MARINA

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Gracias.

Tomé el vaso de agua fría que me ofreció Mateo. La frescura revitalizó un poco la fuerza que había perdido en el ataque.

—¿Qué ha sucedido? —me preguntó. La expresión preocupada del rostro me produjo ternura.

—No me sentía bien. Fui a caminar pensando que se me iba a pasar, pero en la playa me sentí mareada y casi me desmayé.

—Me hubieras dejado acompañarte.

—Pensé que podía sola.

Mateo me puso una mano en la mejilla y la acarició.

—Me asustaste.

Sentí un vuelco en el estómago. Ese tacto tibio y suave me gustaba. Cerré los ojos y me dejé llevar por lo que sentía, pero Mateo sacó la mano.

—¿Estás bien?

—Tranquilo —dije abriendo los ojos—. Ahora sí estoy bien.

—¿Te acompaño a tu habitación?

Sonreí. Eso era algo que no iba a permitirle.

—¿Tan pronto? ¿No se tiene que esperar hasta una tercera cita o algo así?

Mateo se rio. El sonido de su risa me agradaba y me sorprendí al encontrarme con esos sentimientos. Hacía una hora no podía ni quería tenerlo cerca. Ahora, todo había cambiado. Sentía algo por él, mínimo, pero ahí estaba. ¿Sería Mateo mi alma gemela? La melodía del mar no había aparecido. Aun así, podía surgir si le daba un beso. Tal vez cada sirena era diferente, aunque todos los relatos cuentan que cuando el alma gemela aparece, la melodía suena en los oídos y te embarga la realidad.

—Estoy hablando en serio —dijo sacándome de mis pensamientos.

Podía intentarlo. No dañaría a nadie...

—¿Por qué me miras así?

Coloqué mi mano en su mejilla y me acerqué. Sus ojos parecían resplandecer.

—¿Marina? —susurró.

La melodía no había aparecido. Tal vez era necesario el contacto de nuestros labios.

En ese momento, Julio entró a la posada.

—¿Dónde estabas, Marina? ¡Oh!

La magia se había roto. Me alejé de Mateo y me hundí en el sillón, avergonzada.

—Perdón, disculpen... —nos dijo Julio.

Mateo no me quitaba los ojos de encima. Carraspeó y respondió:

—Ella salió a caminar un rato por la playa. Se sentía un poco agobiada.

—¡Oh! —Esa fue la única respuesta de Julio.

—Como la vi mal, me sumé a su caminata.

—Entiendo, entiendo. Bueno, dejo que sigan con... con lo que sea que estaban haciendo. Hasta mañana.

Cuando Julio desapareció, Mateo me volvió a mirar.

—Marina...

—Perdón. No tendría que haberlo hecho. Fue un error.

Me levanté. Mateo me tomó la muñeca.

—¿Lo dices en serio?

Asentí, porque no me sentía con fuerzas para hablar. Mateo me soltó y corrí hacia mi habitación. Cerré la puerta y me tiré en la cama. No me aseguré de que todo estuviera cerrado. No creía lo que había estado a punto de hacer. ¿Qué se había apoderado de mí? En la Atlántida había estado con otros hombres y me había enamorado de ellos. Pero ahora estaba en una búsqueda. No me tenía que distraer con otro romance. Tenía que distanciarme de Mateo. Si me enamoraba, podía echar todo a perder.

EL RENACER 1: El llamado de la sirenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora