Búsqueda que nunca acaba

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Una puerta se abrió con violencia, unos seres podridos salieron tambaleantes de ella, un hacha se levantó cayendo sobre uno de ellos como si fuera una roca

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Una puerta se abrió con violencia, unos seres podridos salieron tambaleantes de ella, un hacha se levantó cayendo sobre uno de ellos como si fuera una roca. Un pedazo de tubo destrozó a otro y un machete le cerceno la cabeza a uno de considerable altura. Uno a uno, los seres fueron cayendo hasta que todos fueron eliminados. Esto a solo minutos de los primeros rayos del sol. Joan se recostó de rodillas contra una pared recuperándose del esfuerzo realizado. Gotas de sangre de su último rival bajaban lentamente por su machete. Juan observaba por una ventana, atento, alerta y listo par continuar la batalla si era necesario. Andrés trataba de limpiar su arma en las ropas de uno de los cadáveres. Su camisa azul tenía destellos rojos obsequiados por ese contrincante. Los tres estaban exhaustos y alterados con su adrenalina al máximo. Pero si ese pequeño colmado les proveía de algún alimento y suministros, haber comenzado al amanecer habría valido la pena. El diminuto local ya tenía indicios de saqueo. Latas, pedazos de góndolas y basura, yacían esparcidos por el suelo. 

Se veía más alentador desde afuera—comentó Andrés.

—Si, esperemos que haya algo de provecho—respondió Juan sentándose al lado de Joan—. Busquen bien, debemos encontrar comida.

—Eso espero, echaré un vistazo cerca de las neveras—dijo Andrés caminando en esa dirección.

Luego de la advertencia que recibió de los demás, este oficial de la policía estatal comenzó a actuar de una forma más favorable para el grupo. Incluso empezó a hacer tareas y fue de los primeros en ofrecerse para este viaje en busca de provisiones. Claro esta, su actitud hacia Ismael no había cambio en lo más mínimo. Joan y Juan se miraron uno al otro y se unieron en la búsqueda de los alimentos. Registrar todo el lugar no les tomaría mucho tiempo y para su desdicha, no fue mucho lo que encontraron. Juan se acercó a una de las ventanas vigilando el lugar con mucho detenimiento. Le preocupaba el creciente número de esos seres que se encontraban en la zona central. Lo cual solo traería más dificultades para sus ya difíciles vidas.

—Parece una maldita convención de esas cosas—mencionó Juan.

—No me agrada para nada, será más difícil movernos cada día—respondió Joan acercándose a la ventana.

Andrés registro las neveras pero no encontró nada útil. Levantó varias latas de suelo y desanimado las tiró de nuevo. Nada de lo que había en ellas era alimento. Se acercó a un cuarto cerrado al lado sur del establecimiento. Detuvo su mano a solo centímetros de la cerradura. Movía su mano inquietamente dudoso de abrirla. Solo cuando Juan se acercó tuvo el valor de girar el cerrojo. Ambos hombres entraron con armas listas. La recámara era el almacén del negocio, tenía varias góndolas anchas de metal que una vez estuvieron llenas, pero en ese momento estaban llenas de desilusión. La habitación tenía una puerta de madera al lado izquierdo y varias manchas de sangre adornaban el suelo.

—¡Mierda, no le queda nada!—exclamó Juan.

—Por que no me sorprende—dijo Joan al entrar al almacén—. Todo el lugar esta así, fue saqueado hace mucho tiempo. Solo encontré estas latas de vegetales, ¿A quien le gusta el brócoli?

El Reino de los MalditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora