La Fosa Oscura

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Capitulo 38

Simón

El momento que tanto había esperado durante mucho tiempo al fin llegó. Solo que ahora veo la oscuridad de la caída y tiemblo con tan solo pensar en dejarla ir.

Después de caminar por un terreno empinado llegamos a la Fosa Oscura. En la lejanía escucho el aleteo de un pájaro que se para en una de las ramas de los tantos pinos que nos redean. A pesar del sol cálido, la temperatura descendió en picada y Mía hace lo posible para no temblar pero la veo congelada. Quiero abrigarla, abrazarla, pero supe que si lo hago no la voy a dejar ir y jamás me lo perdonaría. Se para en el borde de la Fosa y simplemente mira para abajo con los brazos cruzados.

-¿Por qué le dicen Fosa si no es nada parecido a eso?

-Nunca lo supe, tal vez los primeros ángeles no eran creativos con los nombres.

Ella apenas sonríe débilmente y vuelve a bajar la mirada hacia la oscuridad. La fosa es literalmente un agujero negro, como un pozo infinito y nunca sabes dónde termina ni con qué vas a golpear en la caída. Animarse a saltar hacia la incertidumbre de la Fosa es como animarse a saltar de un edificio.

-¿Qué va a pasar cuando caiga?

-Caerás y caerás hasta que todo se detendrá… en la oscuridad verás dos ángeles de Las Potestades, segunda jerarquía angelical. Ellos son los guardianes de las fronteras, se encargan de vigilar el límite entre Lit y la Tierra. Ellos… ellos borrarán todos tus recuerdos.

-Tengo miedo- dijo con voz temblorosa.

Sin resistir más me acerco y la tranquilizo:

-Está bien, todos sienten miedo cuando van a saltar.

Mía apoyó su cabeza en mi hombro y me estremecí cundo escucho su respiración antes de hablar:

-No voy a saltar.

-Mía, basta. Ya hablamos de esto.

-Pero todavía no me entiendes.

La miro a los ojos para que entienda que no puede quedarse acá. Ella tiene que entender que quedarse en Lit no es una opción. Los peligros que hay cada segundo en todos lados ponen su vida en riesgo, y además, tarde o temprano perderán las esperanzas y la desconectarán. Nada es para siempre.

-Esta no es tu vida. ¡Estás en coma! ¡Dormida! Tienes que volver con tu familia y tus amigos.

-Simón, no quiero dejarte.

-Y yo no quiero dejarte ir. Pero eso sería muy egoísta de mi parte – susurro.

Apoyando mi frente en la suya la miro. Nunca pensé que algún día conocería a alguien que me hiciera sentir completo desde que murió Stephen, pero ella lo hizo. La abrazo con todas mis fuerzas y con los ojos cerrados guardo su imagen en mis recuerdos. Sus ojos, su pelo siempre enredado, su mirada tímida, la forma en que se pone colorada cuando me acerco a ella, sus brazos cruzados cuando está enojada y su risa. Mi resistencia se quiebra y apenas me muevo un centímetro para besarla.

Y entonces entiendo que es el amor… ¿Por qué la amo? Lo que siento no es tan solo un capricho, es un deseo. Deseo de abrazarla cada segundo y simplemente quedar así por horas. Deseo de mirarla a los ojos y decirle lo perfecta que es para mí. La deseo más que nada; más que mi vida. Pero el amor no es sólo un deseo… es un poder. Verla sonreír me da fuerzas y verla llorar me hace seguir adelante, sólo por ella. El poder de dar la vida por ella porque si le pasa algo ya no tendría un motivo para volver a sonreír. El poder de dejarla ir aunque fuera lo que más me duele. Dejarla ir por su bien. Dejarla ir.

Sin dejarle opción, sin avisarle, sin pensarlo, la empujo hacia la oscuridad.

Y la veo caer.

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