Banco de Registros

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CAPITULO 3

MÍA

No se hacia donde caminar pero de pronto a 3 metros de donde estoy aparece un cartel verde oscuro con letras negras. Me refriego los ojos pensando que es un espejismo pero el cartel sigue delante de mí: SIGUE TU CAMINO HACIA ALLÁ y una flecha apuntando hacia la izquierda. Estoy segura de que lo estoy imaginando pero estando perdida, en medio de un bosque sin tener ni idea de a donde tengo que ir, decido seguir lo que mi mente imagina. A medida que camino nuevos carteles de diferentes colores van apareciendo indicando hacia dónde ir.

Después de un rato no veo ninguno cartel pero sigo caminando hasta que a lo lejos deslumbro un edificio. Parece más un banco antiguo que una casa. Al llegar leo un cartel grande y desgastado: Banco de registros.

Dos puertas corredizas se abren automáticamente y yo entro tímidamente.

La gente parece un cardumen dirigiéndose para todas partes. Algunos gritan, otros lloran, otros solo caminan. A mi lado pasa una mujer con aspecto asiático murmurando algo que no puedo entender. Miro en todas las direcciones intentando de encontrar algo familiar, algo a lo que aferrarme. Veo gente de todas partes del mundo y de todas las edades. Los que no están enloquecidos forman una fila de tras de un mostrador. Quiero ver más así que me acerco hasta un mostrador vacío y me subo para poder ver. Al llegar lo bastante alto como para ver me quedo paralizada. Hay por lo menos trescientas hileras separadas perfectamente entre sí por hombres robustos con uniformes azulados que contienen a la multitud. Me siento tan pequeña y perdida entre tanta gente que tengo ganas de salir corriendo. Bajo del mostrador sin tener mucho cuidado y casi caigo de espaldas. Sin saber hacia dónde ir detengo a un hombre. Su altura es sorprendente y su piel muy oscura. Pregunto casi a los gritos que es este lugar pero el hombre sólo me da un empujón para liberarse de mí y sigue su camino. Contengo las ganas de llorar, no actuaré como una nena perdida. Perdida.

Escucho a la lejanía un llanto. Giro desesperada intentando de adivinar de donde viene. Veo a una nena secándose las lágrimas con su manito. Corro empujando a todos los que están al frente mío sin prestar atención a los insultos en distintos idiomas. Franceses, españoles, africanos, ingleses, asiáticos, todos moviéndose al mismo tiempo. La chica levanta su rostro y clava sus ojos en mí antes de que yo llegue a su lado. Parece tener unos diez años y lleva un moño sujetando su pelo castaño. Se queda inmóvil mirándome y yo trago saliva nerviosa. Se ve tan indefensa como yo me siento. Se seca otra lágrima con la mano y yo me arrodillo para quedar a su altura.

-¿Cómo te llamas?

-Candy.

-Candy, ¿Qué pasa?

-Quiero ir a casa – susurra entre el hipo. La acaricio intentando de tranquilizarla.

-Ya vas a llegar. Tranquila. ¿Dónde está tu mamá?

-No está.

-¿Tu papá?

-Tampoco. Se quedaron abajo.

Estamos en el primer piso del edificio. No hay ningún abajo.

-¿Abajo?

-Ellos están abajo con mi hermano.

Iba a preguntarle a que se refería cuando dos hombres con uniformes azules me agarran sorpresivamente de los brazos y me separan de Candy. Veo como a ella también la empujan y caigo al piso gritando de dolor. Me escapo de los hombres y corro hacia ella pero logran agarrarme y con fuerza me llevan, casi arrastrándome. Me esforcé y observé por encima de mi hombro como otro hombre con uniforme alzaba a Candy entre brazos, le decía algo y ella reía secándose la última lágrima. Suspiro aliviada al saber que estará bien. Eso creo.

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