Mi ángel

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Capitulo 43 CAPITULO FINAL

Mía

Cuando sentí los rayos del sol calentarme débilmente la piel sonreí. Volver a escuchar la risa de Stef y volver a salir con una amiga me distrae de mis pensamientos. Caminamos por las calles sin nada que nos detenga: vimos vidrieras, pasamos por librerías y cuanto tuvimos hambre almorzamos. No me importó tener las manos heladas ni las mejillas coloradas… volver a estar con mi amiga es lo mejor.

-Ya está oscureciendo. ¿Quieres venir a mi casa? Sólo está mi hermano, no va a molestar.

-Eso de tu hermano es muy raro… ¡nunca dijiste que tenías uno!

-En realidad no es mi hermano de sangre. Lo conocí en… en el orfanato y desde entonces es mi hermano. Durante todo este tiempo estuvo de viaje por el mundo pero viene a quedarse conmigo.

-Está bien. Antes de ir compremos un chocolate. Hace mucho que no como y no hay nada mejor que chocolate para el invierno.

Cuando llegamos entré a los tropezones a la sala y temblando me saco la bufanda y el gorro. Estoy desabrochando el mongomery cuando escucho unos pasos en la escalera y una voz:

-¿Stephen? ¿Ya llegaste?

Los pasos se detienen en seco. Levanto la mirada y veo a un chico que me mira como nunca alguien lo hizo antes. Parece que va a comerme con la mirada y me olvido de respirar. ¿Qué me pasa? Siento un zoloogico en la panza y no sé por qué. Hormonas tranquilas, sé que es muy sexy pero no se alboroten. Mi corazón late a toda velocidad cuando lentamente se acerca en silencio son dejar de mirarme. Intimidada intento romper el silencio:

-Soy Sofía, amiga de Stef.

-Simón.

Cuando me saluda un escalofrío agradable me hace temblar.

-Estás helada –susurra.

-Sisi hace mucho frío – contesta Stephenie. Me había olvidado que estaba al lado nuestro. –Voy a preparar chocolate caliente. Simón, ¿vas a querer?

-Nunca probé el chocolate, creo que siempre hay una primera vez.

-¡¿Nunca probaste el chocolate?! ¿NUNCA? – grito asombrada.

-No – dice conteniendo la risa.

-¿Qué ser humano nunca comió chocolate? Stef esto es una emergencia, prepara tres tazas de chocolate caliente.

-A sus órdenes – dice imitando a un soldado y se marcha a la cocina.

Nos sentamos  al borde de la chimenea. Cuando siento el calor mi cuerpo se relaja y acerco las manos para calentarlas. Simón no saca la mirada de mí. Intento no mirarlo pero es imposible. Hay algo de él que me atrae como un imán. Sonrió débilmente cuando algo se me viene a la mente. Hago lo posible para no gritar y me contengo. ¿Él se llama Simón? Sisi, así dijo que se llamaba. ¿Será la señal de la que me habló mi psicóloga? Tal vez.

-¿Vas a dejar de mirarme así? Es intimidante – le susurro.

-¿Así cómo?

-Como si no fuera real.

Él se ríe y lo miro confundida.

-¿Qué dije de gracioso?

-Una vez una tuve esta misma conversación con una chica.

Por primera vez desde que lo conocí lo miro directo a los ojos y siento que algo se quiebra dentro de mí. En cierto modo me quedo como… hipnotizada. Por una milésima de segundo una imagen borrosa pasó por mi mente. Fue como si mi corazón quisiera ver pero mi cerebro se negaba. Recién lo conozco pero algo dentro mí grita que por algún motivo ya sé todo sobre él. Creo que quedo como una tonta mirándolo durante tanto tiempo porque él sonríe. Sonríe y algo se derrite dentro de mí. Sonríe y todo se vuelve confuso. Sonríe porque me enamoré de él y lo sabe. Sonríe y no necesito un pensamiento para saber que me siento completa.

Sonríe y sé que encontré a mi ángel.

Stephenie

Con cuidado agarro las tazas para llevarlas cuando escucho sus risas en el salón. Como una espía me escondo de tras de la puerta para verlos. Mi hermano tiene ese brillo en los ojos tan especial

Y Sofía vuelve a reír en mucho tiempo. La escena es tan perfecta, tan auténtica

Este es el final de una historia pero viéndolos juntos debo decir que es el comienzo de otra.

Los miro sonriendo y con ternura porque sé que los que están juntos riendo no son Sofía y Simón.

Después de tantos obstáculos, pruebas  y peligros son Mía y Simón.

Mía y Simón.

Mía y Simón para siempre.

En puntitas de pie me acerqué hasta la chimenea y les ofrecí dejé las tazas del lado de Sofi:

-Mía pasame una taza – dice Simón.

-¿Cómo me llamaste?

-Mía – susurra.

-Me gusta – contesta entre risas.

Hablamos hasta que se hizo la noche. Poco a poco la calle tuvo menos ruidos. Se volvió más oscura y después se quedó en completo silencio pero seguimos conversando de cosas sin sentido. No nos detuvimos más que para reír y comer más chocolate. Mis párpados comenzaron a caer y aunque hice lo posible para mantener los ojos abiertos quedé en la oscuridad. Con la cabeza apoyada en el regazo de mi hermano pude escuchar a la lejanía como Mía y Simón siguieron hablando hasta que el fuego de la chimenea fue perdiendo su luz y quedó en unas pequeñas brazas en la oscuridad.

FIN

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