MARINA

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¿Podía confiar en Angie? Era una hechicera y me lo había ocultado durante mucho tiempo. Sin embargo, nunca me había hecho daño y me estuvo ayudando desde el día en que la conocí. Al igual que Lucía... y Caro.

Mateo. ¿Qué iba a hacer? ¿Sería verdad todo lo que me había dicho Angie? Tenía razón en algo, mi alma se abrió ante él en un momento de debilidad. Y él también quiso mostrarme la suya pero, por alguna razón, la puerta nunca se abrió. Aunque tenía sentimientos hacia Martín, Mateo me generaba otros que nadie había despertado antes. Estaba muy confundida.

Las luces de la casa estaban apagadas. Martín debía de estar durmiendo. Entré y subí al cuarto. Estaba acostado y me daba la espalda. En silencio, me quite la ropa y me acosté boca arriba. Medité sobre lo que iba a hacer al día siguiente. Angie me había alentado a hacerlo. Decía que iba a ser la única forma que había para que nuestras almas se abrieran ante nosotros.

Le contaría la verdad.

Estaba oscuro. A lo lejos, una risa maléfica y estridente fue acercándose hasta mí como una ráfaga de viento que me congeló al atravesarme.

—¿Quién anda ahí? —grité.

Aparecieron cuerpos a mi alrededor. De nuevo, la risa maléfica. Pero, esta vez, se multiplicó y me azotó con violencia. Al terminar de golpearme, comencé a caer en un vacío. Grité, pero era inútil. Ahora estaba sola.

Llegué al suelo y me di un golpe tan grande que me dejó sin aire. Estaba tratando de recomponerme cuando la risa me atacó nuevamente. Pero, esta vez, algo se me encendió en el pecho. Era una fuerza caliente que quería defenderse, pero estaba débil porque había sido retenida por mucho tiempo.

Me levanté y enfrenté la risa. Cerré los ojos y me concentré en esa fuerza para incrementarla. Sentí el cuerpo caliente y, por un instante, sentí miedo. Temía que ardiera tanto que terminara convulsionándome. Pero aquella fuerza apartó mi miedo y me obligó a concentrarme.

La risa maléfica atacó una vez más pero esta vez se retiró hacia atrás. Ya no podía atacarme. Ahora era yo quien tenía el control.

Me concentré en mi fuego interior y lo proyecté hacia fuera, tratando de iluminar mi alrededor. Lo que vi me espantó. Sus cuerpos estaban deteriorados por el tiempo, tenían agujeros en varias partes del rostro, las costillas marcadas en el cuerpo y una diminuta cintura. Sus colas tenían lastimaduras en varias partes y apenas se veían las escamas. Pero lo que más me aterró fue el nivel de maldad que expresaban los rostros. Traté de mirar sus interiores, pero no encontré nada. Eran las almas de sirenas corrompidas por la oscuridad, y se estaban riendo de mí. Tenía que ayudarlas de alguna manera.

Proyecté el fuego hacia afuera y lo transformé en luz. Pero la luz brillante las asustó y, con un chillido lleno de dolor, desaparecieron.

Me despertó una mano en el hombro que me agitó el cuerpo. Grité.

—¿Estás bien, querida?

Abrí los ojos y me senté en la cama. Estaba mareada y con nauseas. La pesadilla había sido muy real y no me podía sacar aquellas sirenas demacradas de la mente. Me refregué los ojos y vi a Angie sentada en la cama.

—Tuviste una pesadilla. ¿Quieres contarme?

—No, gracias. Prefiero olvidarme.

Angie asintió, sonrió y se fue de mi lado. Miré hacia la ventana y vi un cielo nublado que vaticinaba una tormenta. Angie me acercó unos vestidos a la cama.

—Te traje estos vestidos de mi local. Espero que sean de tu agrado.

Eran hermosos. Alargué la mano para tocarlos, pero me detuve a medio camino.

EL RENACER 1: El llamado de la sirenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora