Capítulo 26

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Antes de irse a dormir conversó un rato con su mamá, pero su mente se encontraba en aquel lugar secreto donde Sebastián la había besado con mucha pasión, no podía desconectarse de todo lo que había sucedido, fue un momento maravilloso, era algo co...

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Antes de irse a dormir conversó un rato con su mamá, pero su mente se encontraba en aquel lugar secreto donde Sebastián la había besado con mucha pasión, no podía desconectarse de todo lo que había sucedido, fue un momento maravilloso, era algo como estar soñando y no desear despertar.

Se acostó en su cama, inspiraba profundamente y cada vez que lo hacía cerraba los ojos para verlo, sus labios estaban secos y necesitaba de sus besos mojados. Palpó sus mejillas que estaban calientes. Abrazó una almohada y se aferró a ella, cerró los ojos nuevamente para encontrarse con él en aquel lugar.

Se había sentado encima de sus piernas, lo había abrazado, sus besos eran tan fuertes y exigentes, su lengua había entrado en su boca, aun podía sentirla. Todo se había sentido tan bien. Emilie suspiró, dejó la almohada aun lado, miraba el techo perdida, quería verlo, en ese preciso instante. Lo imaginaba allí, al pie de su cama con esa sonrisa que tanto le encantaba observar, y esos ojos que la ponían nerviosa, entonces se acercaba a ella tocando sus piernas y elevando su tacto, sus caderas se movían al roce de sus manos, la manera en que la miraba provocaba que su ritmo cardiaco se acelerara en un instante. En un instante Sebastián besaba una de sus montañas por encima de la tela de su pijama. Arqueaba su espalda al sentir sus labios húmedos en esa zona.

Emilie abrió los ojos de par en par, su corazón estaba agitado, y su cuerpo entraba en una fiebre que palpitaba y recorría cada centímetro. Sin dejar de lado que en ese momento sentía las gotas de sudor resbalar por su frente.

─¿Qué me has hecho? ─después de sonreír se mordió el labio inferior─. Te amo, Sebastián.

Se levantó de la cama, tomó un cambio de ropa y entro en la regadera, se dijo a sí misma que necesitaba agua fría para poder apagar esa fantasía y lograr conciliar el sueño.

Ni el agua fría podía calmar la mente y cuerpo de Sebastián. El agua recorría su cuerpo en un torrente ligero de agua, era ya de madrugada y no podía dormir, Emilie aún estaba en sus piernas, y recordarla así no solo despertaba esa llama. Puso las manos en la pared y dejo que el chorro de agua callera esta vez sobre su espalda. Quería besarla, sentir su lengua junto a la suya y fundirse totalmente en un beso interminable. No podía callar, y es que ya la había besado así, pero en sus sueños, no se atrevía a decirle por temor, era una chica de buenos sentimientos, muy noble y no quería incomodarla, pero su corazón se había liberó; Sebastián quería acariciarla, tocarla con ternura, recorrerla no solo son la mirada.

«calma... calma...»

Pero una parte de él era imposible tranquilizarla. Cerró los ojos para verla allí, bajo la misma regadera, los dos con la ropa puesta mientras se devoraban en cada beso exigente, Emilie lo abrazaba y él sentía su calor, le repetía tantas veces que la amaba que la haría feliz y que compensaría todo ese tiempo que no estuvo a su lado. Apretaba sus labios contra los de ella, aterrizaba en su cuello y le demostraba que era suya, de él. Las pupilas dilatas de Emilie expresaban más allá de la pasión.

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