CAPITULO 25

314 15 0
                                    

La playa está completamente atestada de gente. Niños corriendo por todos lados, mujeres tomando sol, cometas en el cielo nadando en el aire y haciendo sonreír a montones de niños, hombres jugando al fútbol. Todos hablando en español, nadie con un perfecto inglés, nadie que nos comprenda siquiera un poco.
Hay vendedores de comida, hombres negros vendiendo joyas, puestos andantes que venden ropa de pasada, algunas personas extrañas que hacen trenzas de cera, tatuajes con poca duración.
Algo viene de repente a mi mente cuando me pongo de espalda al sol. Aunque esta playa no tiene nada que ver con las playas de México a las que íbamos con James, me trae recuerdos de cuando no estábamos tan enamorados. De cuando peleábamos siempre, donde sea que nos encontráramos. Me río sola y en silencio.

—Megan, quieta —dice James por tercera vez.

Mi esposo está intentando mantener a los niños quietos mientras les coloca bloqueador para que no terminen como cangrejos, pero es difícil mantenerlos estáticos porque está lleno de cosas que ellos nunca han visto. Cometas de colores que nunca han tenido y quieren señalar, justo cuando James quiere ponerles bloqueador.

—¿Vas a tomar sol todo el día? Quizá quieras ayudarme con los niños.

Niego con la cabeza aplastada en la lona. James dice una maldición entre dientes. Ashley pega un grito de emoción de repente y me veo obligada a alzar la vista.

—Quero trenza.

Me siento en la lona y bostezo. El sol da mucho sueño, más cuando no hay nada que hacer. James me está observando y se ríe.

—¿Qué pasa?
—Quiere una trenza.

Me muerdo el labio inferior y observo a donde el dedo de Ashley señala. David se sienta a mí lado en la lona y apoya la cabeza sobre mi brazo tostado por el sol.

—¿Tú quieres una trenza?
—No, yo ya no. —Frunce la nariz llena de pecas—. Yo quiero un tatuaje que diga David.

James frunce las cejas y libera a Megan de su agarre. La niña se toca la muñeca y se da un pequeño besito allí mismo, sobre sus pulseras de fantasía.

—Yo también quiero una trenza. —Me encojo de hombros.
—No, tú no.

Megan toma su balde de plástico y un rastrillo verde para la arena y se sienta a mí lado mientras hace un pozo en la arena.

—Vamos a escarbar hasta encontrar el infierno.

James yo reprimimos una carcajada. David se burla de su hermana, a diferencia de Ashley, que toma una pala celeste de plástico y comienza ayudando a su hermana.

—Vamos, James yo quiero una.
—No, tú no.
—Sigues siendo malo como cuando fuimos a México.
—Papi malo —canta Megan divertida.

Ashley larga una risotada y camina unos metros con el balde en manos antes de tirarlo en una pequeña montaña de arena. Vuelve y se sienta nuevamente al lado de Megan.

—No tengo que pedirte permiso a ti —le digo.
—Pero no quiero que te hagas una.

James tiende una loca a rayas a mí lado y comienza por acomodar una sombrilla porque los niños no pueden estar tanto al sol, menos David que tiene una piel clara y pecosa, ojos claros y cabello rubio, que atrae al sol en menos de dos segundos. Así que allí se acomoda mi hijo mayor en una mini reposera y observa el mar desde su punto de vista.

—Por favor. —Echo la cabeza hacia atrás para observar a James.

Mi esposo niega con la cabeza.

—Bueno, llevaré a las niñas a hacerse una trenza, ¿vienes?

Niega con la cabeza y se inclina en la lona para que no le de el sol en la cara y su rostro quede bajo la sombra de la sombrilla de colores.

Pongo a Ashley de pie y la sacudo un poco antes de ponerle las sandalias con presilla, lo mismo a Megan. David se las coloca solo porque "ya es todo un adulto".

El hombre que coloca las trenzas es claramente un africano que asusta a Megan. David se sorprende al ver la blanca sonrisa de tal hombre de piel oscura, Ashley solo ni lo mira, se concentra en agacharse y sentarse a jugar con la arena mientras esperamos.

—Hola —dice el chico en español.

Le respondo con una sonrisa y luego intento explicar que no hablamos español, solo inglés. Él me entiende y habla inglés a la perfección, así que le agradezco un par de veces y luego procedo a preguntarle cuánto va a costar, él me responde cuánto es en pesos argentinos.

—Empezaremos por esta niña —dice en inglés. Le sonríe a Megan y ella retrocede dos pasos.

La empujo levemente y el chico la hace sentarse en una silla, le muestra montones de trenzas de colores ya hechas para que ella elija. Mi hija pronto se olvida de tenerle miedo a Morgan y elige una trenza rosada con mostacillas celestes.

Al cabo de media hora, las niñas tienen una trenza cada una y a David le están terminando el tatuaje poco duradero. Dice David justo como él quería.

—Ya hemos terminado —dice y me regala una sonrisa.

David se baja de la silla y le muestra a sus hermanas. Les pido que se queden jugando en la arena un rato y que me esperen.

James está durmiendo bajo la sombra de la sombrilla. Tiene un ojo medio abierto que le causa gracia a mis tres hijos, le tiro arena dentro del ombligo y solo se pasa una mano por la cara. Parece un oso perezoso.

—Papi dormilón —dice Ashley.
—¿Vamos al mar? —Pregunta David.

Las niñas se emocionan, pero yo solo me siento en la lona al sol y les pido que se acerquen. Tanto que ha tardado James en colocarles bloqueador y ahora debemos reponerlo. Uno a la vez es prácticamente bañado en bloqueador.

—Hola.

Caroline llega a nosotros y los niños se abalanzan sobre ella.

—¿Cómo te ha ido?

Ella asiente sonriendo y sé que es un "de maravilla". David decide quedarse con nosotros en vez de ir al mar, pero Megan y Ashley esperan a que Caro se bañe en bloqueador para que las acompañe a hacer castillos a la orilla del mar.

—James —lo llamo.

Se remueve un poco, pero lo único que logro es que la arena de su ombligo caiga sobre la lona a rayas, no se despierta. Da media vuelta y se acuesta boca abajo. David toma su balde naranja y lo entierra en la arena para seguir haciendo el pozo de las niñas aún más profundo. Sacudo mi lona y la acerco un poco a James, quedando mitad sol mitad arena. Me acuesto allí y me acodo junto a James, abrazándolo por detrás. Él toma una de mis manos que reposa en su panza y entrelaza nuestros dedos.

—¿Ya han vuelto? —Pregunta adormilado.
—Si —digo y beso su fría espalda.
—Espero que no te hayas hecho una trenza.
—Pues sigue esperando.  

LA BELLA Y LA BESTIA (JAMES MASLOW Y TU) SEGUNDA TEMPORADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora