Sinopsis

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Aquella tarde después de clases, Emilie, se resguardo dentro de aquella cafetería. Del otro lado del cristal se apreciaba claramente el torrencial que no se animaba a detenerse. Tomó su teléfono y le escribió un mensaje a su mamá diciéndole donde se encontraba para que no se preocupara.

Permaneció allí cautiva entre las páginas de aquel libro, entre ratos tomaba un pequeño sorbo de café y después retornaba al mundo de las letras.

Emilie era una estudiante que recién acababa de comenzar el último año de la preparatoria. Era una lectora nata, leer era su pasión, disfrutaba viajar a otras vidas, a otros lugares, sentir todo eso que las letras podían ofrecerle; un buen romance. Pero también leía porque estaba enamorada, siempre miraba a esa persona dentro de aquellos personajes, imaginaba las escenas de beso solo con él. Desconocía su nombre, sólo sabía que era un profesor de universidad al que un día vio por primera vez de camino a la escuela. Varios meses atrás se atrevió a seguirlo, pero se detuvo en la entrada de la universidad. Era no muy alto de piel blanca, de ojos chocolate oscuro y su voz, la había escuchado un par de veces; era seductora. Su mirada siempre estaba llena de seriedad, no denotaba alguna emoción, y caminaba con la mirada siempre al frente. Emilie suspiró al pensar en él. Era su amor, solo su mamá conocía los sentimientos que por casi dos años guardaba en su corazón por ese hombre, ella siempre le preguntaba después de llegar a casa:

¿lo has visto hoy?

Emilie no podía evitar la alegría al decirle

sí, mamá, lo he visto.

Era una chica enamorada de un hombre al que no conocía, rogaba al cielo poder hablar con él pues sería inmensamente feliz. Pero admitía que lo estaría aún más si estuviese a su lado. Lo imaginaba muy real, tomar su mano, besar sus labios e incluso a veces se preguntaba:

¿a qué sabrán sus besos?

Transcurrieron varios minutos hasta que por fin cerró el libro, vio la hora en su teléfono eran casi las cuatro de la tarde. Levantó la mirada y el corazón se le detuvo por un momento. Estaba muy sorprendida, tanto que comenzó a ponerse nerviosa. Dos mesas delante de ella estaba él, su desconocido mantenía la mirada en aquellos papeles esparcidos a lo ancho de su mesa. Emilie lo observó parecía muy pensativo mientras escribía con su pluma. Sintió mucha molestia al ver a aquella mesera hablándole.

─Aléjate, no le hables ─dijo en voz baja─. Déjame mirarlo.

Escucho claramente que le decía a la mesera amablemente que quería un café expresso.

Emilie pasó el resto de la tarde mirándolo de lejos hasta que recogió todos esos papeles y se marchó. Para ese momento la lluvia se había detenido. Lo vio salir siguiéndolo con la mirada hasta perderse más allá del cristal.

Caminó de regreso sobre las calles húmedas, tomo su mochila y sacó las llaves de su casa, una vez dentro su mamá le dio un fuerte abrazo.

─Hoy vienes demasiado contenta ─Emilie sintió cómo la miraba─. Imagino por qué, pero ¿quieres contarme?

─Mamá, lo vi. Hoy lo vi. Es muy guapo incluso cuando está pensando, estuvo en la misma cafetería donde me quede.

─Y ¿le hablaste?

─No, no puedo. No sé cómo. Lo amo.

─Deberías hablarle la próxima vez. Hija, inténtalo.

─Tengo miedo ─dijo con un tono triste─, no sabe que existo.

─Lo sabrá cuando te decidas. Y quien sabe, a lo mejor él ya te ha visto.

Aquellas palabras ilusionaron su corazón encantado. Estaba enamorada de ese hombre. De ese profesor.

─¿Quieres comer?

─Si, mamá. Por cierto, ya lo decidí. Quiero ser veterinaria.

─¿Enserio? ─su mamá la rodeó y comenzó a besarla varias veces en la frente. Ella era todo lo que tenía en el mundo. Solo eran ellas dos en aquella casa─. Eres mi pequeña.

─Te quiero mucho, mamá.

Antes de irse a dormir deseo soñar con él. Poder rozar sus brazos, mirarlo más de cerca y darle un beso inolvidable.

─Profesor... quisiera que me observaras ─el tono de su voz era una plegaria, era un anhelo atrapado en aquel corazón.

*****

Antes de irse a dormir, Sebastián se dio un baño, la lluvia apenas logró tocarlo si no fuese porque entró en aquella cafetería y alarmado comenzó a sacar todo lo que había escrito durante su hora de comida, por suerte ninguna hoja se había humedecido. Se tomó un expresso, pero por alguna razón sentía esa sensación de que alguien lo observaba, se fue de allí pensando que solo era su imaginación.

Se quitó la playera, era costumbre dormir sin ella, abrazó una de sus almohadas y cerró los ojos. Tenía que descansar, al día siguiente debía estar temprano para impartir sus clases.

 Tenía que descansar, al día siguiente debía estar temprano para impartir sus clases

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