Preparativos

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—¿Bueno, que te parece?—preguntó Jonathan

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—¿Bueno, que te parece?—preguntó Jonathan.
—Podría funcionar—respondió Michael halando con fuerza la pieza metálica—. Aunque creo que la camioneta ha perdido su encanto.
—No iremos a una exhibición de autos, sino que pasaremos entre decenas de muertos.
—Y todos intentarán comer lo que hay en el interior de esta lata—mencionó Michael tocando el vehículo. 
—Sabes, esa imagen no me agrada para nada.
—Muchacho, ya somos dos.  
Durante toda la mañana, Jonathan y Michael se habían dedicado a reforzar el vehículo. Con esfuerzo, utilizaron las partes de los tablilleros metálicos del garaje para cubrir los cristales del auto. Tarea un poco difícil ya que tuvieron que hacer los orificios a mano. Por suerte, habían encontrado tornillos útiles en una caja de herramientas. Además reforzaron el frente  del vehículo con una gruesa pieza de metal para proteger el motor de posibles impactos.
—Bueno ya estamos listos—afirmó Jonathan sentándose en el suelo.
—Espero que así sea—comentó Michael luego de una leve pausa.
—¿Acaso tienes dudas?
—Sobre salir de aquí no, pero me preocupa un poco el trayecto. Debemos estar listos para enfrentar grandes peligros haya afuera. Solo espero que encontremos un buen lugar rápido y lo más alejado de estos malditos seres.
—No lo se amigo, aun tengo mis dudas, ¿Y si nos perdemos en los caminos rurales?
—Conozco lo suficiente esas calles. Se que podremos tomar una de las carreteras menos transitadas y alejarnos de zonas que eran pobladas. Lo más que me preocupa ahora es salir de la ciudad.
Michael camino hacia una de las ventanas y sin permitir ser visto observo sus alrededores. La cantidad de muertos se había triplicado y parecía que cada día surgían más. Para empeorar la situación, tenían grupos de cadáveres por todas partes. Los portones principales estaban rodeados por ellos. Los seres solo caminaban sin motivo aparente, pero al ser tantos inundaban el lugar. A pesar de esto parecía que no tenían idea de que ellos se encontraban en la residencia.
—¿Ya notaste cuántos hay hoy?—preguntó Michael.
—Demasiados para mi gusto.—respondió  Jonathan observando a la multitud de seres podridos.
—Lo que quisiera saber es, ¿Por qué están llegando al pueblo? ¿Qué los atrae?
—Quizás están moviéndose sin rumbo, o solo deben estar siguiéndose los unos a los otros. No lo se.
—Sea la razón que sea no podemos esperar más, tendremos que intentarlo pronto. Esperar mucho tiempo podría significar quedarnos rodeados con tantos de esos malditos que ni con el auto podríamos pasar.
—Deberíamos buscar la forma de llamar su atención en otra dirección. Abrir paso entre ellos.
—¿Y como lo haríamos? Estamos rodeados por ellos. 
Jonathan se quedó pensativo por unos momentos. El joven se había dedicado a estudiar la zona desde que llegaron a la residencia y con lentitud una idea se estaba formando en su mente. Una que parecía descabellada. Pero para este sobreviviente no sería la primera vez que se le ocurría una así.
—Creo que tengo una solución a eso—aseguró Jonathan—. Dame unas horas y creo que te tendré una respuesta.
—De acuerdo, entre tanto digámosle a las chicas—mencionó Michael—. Quizás puedan sugerir algo.
—Iré por ellas ahora.
—¿Por ellas o por ella?—insinuó Michael sonriente.
—¿Por qué dices eso? Iré por ambas.
—Mi muchacho—le dijo el hombre tocándole el hombro—. Diana quizás no sea dado cuenta aun, pero yo si. Me he percatado que están muy cariñosos entre ustedes.
Jonathan bajó la mirada  pero su expresión le contó a Michael que tenía razón en lo que sospechaba. Jonathan no sabia que responder y solo se le ocurrió mirarlo con una tenue sonrisa.
—Me alegra mucho que bajo todo este horror puedan tener sentimientos entre ustedes—dijo Michael—. Pero olvidemos eso por ahora Don Juan, ellas regresaran pronto así que primero revisemos y veamos si podemos reforzar un poco más este auto.
Jonathan asintió con un gesto afirmativo y ambos hombres comenzaron tan importante tarea. En ese mismo instante, en el interior de la residencia, las hermanas organizaban los suministros y revisaban nuevamente la casa. Buscaban cualquier cosa útil que hubieran pasado por alto antes. Habían revisado todo, con la excepción del cuarto en donde el cadáver de la chica había salido a atacarlos. Diana había intentado no tener nada que ver con ella. Ya que aunque estaba muerta, sentía cierta incomodidad por haber tenido que eliminarla. Alexa en cambio decidió entrar y registrarlo con mayor detenimiento. El lugar era un desastre. Aun olía a sangre y mantenía un incómodo aroma a muerte. Además las manchas de sangre tanto en la cama como en las paredes, daban a entender los trágicos y últimos momentos de la joven. Dos ventanas de cristal cubiertas por cortinas rojas eran la única iluminación disponible. Las cuales tenían que mantenerse cerradas para no llamar la atención. Por suerte a pesar de ello, la luz del día se colaba en la recamara.
—No dejes nada sin rebuscar—dijo Alexa—. Quizás encontremos algo de importancia. Revisare el armario, tú revisa  la mesa de noche y el gavetero.
—Esta bien, pero salgamos rápido,  apesta demasiado aquí—respondió Diana.
Alexa abrió el enorme armario encontrándose con ropas de visible valor, zapatos de marcas caras e incluso un grueso abrigo negro. Pero nada que les pudiera servir en ese momento. Diana sin muchos deseos registró el gabetero sin encontrar nada de utilidad. Dirigió su atención hacia la mesa de noche, viendo sobre ella unas fotos en cuadros. Al levantar uno de ellos sintió una gran sensación de pena invadiendole el pecho.
—Eran como nosotras—mencionó ella al mirar el retrato en donde las tres víctimas sonreían juntas—. Eran una familia, y parecían muy felices.
—Diana no hagas eso, solo te lastimas mas—respondió Alexa dejando de buscar en el armario.
—¿Los extrañas?—pregunto un poco quebrantada—. ¿A mama y a papa?
—A cada segundo, en todo momento—aseguró Alexa en un tomo triste.
—¿Por qué tenía que ocurrir esta maldita pesadilla? ¿Por qué tuvimos que perderlos?
Alexa se acercó a su acongojada hermana, quien dejo salir la pena que llevaba en su interior. Tristeza que quizás guardaba desde el inicio de la plaga. Abrazo a su hermana mayor como si fuera la última vez que lo haría. Por unos momentos se fundieron en un fuerte abrazo, Alexa le levantó el rostro con ternura y le obsequio una dulce sonrisa.
—Nos tenemos la una a la otra Cupcake—dijo Alexa—. Y nunca me perderás.
Diana le dio otro fuerte abrazo: —Prométeme algo—mencionó ella mirándola a los ojos.
—Lo que quieras, solo pidemelo.
—Si en algún momento me pasa lo mismo que a la chica, tú te aseguraras de que no me convierta en uno de ellos.  
Alexa la tomó por los hombros con una mirada de espanto en su rostro. Las palabras de su hermana la habían tomado por total sorpresa. Peor aun, la expresión de Diana no dejaba duda de que hablaba en serio.
—No quiero ser uno de esos malditos, prométemelo—le pidió Diana con lágrimas en sus ojos.
—Yo.... —respondió Alexa con dificultad.
—Por favor, júrame que lo harás.
La joven se sintió dominada por una sensación de terror. Solo la idea de perder a su hermana era devastadora. El  hecho que la propia Diana se lo pedía era mucho peor. Por unos momentos Alexa no respondió en un intento de organizar sus pensamientos. Miro a su hermana y con ambas manos le acarició el rostro tiernamente.
—Haremos esto—dijo ella—. Si ese momento llegara a ocurrir y alguna de nosotras es infectada, la otra  se asegurara que no sea un peligro para nadie. ¿De acuerdo?
—De acuerdo—respondió Diana con una ahogada sonrisa.
Las chicas se apretaron el dedo meñique en señal de la creación del tétrico pacto. No sonrieron ni nada por el estilo. Pero sus miradas eran serias y determinadas. Aunque todo cambió cuando Alexa hizo una mueca y su hermana le devolvió el acto con otra lo que hizo que sonriera un poco. Acto seguido siguieron su búsqueda en el cuarto. Alexa rebusco en unas cajas en la parte de abajo del armario, encontrando en una de ellas una pequeña radio. Era de menor tamaño a la que había encontrado Diana, pero lucía moderna. Alexa con una sonrisa se arrodillo en el suelo para examinarla.
—¿Tiene baterías?— preguntó Diana acercándose.
—No, no las tiene—respondió ella al revisarla—. Veré en las cajas, quizás encuentre algunas.
Las hermanas abrieron todas las cajas que encontraron y fue Diana quien dio con un paquete de cuatro pequeñas baterías. Se las entregó a su hermana y ella procedió a colocarlas al aparato. Para su suerte eran las correctas. Una luz roja se encendió en el radio y ambas rieron. Diana estuvo a punto de encenderla, pero su hermana logró detenerla a tiempo.
—Cuidado, ahora no—advirtió Alexa—. Si la escuchan esas cosas, sabrán que estamos aquí.
Diana entendió de inmediato y desistió de la idea. Camino hacia el gavetero y continuo rebuscando en el. Al hacerlo percibió un leve sonido que hasta ese instante no había detectado. Al dedicarle toda su atención lo reconoció como un sonido metálico. Se acercó a la ventana y el tenue ruido aumentó un poco.
—¿Escuchas eso?—le pregunto Diana.
—No, ¿Qué estás oyendo?—respondió Alexa llegando a su lado.
—Creo que proviene de afuera.
Con mucha cautela, Alexa se acercó  a la cortina roja que cubría la ventana de cristal. Al moverla un poco pudo ver directamente hacia el patio trasero de la residencia. Lo que vio, la dejó sin palabras por unos momentos.
—Busca a Michael—dijo Alexa en tono grave.
—¿Qué ocurre?—preguntó Diana mirándola.
—Ve a buscarlo ahora—repitió seriamente la mujer.
Al verla tan seria Diana actuó con rapidez y salió a encontrar a Michael. Alexa volvió a asomarse por la ventana tragando un poco de su propia saliva. Al final del patio de la lujosa residencia, se encontraba un pequeño portón que daba acceso a la calle. Tenía un pequeño corredor de bloques marrones que hacían un diminuto callejón. En su interior, que no sobrepasaba los cuatro pies de ancho, varios, quizás decenas de muertos hacían fuerza en contra del metal provocando el sonido que Diana había detectado. Momentos luego tanto Jonathan como Michael llegaron con Diana a la recamara.
—¿Qué pasa?—preguntó Michael.
La joven se acercó a su hermana haciendo gestos para que vieran a través de las ventanas. Cuando ambos hombres se dieron cuenta de lo que ocurría  se miraron con gran preocupación. El cadáver que estaba al frente era presionado contra el portón, haciendo que sus manos salieran por las angostas balandras. Esto estaba provocando que perdiera parte de la carne podrida de los brazos.
—Demonios, esto complica todo, ese portón podría ceder—advirtió Michael.
—¿Como pudieron saber que estamos aquí?—preguntó Jonathan observando con cuidado la preocupante situación.
—No importa como lo hicieron, al menos ese grupo sabe que estamos aquí. Tendremos que irnos a primera hora si es que el portón aguanta hasta entonces.
—Y si los eliminamos ahora—sugirió Alexa—. Están atrapados en ese camino, no pueden retroceder.
—Es una opción—respondió Michael—. Pero correremos el riesgo de que más nos vean. Debemos pensarlo bien y si lo hacemos, tenemos que actuar rápido.
—¿Qué opciones tenemos?—preguntó Jonathan.
—Diana, quédate aquí vigilandolos y avísanos si logran pasar—ordenó Michael—. Los demás terminemos todos los preparativos que podamos. Y tú muchacho, más vale que tengas esa idea para entonces.
Diana observó a todos salir de la recamara a toda prisa. Se apostó en la ventana observando a los cadáveres y como el portón continuaba siendo empujado. No era un empuje planeado ni nada parecido. Era más bien un choque de los cuerpos de los muertos con el metal.
—Dios por favor que aguante—pidió casi como plegaria la chica.

El Reino de los MalditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora