vida.

—Ya sé, pero...

—¡Basta! —gritó golpeando la mesa.

Me asusté ante su reacción. Por un momento fugaz, la expresión de Martín se tornó violenta y se le tensaron los músculos.

—Perdóname, amor.

—Está bien. —Me levanté—. Me voy a bañar.

Cuando terminé, bajé y miramos la televisión en silencio. Martín parecía relajado y arrepentido por su arrebato. Para almorzar, cocinó unas pastas. Miré el reloj y vi que pronto Martín partiría a su puesto de guardavidas.

El celular de Martín sonó. Al leer lo que le había llegado, frunció el entrecejo.

—Mi madre vendrá un poco más tarde hoy, Mari. Está atrapada con un cliente. ¿Podrías quedarte sola un rato? Me dice que si se llega a desocupar antes, viene corriendo.

Le dije que no había problema, que tenía sueño y que me iba a tirar a dormir una siesta. Me sonrió, me acompañó a la cama y se despidió con un beso. Una vez que oí la puerta cerrarse, tomé el teléfono.

—Deep Blue —dijo Carolina.

—Hola, Caro, ¿me acompañas al Hotel Embarque?

—¿No tendrías que estar descansando?

—Estoy cansada de estar en la cama. Entonces, ¿me acompañas?

—¿Qué opina Martín de esto?

—Me dijo que no tenía problema. No quiero perder más tiempo. Nos encontramos ahí en veinte minutos.

Me cambié, escribí una nota a Angie para avisarle que iba a salir a caminar y la pegué en la heladera. No quería que se alarmara y avisara a Martín.

EL RENACER 1: El llamado de la sirenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora