Capítulo 09

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Después de terminar de comer y conversar un poco más, Sebastián se ofreció a acompañarla hasta su casa por lo tarde que era

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Después de terminar de comer y conversar un poco más, Sebastián se ofreció a acompañarla hasta su casa por lo tarde que era. Aquella noche algo muy dentro de él se había disipado, no sabía cómo explicarlo, pero se sentía liberado como si una especie de calma comenzara a inundarlo.

Caminaron varias cuadras, poniendo atención a todo lo que esa joven chica le decía.

─¿Hace cuánto que es profesor en la universidad?

─Hace cuatro años y un par de meses ─respondió.

─Llegamos, es aquí.

Sebastián miro aquella casa, las luces aún estaban encendidas detrás de unas espesas cortinas blancas.

─Me la pase muy bien.

─Eso debería decirlo yo, profesor. Gracias, me la pase muy bien. Me gusto hablar con usted.

Sebastián se quedó callado un instante, estaba un poco nervioso, pero tenía que decírselo.

─Emilie.

─¿Sí?

─Estaba pensando y... me gustaría que esto se repitiera. Hablo de salir a comer. Claro si tu-

─Sí quiero. Me gustaría.

Sebastián le dio la mano y ella la estrechó.

─Nos vemos, Emilie, que descanses.

─Vaya con cuidado, profesor. Buenas noches.

Después de despedirse de ella retomó su camino, subió la cremallera de su abrigo y metió las manos en los bolsillos de este. Caminaba con una sonrisa en el rostro, pensando en su alumna y en el momento tan placentero que había pasado a su lado.

Continuo hasta doblar en una esquina. De pronto su teléfono comenzó a vibrar, era un mensaje de Emilie.

Gracias

Minutos más tarde abrió la puerta de su departamento, todo estaba en total silencio. La luz de su pequeña sala estaba encendida, junto a su pantalla los libros intactos. Tomó una de las sillas del comedor y se sentó, experimento en privado un hilo de soledad que se enmarañaba en su pecho. Recostó su cabeza en el cristal del comedor y suspiró profundamente. No entendía lo que le ocurría, era como si su cuerpo fuera un contenedor que lentamente se vaciaba.

Cerró los ojos y pensó en ella, en Emilie y en aquella sonrisa que en su mente había grabado. Comenzaba a sentir la pesadez del sueño, se dirigió hacia su habitación, se quitó la playera y se tiró en su cama.

Emilie se cambió de ropa, el pantalón por un short y se dejó la playera, se metió en sus sabanas, miraba el techo, pero en realidad estaba pensando en él, había sido mágico presenciar sus labios y aquellos ojos tan hermosos. Quería revivir ese momento, verlo de nuevo.

─Te amo, Sebastián. Te amo. Eres muy guapo, deseo con todo mi corazón que te enamores de mí, yo te hare feliz, muy pero muy feliz.

Cerró los ojos lentamente, lo imagino sobre ella en su cama mientras comenzaba a besarla primero chocando sus labios contra los suyos, aplastándolos muy fuerte, después sus ojos se iluminaban con un destello hipnotizante, comenzaba un vaivén de besos que bajaban por su cuello, más abajo hasta llegar a sus montañas y sobre la tela usaba su saliva.

La respiración de Emilie comenzó a agitarse, sentía el rostro ardiente. Sonrió por tener esas fantasías que brotaban de su alma desnuda.

─Sebastián, te amo ─dijo mordiéndose los labios, reteniendo las ganas de volver a esa fantasía una vez más. Y se lo permitió.


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