MARINA

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El pueblo se recuperó del terrible ataque de las sombras, pero había dejado a varias personas con pesadillas durante días. Las personas que presenciaron la venida de la penumbra infernal describieron la noche como una oscuridad eterna, fría y maligna.

La batalla había sido ardua, y el mal había estado a punto de ganar. Según Cristal, los atlantes y unos integrantes de un circo la ayudaron, que se presentaron a último momento, pero no fueron suficientes. Si no hubiera sido por la intervención de aquel ser luminoso, Sedna habría ganado.

Fue un trabajo duro que llevó días. Pero por fin aquellos recuerdos fueron borrados por completo de la mente de los habitantes de La lucila del Mar. Y la paz retornó al lugar.

—¿Estás segura de esto? —preguntó Mateo, que estaba detrás de mí con sus tiernas y tibias manos apoyadas sobre mis hombros. A continuación, me apoyó los labios sobre uno de ellos y me dio un beso.

—Sí.

—No es necesario que estés presente.

—No me importa. Yo fui su mujer por un tiempo, yo lo llevé a la muerte. Cavé su tumba. Al menos...

Y rompí en llanto. Mateo me abrazó con fuerza.

—No fue tu culpa.

—¿Cómo no me di cuenta? —me pregunté.

La primera noche había llorado desconsoladamente. Una vez que supe que mi madre, Mateo y mis amigas estaban bien, me acerqué al cuerpo inerte de Martín y di rienda suelta a mi angustia. Mis amigas me separaron del cuerpo y se lo llevaron. No hicimos una ceremonia al instante porque me quería despedir. Pero para ello, tenía que estar bien de ánimo. Mateo no se despegó de mí. Dormimos abrazados todas las noches, y yo no sabía qué era lo que sus abrazos me daban, pero era como si me envolvieran en una burbuja de serenidad. Todas las noches dormí en paz, su abrazo me alejaba del mundo y, gracias a aquella tranquilidad, pude procesar la muerte de Martín.

Sin embargo, a veces sentía dolor por su ausencia, por haber sido la causa de su muerte. No lo maté, pero me sentía como si lo hubiera hecho. Él había dado su vida para salvarme. Y lo único que hice fue enredarlo en mi mundo y traerle tristeza al haber hecho el amor con Mateo.

—Te espero afuera, ¿está bien?

Un nudo en la garganta no me dejó hablar. Mateo me dio un beso en la boca y salió de la habitación. Cuando abrió la puerta, pude escuchar los murmullos de mi madre, Lucía y Caro, preocupadas por mí.

Pero luego de cerrar la puerta, quedé envuelta en el silencio y la soledad. Tenía que pensar, aclarar la mente. ¿Qué haría de ahora en más? ¿Cómo podía seguir viviendo sabiendo que dejé que Sedna jugara con mi energía, sin darme cuenta? Soy una sirena poderosa, debería haber sentido algo.

Me miré en el espejo y vi a una chica totalmente diferente. Ya no era la misma chica que había llegado a la Lucila del Mar hacía unos meses. Me observé las manos. Podía sentir el leve cosquilleo de la gran energía que pasaba por ellas. Podía sentir el tridente de mi padre cerca.

En mi sangre no solamente corría el poder de Poseidón, sino la magia de la familia de mi madre: sirenas y hechiceras que obtuvieron su gran poder sacrificando cosas que yo ni quería imaginar. No solo la historia de mi padre estaba manchada por la sangre de varias personas, sino también la de mi madre. No me sentía merecedora de aquel poder.

Pero sí me sentía merecedora de la humanidad que había ganado en la tierra. Ojala hubiera alguna forma de... De pronto, me vino una idea a la mente. Había tomado una decisión y se la comunicaría a mi madre luego del entierro. Mi vida cambiaría por completo luego de despedirme para siempre de Martín.

EL RENACER 1: El llamado de la sirenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora