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La tempestad comenzaba a dar indicios de perder fuerza

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La tempestad comenzaba a dar indicios de perder fuerza. Ya no se escuchaban los truenos pero si continuaban las lluvias aunque con poco viento. Vannesa junto a Eric lograron llenar todos los envases y botellas disponibles lo que les daría una buena reserva de agua. Hacia pocos minutos que Andrés y Joan habían regresado y luego de cambiarse las ropas por unas secas comenzaron a contarles a los demás sobre su descubrimiento. Les narraron del camino alternativo al centro comercial como del descubrimiento de las horrendas pieles. Este último hizo que Vannesa se sentará en el suelo al lado de su esposo buscando su calor y protección. En esta ocasión Andrés no dudo en dárselo.
—Me hubiera conformado solamente con saber que habían encontrado ese camino—dijo Eric—. Mierda, pieles por el suelo y eran humanas, con un demonio, esto cada vez se pone peor.
—Y eso que no lo oliste—afirmó Andrés  dándole un beso a su esposa.
—Lo que vimos debe tener algo que ver con los Dretch's—aseguró Joan—.
—¿Por qué lo crees?—preguntó Eric.
—Había manchas de un líquido verde y apestoso. Sabemos que así es la sangre de esas cosas.
—¿Qué estás diciendo, que esas cosas eran humanas?—preguntó Eric con seriedad.
—Solo piensalo un momento, eran pieles humanas, rasgadas como las de las serpientes cuando cambian sus pieles.
Eric se colocó las manos detrás de la nuca dando varios pasos de lado a lado.  Andrés abrazaba a su esposa quien lo apretaba con fuerza. Las miradas de todos solo demostraban preocupación.
—Si es así, eso quiere decir que esas cosas eran antes muertos vivientes—mencionó Eric.
—Eso piensa Joan y por lo que vi en ese lugar no es tan descabellada la idea—respondió Andrés.
—¿Están insinuando que todos  los muertos se convertirán en esa cosas?—preguntó Vannesa inquieta.
—Si fuera así ya todos lo serían—respondió Joan—. No se, debe ser que no todos cambian. Quizás el virus original  muta y cambia a algunos solamente.
—Dios santo—exclamó Vannesa, gracias a Dios que ya están aquí.
Vannesa le dio un beso y un abrazo a su esposo, acción que tanto Eric como Joan vieron con recelo. Esta última por saber del romance entre Eric y ella.  Joan se levantó y caminó hacia una de las ventanas del lugar. Aunque la noche había descendido  se podían ver las siluetas de los cadáveres que reanudaban su eterna caminata en busca de comida.  Como si las fuertes lluvias y los potentes vientos no hubieran significado nada, comenzaron a caminar sin rumbo fijo. Los truenos habían cesado pero en ese instante un poderoso y cercano rugido se escuchó. Joan retrocedió y miró a los presentes.
—¡Dennos un cabron descanso!—exclamó ella agitada.
Una asustada Vannesa intentó detener que Andrés se incorporara pero este la retiro de sus brazos asomándose con cuidado por la ventana. Su mano derecha ya estaba en su arma lista para utilizarla.
—¿Lo ves?—preguntó Andrés.
—Con esta oscuridad y la lluvia, no—respondió ella—. Pero se escucho  muy cerca.
—Demasiado cerca. Carajo hay esta, no hagan ruido.
—Aléjense de las ventanas, esa bestia los podría ver—pidió Vannesa.
El sonido de metal desgarrándose se escuchó en la cercanía. De inmediato tanto Joan como Andrés le hicieron caso a Vannesa quien no perdió tiempo en aferrarse a su esposo.  Bajo la noche, el cazador partía en dos un auto para llegar al interior en donde un cadáver viviente de alguna forma se había quedado atrapado. En ese momento Joan pudo reconocer los brillantes ojos del ser que arrancaba la cabeza del muerto continuando destrozando y devorando el resto del cuerpo. Fueron eternos esos momentos hasta que la bestia continúo su marcha en dirección oeste del edificio.
—Se fue, el monstruo ese se fue—afirmó Joan tocándose la cabeza.
—Hacía días que no se escuchaba. ¿Mierda por qué ha vuelto?—mencionó Eric.
—No lo se, pero es la segunda vez que pasa por esta calle, debemos hacer algo—comentó Andrés abrazando a su esposa.
—Decidiremos que hacer entre todos. ¿Un momento, dónde esta Ismael?—preguntó Joan  al notar su ausencia por primera vez desde que llegó.
—Bajo a vigilar a Juan antes de que ustedes llegaran—comentó Eric.
—Iré a verlos y les diré lo que descubrimos. Quizás  Juan tenga alguna idea.
—Iré contigo—comentó Andrés.
—Iré con ustedes, no me quedaré aquí sola con esa cosa cerca de nosotros—advirtió  Vannesa.
Por un instante todos los presentes se miraron unos a los otros. Desde el incidente en donde Juan fue herido, Vannesa no se había acercado a el en lo más mínimo. Pero la mirada y actitud de la mujer les hacía entender que si iría con ellos. Sin tener más remedio Joan tomó la linterna de Andrés y dirigió al grupo escaleras abajo.
—Si ese centro comercial esta suplido, podríamos quedarnos en el—mencionó Vannesa sujetando a su esposo de la mano—. Podría haber una planta eléctrica que funcionara. Quizás luz y agua potable.
—Eso no lo sabremos hasta que inspeccionemos el lugar—respondió Andrés.
—Si fuera así lo primero que haría sería tomar un buen café—comentó Joan al descender de las escaleras y seguir por el pasillo.
—Con un poco de crema—mencionó Vannesa con un gesto de oler ese aroma.
Las mujeres se rieron al estar de acuerdo en esa idea. Era la primera vez en mucho tiempo que Vannesa reía y más aun al hablar con Joan. En ese instante Joan olvido las razones de su malestar con ella. Solo rió y solo dejo de hacerlo al sentir como unas manos rozaban las ventanas cubiertas. Andrés acercó a su mujer a su lado y todos guardaron silencio. Joan apagó la linterna colocándose al lado de la ventana muy atenta al sonido. Todos reconocieron de inmediato el gemido de pena y muerte de un cadáver cercano. Por la cobertura de la noche y las maderas que cubrían la ventana no podían distinguir al ser. Pero su gemido parecía casi al de una mujer. El ser se alejó llevándose su canción de muerte. Al asegurarse que el muerto se alejó Joan alumbró de nuevo con la linterna percatándose en ese instante de que había movimiento en el cuarto en donde estaba Juan. La luz de una vela se podía notar entre la pequeña abertura de la puerta que estaba abierta solo un centímetro.
—Ismael eres un tonto—dijo Eric al ver la puerta abierta.
Joan le tocó el hombro a Eric para que no se molestara por el descuido. Después de todo Juan se estaba recuperando y las posibilidades de que estuviera infectado se habían desvanecido. Ansiosa de contarle a Juan de su descubrimiento Joan abrió con rapidez la puerta y entró en ella. Casi dejo caer la linterna al perder sus fuerzas al ver lo que estaba delante de ella. Al entrar Vannesa saco un grito y se aferró a su esposo que miraba con sorpresa. Eric se quedó petrificado por lo que veía.
—¿Qué es esto Dios santo?—gritó Joan.
Delante de ellos un charco de sangre inundaba todo el piso. El cuerpo sin vida de Juan yacía en el suelo con varias heridas en su cuerpo. Mirando el cadáver estaba Ismael, que al verlos dejó caer el cuchillo ensangrentado que tenía en su mano derecha.
—¿No, qué hiciste desgraciado hijo de puta?—gritó Andrés  tomando por la camisa al obeso hombre.
—Yo, yo no hice nada, estaba así cuando llegue—respondió él asustado.
—Es su cuchillo—reconoció Vannesa con lágrimas en sus ojos.
Ismael la observó con sorpresa y desilusión en sus ojos. Andrés no se contuvo y propino un certero derechazo al rostro de Ismael lanzándolo al suelo. Ajena a todo Joan cayó de rodillas delante del cuerpo de Juan. Lágrimas bajaban de sus mejillas al examinarlo con cuidado. Juan tenía varias heridas punzantes en su cuerpo y una profunda en su garganta. Al parecer el hombre se había desangrado sin que pudiera hacer nada. Joan se levantó ignorando que sus manos y pantalón se habían cubierto de sangre.
—¿Por qué?—preguntó Joan dominada por el llanto y la ira—. El siempre fue bueno contigo, siempre te protegió, te ayudo. Demonios no estaba infectado. ¿Por qué, maldita sea, por qué?
—No fui yo—dijo Ismael al levantarse cubierto de sangre—. Salí al baño y subí un momento a buscar algo de comer, y cuando volví  estaba así.
—Es tu maldito cuchillo y lo tenias en tus manos—rugió Andrés arremetiendo en su contra nuevamente.
Andrés no se detuvo y golpeó varias veces a un incapaz de defenderse Ismael. Cegado por la ira sacó su arma y le apuntó al hombre. Eric intervino en ese instante y forcejeo con el furioso Andrés. Al liberarse tres disparos durante el forcejeo, Vannesa se inclinó en el suelo cubriéndose la cabeza. Por suerte los disparos solo impactaron las paredes.
—Andrés baja el arma—pidió Joan alterada.
—Cielo por favor escucha a Joan—suplicó Vannesa.
Pero la conmoción solo se detuvo al escucharse un potente rugido que les congelo el alma. La expresión de Vannesa era una aterrada al escuchar más rugidos que se acercaban. El enorme ser había escuchado los disparos y destrozando todo a su paso se dirigió directamente hacia ellos.  Los tentáculos en su espalda se movían con mente propia  tomando y arrojando a la distancia a todo ser muerto que se interponía en su camino. Joan se acercó a la ventana y miro por una pequeña rendija. Solo podía ver una enorme silueta acercarse. Si pudo ver sus brillantes ojos rojos enfocarse en su dirección.
—¡Mierda nos ha encontró, corran!—grito Joan. 
Sin perder tiempo Andrés tomó a su esposa  de las manos y salió de la habitación seguido por Joan. Eric ayudaba a Ismael a salir cuando el cazador se lanzó sobre esa pared atravesandola con facilidad. Todos miraron con horror como el ser levantaba el cadáver sin vida de Juan y lo devoraba. Al ver a los sobrevivientes  el ente empezó a golpear con sus potentes y gruesos brazos el pasillo intentando llegar a ellos. Andrés le disparó gastando las balas que le quedaban al arma. Aunque los disparos dieron en el pecho y en el brazo derecho del ser, este solo rugió furioso y aumentó su intento de atraparlos. Sangre viscosa emanaba de las heridas de bala pero no tenían ningún efecto en el ser.
—Larguémonos  ahora—ordenó Joan.
—¿Sin nuestras cosas, sin armas?—preguntó Eric.
—Crees que unas escaleras lo detendrán—advirtió ella—. Si subimos no tendremos por donde escapar.
La discusión fue interrumpida cuando el cazador logró romper un pedazo de la pared permitiéndole acercarse más. Los tentáculos golpeaban como látigos las paredes en su intención de atraparlos. Los cadáveres cercanos empezaron a entrar por la abertura creada por el enorme ser. Sin mayor remedio, los sobrevivientes salieron por la puerta hacia la noche y la lluvia. Joan los lideraba aun sosteniendo la linterna y escuchando detrás de ellos al enorme ser mientras destrozaba su refugio al abrirse camino hacia la calle. No sin antes devorar a todo muerto que se le acercaba en sus inútiles intentos de atacarlo.
—Pronto nos uniremos a ti Juan—dijo para ella misma Joan mientras se alejaba con los demás.
Los cuatro ojos rojos del cazador se enfocaron en ellos mientras sus tentáculos golpeaban y levantaban a varios muertos cercanos.  Un sonoro rugido era liberado desde sus enormes y filosas  mandíbulas cubiertas de la sangre coagulada de sus víctimas.


El Reino de los MalditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora