Capítulo XXI: Resignación

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El mismo ritmo, enjaulada en cuatro paredes, limitándome a ver por la ventana. Debe estar por terminar diciembre. Las puertas solo son abiertas para que Sara me traiga la comida. La única diferencia es que estoy recibiendo las tres comidas diarias. Sería algo reconfortante, sino fuera porque la mayoría de lo que como mi estómago no lo acepta.

Me estoy enfermando de alguna manera y, nuevamente, no hay ninguna señal de Dean. Me despierto en la enorme cama, arropada por las cálidas sábanas. Me desperezo, lánguida, y por un instante pienso que todo lo ocurrido durante estos días ha sido un mal sueño; pero la insistente molestia de mi estómago me obliga a levantarme e ir directamente al baño.

Todo en mí se vacía.

Miro por el espejo del lavamanos y veo orejas bajo los surcos de mis ojos. El rostro de la vergüenza y del miedo está expuesto como reflejo de una viva imagen algo denigrante. Entonces, la puerta de entrada es abierta. Un ruido de pasos severos se acerca al baño. No puedo voltear, porque mi corazón sabe quién es. Late de pánico, estupor, desesperado...

—London. —Su voz es apacible para mi sorpresa.

Apoyo mis manos en el lavamanos, suspirando vagamente en lo que tomo fuerzas para encararlo. Ahí está, me sorprende. Viste con una bata de médico, lo miro extrañada. Su uniforme es celeste tanto la camisa y su pantalón. Se ha cortado su cabellera larga, dando paso a una corta.

—¿Has comido todo lo que se ha enviado? —cuestiona, apoyando su cuerpo en el marco de la puerta.

Es médico, según él, cómo podría mentirle. Así que, sin más, respondo:

—No.

Su rostro se vuelve severo.

—Te dije que, si te portabas bien, te dejaría visitar a tu amado —inquiere—. Tal parece que no es así.

¿Mi amado?

Random.

Hasta de él me había olvidado por estos días. Es mi vida primero la que me está importando ahora, puede ser egoísta, pero me está pasando algo que me deja en cama débil por horas.

—¿No vas a decir nada? —Mira su reloj— Estoy a punto de ir para el hospital, pensaba llevarte, pero creo que no lo necesitas.

Impaciente de tener un instante libre de esta habitación y con la esperanza de saber de Random, digo:

—Haré lo que quieras.

En segundos, y como reacción a mis palabras, en su rostro surge una sonrisa de malicia. Le estoy dando lo que quiere y ha conseguido una manera de obtenerlo.

—Entonces, desnúdate. —Su orden hace temblar todo mi ser.

Desnuda ante él una vez más.

Me deshago de mi ropa totalmente hasta quedar expuesta sin nada que cubra mi piel. El frío de la habitación hace efecto en mí, haciendo que mis bellos se ericen sin permiso.

London © - [Serie Apariencias] [Libro #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora