MARINA

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Los días siguientes me dediqué a mi búsqueda. Me había distraído y dejado la misión a un lado. Recorrí las calles de la Lucila del Mar, entré en diferentes locales, observé todo detalle pequeño que pudiera significar alguna señal, pero no obtuve ningún resultado. La melodía no aparecía y me sentía cada vez más lejos de encontrar al amor de mi vida.

Agotada, me senté en la arena y me quedé mirando hacia el horizonte. ¿Por qué teníamos que encontrar a nuestra alma gemela? ¿Qué había detrás de toda esa historia? Había leído diferentes relatos de sirenas felices por haber encontrado a su media naranja, pero nunca encontré ningún documento que hablara sobre el origen de la búsqueda. Entendía que nosotras no éramos las únicas que queríamos encontrar a nuestro compañero de vida, pero solo las sirenas podían ubicarlo con facilidad. Aunque no todas lograban oír la melodía. ¿El universo elegía quién era digna de semejante belleza auditiva? ¿Y por qué una sirena se convertía en hechicera si no encontraba o perdía a su alma gemela?

—Veo que te has relajado mucho.

Carolina se sentó a mi lado.

—Disculpa, ¿puedo?

Asentí con una sonrisa.

—¿En qué piensas? ¿O en quién?

—¿Es tan obvio? —pregunté.

—Los ojos delatan mucho —se rio—. No por algo dicen que son la entrada a nuestra alma.

—Vine al pueblo a buscar a alguien, pero se me está haciendo difícil encontrarlo.

No sabía la razón por la que le estaba contando esto a Carolina, no teníamos confianza, pero me sentía bien.

—¿Un amor perdido? —preguntó.

—Podría decirse que sí.

—Es un pueblo chico y ¿todavía no lo encontraste?

—Estoy comenzando a dudar de que todavía esté aquí.

—¿Intentaste con meditación? A veces ayuda a despejar la cabeza.

—La verdad, no.

—Ven. Lucía puede ayudarte

—Entonces, ¿cómo funciona?

Lucía me miraba con una sonrisa delicada. Transmitía tanta paz que, con solo mirarla, mis miedos y preocupaciones parecían alejarse.

Nos encontrábamos detrás del local, en una sala que contenía una pequeña cocina y un adorable living compuesto de un sillón y unos almohadones alrededor de una mesa ratona y ovalada. Lucía y yo estábamos sentadas frente a frente, sobre dos almohadones.

—Cierra los ojos —indicó— y respira profundo.

Le hice caso. Me terminé relajando y por poco me caigo hacia atrás.

—Ahora —siguió— vas a imaginarte en un lugar donde nadie pueda alcanzarte, donde eres dueña y posees el poder de protegerte e imponer tus reglas.

De pronto, me hallaba en una isla. Estaba parada en la orilla y el agua me tocaba los pies. Detrás había una pequeña casa de madera y una palmera que le hacía sombra.

—En ese lugar podrás hacer lo que quieras, siempre y cuando te conectes con el universo —la voz de Lucía se oía de todas partes—. Ahora, imagina una cuerda que se conecte con el cielo y siga hasta llegar al universo.

Miré el cielo y me sorprendí por lo que veía. En vez del cielo despejado y azul veía constelaciones y planetas. Lucía percibió mi sorpresa porque habló de inmediato.

—¿Qué sucede?

—¿Es normal —le comuniqué sin la necesidad de hablar— que el cielo no esté?

Le comenté lo que veía. Lucía se quedó en silencio. Yo seguía embelesada con la magnificencia del panorama ante mí. Era increíble. Estaba emocionada y sentía una conexión con todo.

—Vuelve, Marina. No te dejes llevar por el universo. Si bien debe ser sublime y seguramente quieras explorarlo, no te dejes atrapar.

La isla lentamente se fue desvaneciendo. Abrí los ojos. Me sentí relajada y tranquila. Antes de irme, Lucía me indicó cómo generar un escudo de protección a mi alrededor. Me dijo que espantaría toda energía negativa que quisiese acercarse. Le agradecí con un abrazo y me fui. Al salir, choqué contra Mateo.

—¡Perdón! No fue mi intención.

Estaba tan colorada de la vergüenza que no me di cuenta de que me rodeaba con sus brazos. El corazón me latía rápido y las manos me sudaban. No quería mirarlo a los ojos porque presentía lo peor.

—Eres... —dijo.

—No...

Lo empujé con la poca fuerza que me quedaba y me alejé.

—Espera, ¿qué sucede? Pensé que después de la otra noche...

—Fue un error, ¿bien?

Mateo se puso delante de mí.

—No, no lo fue. Me di cuenta de cómo me mirabas, lo que pretendías. Sé que sentimos lo mismo.

Giré y crucé la calle.

—No te escapes, Marina. Desde que te vi siento algo. Sé que al principio no te simpatizaba, pero algo cambio la noche que te encontré en la playa. Tu mirada hacia mí cambió. —Me tomó de la muñeca—. Sé que sientes algo por mí. No me mientas.

—Por favor, no puedo...

—¿Por qué? ¿Qué te imposibilita estar conmigo?

—Es que no eres...

—¿No soy quién? ¿Todavía sigues enamorada de alguien?

—¡No! No entiendes, nunca vas a entender.

—Ayúdame a hacerlo. Tal vez parezca una locura, pero siento algo fuerte por ti. No sé qué me sucede, pero percibo una conexión entre nosotros. Nunca antes me había pasado con nadie.

Me tiró de la muñeca y nuestros cuerpos volvieron a chocar. Coloqué las manos sobre su pecho y lo miré a los ojos. Instantáneamente me perdí en el azul intenso que brillaba. Quise alejarme, pero me encontraba atrapada. No había vuelta atrás porque me había hipnotizado. Mateo acercó sus labios y me dio un beso.

De repente, oí tambores que sonaban en mi cabeza, acompañados de violines. La melodía del mar sonaba fuerte y con esplendor. El beso de Mateo no estaba bien. Me estaba equivocando.

Dejé de besarlo y me alejé. Giré la cabeza y, en la esquina, vi a un hombre que caminaba hacia mí. Vestía una chomba blanca que hacía resaltar su piel morena, unos jeans oscuros y unas zapatillas blancas. Sabía que era él.

—Marina —dijo Mateo—, ¿qué sucede?

Lentamente, caminé hacia el extraño. No quería asustarlo, pero estaba segura de que si me veía, la conexión se completaría. Alto, pelo oscuro y de gran contextura física. Se detuvo al verme. En ese momento, supe que lo había encontrado. Mi alma gemela se hallaba de pie ante mí.

EL RENACER 1: El llamado de la sirenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora