Enjambre

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La calle lucía despejada, ningún sonido se escuchaba que los alertara de algún peligro

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La calle lucía despejada, ningún sonido se escuchaba que los alertara de algún peligro. Juan apretaba el mango de su hacha constantemente, algo en su interior no le permitía bajar la guardia. Ese día estaban explorando una de las zonas comerciales del pueblo. Era una sección sumamente dañada. Vestigios de combates eran visibles por todas partes. Orificios de balas en autos y edificios, como daño por algún tipo de explosivo se dispersaban por todo el lugar. Decenas de cadáveres, devorados, calcinados y podridos estaban regados por las calles a solo metros de su ubicación. Eric se acercó a Joan quien estaba apuntó de asomar su rostro por una esquina. Le tocó el hombro para que supiera que estaba a su lado y listo. Con lentitud Joan miró en esa dirección. La mujer liberó una fuerte respiración al ver lo que se encontraba delante de ella. Con cautela Eric observó en esa dirección y solo pudo dar unos pasos hacia atrás.

—¡Mierda!—dijo él con su rostro estremecido. 

—¿Qué les pasa?—preguntó Juan.

Ellos solo le hicieron señas en la dirección de la esquina. Al Juan observar se dio cuenta porqué estaban tan asustados. Delante de ellos, un enorme enjambre de seres podridos cubría la carretera. Eran tantos, que tropezaban entre ellos al caminar y no se veía un fin a sus filas. El grupo no supo que decir o hacer por unos instantes. Los seres estaban silenciosos, como en un trance provocado quizás por la falta de algún tipo de estímulo.

—Debemos encontrar otra ruta y rápido—sugirió Juan—. Síganme.

Joan y Eric obedecieron con rapidez, alejándose con cuidado para evitar ser vistos por los cadáveres. Regresaron varios metros por el camino por donde habían llegado y giraron hacia la derecha por un callejón. Esto los llevó hasta la parte trasera de varios edificios. Intentaron una a una abrir todas las puertas que encontraban. Al quinto intento, Juan encontró una sin cerrojo. Con cuidado entro en esa edificación de cuatro pisos seguido muy de cerca por Eric y Joan. Subieron por las escaleras en línea. Joan vio la entrada de uno de los pisos semi abierta e intentó cerrarla. Lo cual la dañada cerradura no le permitió.

—Olvídala, sigamos—ordenó Juan.

—¿A dónde vamos?—preguntó Eric.

—A la azotea, desde esa altura podremos tener una mejor idea de donde estamos y como se encuentra los alrededores—afirmó Juan.

Sin abrir ninguna de las puertas que encontraron en el trayecto, subieron hasta llegar a la entrada de metal oscuro que les daría acceso hacia la azotea. Estaba cerrada con un candado así que Juan utilizó su hacha para intentar abrirla. Un fuerte sonido se dispersó por los corredores al Juan golpearla con su arma. Lentamente la puerta con cerradura dañada se abrió al ser empujada. Con caminar tambaleante, cuatro muertos andantes salieron y siguieron el sonido. El gemido de su sufrimiento llegó primero a los tres exploradores.

—¡Con un demonio!—exclamó Eric—. ¿De donde rayos salieron?

—Mas vale que abras esa puta puerta pronto—advirtió Joan descendiendo con su machete listo.

El Reino de los MalditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora