Capítulo 13

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El sábado Emilie despertó en la madruga, y al igual que la noche anterior se revisaba su teléfono por si tenía algún mensaje nuevo, pero este nunca llegaba

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El sábado Emilie despertó en la madruga, y al igual que la noche anterior se revisaba su teléfono por si tenía algún mensaje nuevo, pero este nunca llegaba. Pensaba en Sebastián, aquella sensación la alteraba, sentía que estaba muy lejos de él. Lo amaba, aun lo amaba, pero quería algo más que una amistad.

A pesar de lo tarde que era se puso a leer las últimas páginas de aquella libreta, tenía planeado devolvérsela el lunes. A medida que avanzaba se desprendía de la realidad para entrar en ese mundo que Sebastián había creado. Admiraba el potencial de ese personaje, en toda la historia se aferró a aquella fotografía depositando toda su esperanza en ese papel, la busco como un loco por distintos lugares hasta que por fin la encontró, del otro lado de la calle, tenía un vestido blanco, el personaje le susurro unas palabras en la oscuridad de la noche, ella volteo y él admiro esa sonrisa de ensueño.

Continúo leyendo sin darse cuenta que ya había amanecido. Aferro aquella libreta a su pecho, había volado muy lejos, y su corazón palpitaba con emociones encontradas. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, ambos personajes encontraron la felicidad, se amaron sin límites, sin tiempo, sin prejuicios, eran ellos dos y un largo camino por recorrer para que su amor floreciera y diera frutos. Emilie, tenía tantas ganas de hablar con él, pero no sabía cómo. No solo era tomar el teléfono y decirle "hola"

─Lo quiero todo, Sebastián, todo. No solo tu amistad.

Después de terminar con su tarea y los deberes de la casa esperó a su mamá para hacer las compras. Caminaron por el supermercado tomando lo que necesitaban.

─¿Vas a estar todo el día callada?

─No me siento bien.

─Lo sé, hija.

─Es que no quiero que se aleje... ─sentía esa angustia en su pecho─. No quiero.

─No lo conozco, pero creo que solo se protege a sí mismo.

─¿Protegerse? ¿De qué?

─De ti, de todo, no estoy del lado de nadie, pero imagina lo que debió de sentir al verte dudar, te ofreció su amistad.

─¿Qué puedo hacer? No puedo dejárselo todo al tiempo.

─¿Te gustaría hablar con él?

─Si. Sí, quiero ─no dudó ni un momento─. Aunque no sé qué le diría.

─En la vida hay altas y bajas, hija. Creo que es un hombre solitario, se le ve en la mirada.

─¿Cómo puedes saberlo?

─Míralo tú misma ─siguió la mirada de su mamá. No lo podía creer, su profesor estaba en el mismo pasillo, tenía una lata de atún en su mano parecía estar leyendo la etiqueta.

─¿Qué hay de malo que sea un hombre solitario?

«Yo despertaré su corazón dormido»

«Yo, solo yo puedo»

─Ve por él... si lo quieres ve.

─No es el momento correcto, mamá.

─Debes aprender a no dejar ir las oportunidades del destino. El amor es así, misterioso, bondadoso, está lleno de sorpresas.

─Está bien ─suspiró muy nerviosa.

─Me adelantare. Suerte.

─Gracias, mamá.

Emilie camino hacia él, cada paso era eterno, no sabía que iba decirle. Temía lo peor, que se mostrara indiferente.

─Hola ─dijo casi en silencio. Su profesor levantó la mirada sin ningún cambio.

─Hola.

─Veo que solo lleva comida enlatada ─sonrió, pero él desvió la mirada. Eso dolió.

─Si... es que no se cocinar.

─¿Y qué le gustaría comer?

─La verdad, no tengo idea, lo que sea está bien ─comenzó a mover el carrito de compras, ella caminaba a su lado.

─¿Que va a elegir ahora?

─Se me antoja tomar un jugo de durazno y comer helado ¿te gustan? ─parecía que por fin daba a torcer su brazo.

─Si, el napolitano es mi favorito.

─A mí el chocolate o vainilla.

─No me gusta el chocolate.

─¿No?

Ella negó mientras miraba una de sus cejas elevarse─. Me dirá "a quien no le gusta el chocolate"

─No iba a decir eso, eres la primera persona que conozco que no le gusta.

─Profesor. Yo quisiera que nos llevemos bien, últimamente me he sentido distanciada y un tanto desplazada por usted.

─Yo igual me he sentido mal ─esperó a que continuara─. Escucha Emilie, si no quieres mi amistad está bien, puedes seguir tu camino y yo seguiré el mío.

─No es lo que quiero.

─Entonces.

─¿Le gustaría ser mi amigo? ─aquella media sonrisa era mágica. Emilie sentía esas mariposas revoloteando a su alrededor.

─Disculpa mi comportamiento.

─No hay nada que disculpar, profesor. Dígame que sí y comencemos de nuevo.

─Con una condición.

─La que usted quiera.

─Llámame por mi nombre.

─Oh por dios ¿seguro?

─Si, Emilie. Estoy muy seguro de que lo quiero.

Emilie hizo un gesto al sonreír, suspiro sin tener que disimular.

─Sebastián.

─Si, así.


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