Capítulo I: Hogar

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—¡Vendida! —dice con ímpetu el subastador

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—¡Vendida! —dice con ímpetu el subastador.

Confirma mi compra por la suma de 2 000 000 millones un monto de dinero exagerado solo por pagar por el cuerpo de una mujer y su voluntad en total entrega a su dueño. Cuando esa cantidad se debería utilizar para cosas más productivas. Esperaba una última intervención a ese par que conocía: Random y Frank. Al menos, sabría que iría con un conocido, y no con un completo extraño que ahora me tiene en sus manos.

Se acerca a mí el joven hombre de cabellera rubia larga quitándose a su paso su saco. Solo puedo mirarlo subiendo la tarima y cómo extiende su prenda para cubrirme con ésta. Un gesto caballeroso para ser uno de los enfermos que se encuentran en este lugar comprando cuerpos.

—Asegura los botones. —Su magnética voz me hipnotiza por segundos.

Al verlo cerca es más joven de lo que esperaba. Agarra mi mano, encaminándose a la salida llevándome con él. Doy una última mirada hacia los chicos, pero ellos ya no están.

¿En qué momento se fueron?

—¿Hacia dónde vamos? —digo en voz baja, no quiero ser insolente, porque no sé con qué clase de hombre estoy tratando.

Había sido fácil fastidiar a Random, porque se ganaba mis insultos. Sin embargo, el rubio no me dice nada. Solo veo su espalda que bloquea mi visión por el camino. La oscuridad del lugar se aclara a medida que nos acercamos hacia una luz.

Salimos hacia un parqueadero, se detiene y voltea para encararme.

—Él debe estar enfadado, porque ahora eres mía —comenta confiado, mirándome de pies a cabeza.

Se me hace un nudo en la garganta.

¿Se refiere a Random? ¿Será su enemigo?

No lo descartaría.

Volteo para atrás para ver si alguien está cerca observándonos. Al menos quiero que existan testigos de mi muerte.

¡Para, London!

Estás exagerando.

Me hago la tonta y le pregunto curiosa:

—¿Quién?

Sonríe de manera agradable.

—Esa es una información que la sabrás después, porque ahora debo llevarte a tu casa.

—¡¿A mi casa?! —suelto, sorprendida.

Una brisa acaricia mi piel haciéndome temblar ante el eminente frío. Me acomodo más el saco ajeno que cubre mi cuerpo, aquel que tiene un olor a sándalo y lavanda. Mi respiración se deleita con tal delicioso aroma.

—Sí —confirma. Su rostro de amable cambia a serio e inquiere— ¿Acaso no quieres ir casa?

Aclaro mi voz y me apresuro en responder:

London © - [Serie Apariencias] [Libro #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora