Con nosotros o sin nosotros

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La fría brisa azotaba desde el oeste, y las nubes oscuras de lluvia amenazaban a pocas millas de distancia

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La fría brisa azotaba desde el oeste, y las nubes oscuras de lluvia amenazaban a pocas millas de distancia. Cuidadosamente se acercaron a una figura de un animal hecho en metal gris ya mohoso. El cual era el emblema de un antiguo festival en el poblado. La carretera giraba hacia el interior del pueblo, pasando por una abandonada subestación de energía. En su interior varios seres podridos con uniformes de la compañía de luz en la cual trabajaban, gemían y caminaban sin motivo. Uno de ellos tenía incrustado en su costado un pedazo de varilla que le atravesaba de un lado al otro. Otro carecía de la mitad de la piel de su rostro, dejando ver un mechón rubio en el lado aun con piel. 

—Muy bien—dijo Juan escondiéndose detrás de un poste de concreto—. Se ve despejado a pesar de ellos. Eric, Andrés y yo iremos primero y trataremos de encontrar un lugar para resguardarnos.

—Yo no abandonaré a mi esposa en este lugar—advirtió Andrés.

—Con un demonio hombre, con tu ayuda se hará mucho más rápido.

—Iré yo, no sigan discutiendo—mencionó Joan.

Con rabia en sus ojos Juan miró a Andrés deseando darle una paliza. Joan siguió insistiendo hasta que sintiéndose forzado Juan aceptó. No sin antes entregarle una mirada seria a Andrés. La actitud de este hombre solo se había vuelto peor al estar a la intemperie.

—Mantente alerta, si es que puedes hacer eso, uno de nosotros regresará para guiarlos al lugar. Si ven que nos tardamos demasiado no vengan a buscarnos. Esperen que uno de nosotros regrese.

—No lo haré, de eso puedes estar seguro—contestó Andrés con frialdad.

—Lo sé, prácticamente no sirves para nada.

Respirando profundo Juan comenzó a caminar junto a Eric y a Joan. Pasaron con mucho cuidado la avenida sin alertar a los muertos en la planta. Con rapidez notaron la escasez de vehículos según se adentraban en la calle del pueblo. A ambos lados, edificios destruidos por llamas, como escombros les hacía temer que en cualquier momento surgirían algunas de esas criaturas de ultratumba. Por más de media hora se la pasaron escondiéndose en distintas partes de su trayecto.

—Este pueblo está peor que el otro—mencionó Eric—. Ni siguiera hay autos que se vean útiles.

—Luego nos preocupamos de eso, estén atentos—comentó Juan apretando su hacha.

Pasaron delante de un abandonado centro de cuido de niños. Joan se quedó mirando el lugar. Por alguna razón sus ojos marrones no podían apartar la vista de el. Paredes con colores llamativos y arte para niños que en un momento les daban la bienvenida a decenas de pequeños, habían sido contaminadas por enormes manchas regadas de sangre. La mujer se acercó un poco tratando de estudiar el lugar, quizás pensando que podría ser un refugio temporal. Su aire fue arrebatado en un instante, cuando de entre la puerta principal, varios seres de pequeña estatura salieron sin ningún deseo de ser adorables. Detrás de ellos tres cuerpos adultos caminaban junto a ellos como si aun realizaran su labor. Todos fueron detenidos por un grueso portón, que una vez sirvió para mantener los peligros externos alejados de sus tiernas vidas. Entre ellos, una niña de cabellera negra con moños, con una abertura en su abdomen arrastraba una muñeca sin una pierna. Sus ojos pálidos se enfocaron en Joan quien fue invadida por la pena.

El Reino de los MalditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora