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Nathaniel recordó la primera vez que vio a Marinette.

Fue mientras estaban en primaria. Unos chicos lo molestaban, entre ellos Kim, que en ese entonces era buen amigo de Iván. Le tumbaron los libros y su cuaderno de dibujos, dejando que las hojas sueltas se desparramaran en el lodo. Pisaron unos, le rompieron otros en la cara. Estuvieron a punto de golpearlo cuando...

ー¡Quítate del medio, Marinette! ーle gruñó Kim, pero ella seguía firme, con los brazos extendidos, puesta entre Nathaniel y sus agresores.

ー¡Está mal comportarse así, él no les ha hecho nada! ーgritó Marinette.

Nathaniel alzó la vista para encontrarse a una niña vestida de rosa, con una coleta más alta que la otra, banditas cubriéndole los brazos y le faltaba un diente de leche,

ーUgh, tienes suerte de ser una niña, yo no golpeo niñas ーdijo Kim, alejándose con Iván siguiéndole.

En ese entonces eran amigos, pero ya eran demasiado grandes para recordarlo. Iván había cambiado mucho, Kim no tanto, pero al menos ya no golpeaba a los niños raros para sentirse mejor consigo mismo; pero quién era Nathaniel para dictar que por eso lo había hecho.

ー¿Estás bien, tomate? ーMarinette le tendió la mano.

ー¿T-tomate? ーNathaniel pensó que se burlaba de él.

ーTu pelo ーapuntó ellaー. Rojo como un tomate.

Nathaniel rechazó su mano, se preocupó por recoger sus cosas rápidamente, aunque muchas estuvieran ya arruinadas. Marinette se tiró al lado para ayudarle.

ー¡Te vas a ensuciar! ーle dijo él.

ー¿Y? ーdijo ella, como si fuera la menor de las importancias o como si quisiera cachetearlo, Nathaniel no lo tuvo en claro.

Ella le pasó sus cosas y él huyó de allí. Se escondió en el patio de atrás hasta que volvió a sonar el timbre. Qué niña tan extraña.

Pero él no pudo evitar fijarse en ella, y mientras crecía la veía más y más, hasta que Marinette pareció volverse la gravedad que lo mantenía estable. No dejaba de pensar en el azul de sus ojos o lo negro de su pelo, y mientras más crecía y toda ella cambiaba y seguía siendo la misma a la vez, todo pareció empeorar para él. Y no ayudaba el hecho de que Marinette fuera... Bueno, ella. Era demasiado gentil y adorable.

Mientras más la veía, mientras más la dibujaba con ferocidad, comenzó a darse cuenta de que ella no era buena con él. Era así con todo el mundo. Ella simplemente estaba dispuesta a ayudar a los demás. Claro, no era perfecta..., pero Nathaniel estaba tan flechado que hasta vanagloriaba los defectos de Marinette. 

Nathaniel lo supo desde el momento en que la vio.

Ella era especial.

Ella merecía a alguien que la amara.

Merecía el mundo completo.

Y aunque Adrien Agreste pudiera dárselo, él no creía que podría amarla como ella merecía.

Marinette era su musa, su inspiración. Siempre había sido ella. Él siempre supo que Marinette gustaba de alguien, todos esos años que la veía ensimismada mirando por la ventana o mientras almorzaba sola ーpor culpa de Chloéー y años más tarde cuando la escuchó hablar con Alya sobre ese chico que le gustaba pero no conocía. A él no le importó, aún tenía oportunidad. Algún día se atrevería, todo saldría perfecto, y ya no tendría miedo de que ella algún día se marchara.

Pero luego llegó Adrien.

Todo pareció encajar. Enamorada del hijo de papi que era modelo, el niño perfecto. Nathaniel no tenía nada en contra de Adrien, ¡pero simplemente no era justo! Él estaba allí, mirándola a través de una ventana, pero ella nunca volteaba a verle, mucho menos pensaba en abrirla; su vista siempre estaba clavada más allá, en un espejo, donde podía ver todo lo que deseaba pero no lo conseguía. Nathaniel estaba dispuesto a darle todo lo que ella quisiera, sólo tenía que abrir la puta ventana.

¿Quién es Chat Noir? [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora