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La escuela estaba en serios problemas. Muchos padres querían sacar a sus hijos lo más pronto posible de allí, pero se acercaba el verano y con él las vacaciones... y los exámenes finales. Al final de una reunión de tres horas acordaron dejar que sus hijos tomaran los exámenes y luego ya se vería lo que sucedería con el Françoise Dupont.

Nathalie Sancoeur fue quien encabezó la reunión y fue tomando las medidas necesarias. Según ella, Gabriel Agreste se encontraba en Finlandia, probando nuevos métodos de estudio para incorporarse en el próximo semestre. Con pesadumbre escuchó a los padres cual monarca escucha las quejas de su pueblo.

Se fue a su habitación. Tenía una en el instituto aunque también tenía posada en la casa Agreste y un apartamento casi abandonado en algún lugar de París. La habitación estaba a oscuras y olía a libros viejos y aromatizante de fresas. Ella encendió la luz. Todo estaba pulcramente ordenado. No tenía nada que hacer salvo dedicar su tiempo en las quejas de los padres y en pensar qué harían el próximo semestre, el instituto estaba cayendo en picada luego de lo sucedido. Se lo había advertido a Gabriel cuando él le habló de querer ser el nuevo administrador y director, pero él no la escuchó, hacía años que había dejado de escucharla realmente.

Se sentó en la mesa para dos que tenía con todo aquel papeleo. Estaba exhausta. En días como aquel se preguntaba cómo serían las cosas si hubiera alguien junto a ella, que se preocupara y le preguntara cómo estuvo su día, que esté esperándola y que esté inquieto hasta que la viera cruzar la puerta.

Ah, pero ella lo había tenido todo. Dos veces. La primera vez le fue arrebatada, la segunda... ella lo decidió así. Nathalie había llegado a concluir que ella no merecía ser feliz.

Quizás tenía razón.

Tomó la bufanda que colgaba cerca de uno de sus libreros. Estaba sedosa y a pesar de los años no se había descosido. Nathalie la pasó por su rostro, dejando que los recuerdos la embriagaran, casi obligándose a eso. La bufanda olía a libros viejos también, a eso y con una indiscutible fragancia a galletas.

Nathalie siempre decía que a eso olía el amor arrebatado.


❇❇❇


André Bourgeois tuvo noticias de su hija. En la pequeña carta Chloé le decía que estaba bien, que no se preocupara por ella y que, primordialmente, no la buscara. Concluía la carta pidiéndole a su padre que se escondiera y cuidara de Beverly. No dejó dirección, no dijo donde estaba, nada. Era algo simple.

Luego de leerla, André comenzó a reírse y a llorar. Su niña estaba bien, estaba a salvo, pero él no lo estaba. Beverly seguía en algún lugar de París, y todo lo que Chloé le pedía era que se mantuviera a salvo.

Ella no sabía que si ella no estaba con él, nunca podría estar a salvo.


❇❇❇


Félix la vio durante largo rato mientras ella seguía hablando con Henry. Él trató de cruzar el brazo sobre los hombros de ella, pero no pudo, Bridgette no se lo permitió. Eso hizo que él se sintiera regocijado. Tenía el celular en su bolsillo, que se sentía como una roca que hacía que se hundiera en un mar negro, así que dio un paso adelante, luego dos, y mientras más se acercaba, más Henry se marchaba.

—Bridgette —la llamó él—. Dejaste tu teléfono en el salón.

Los ojos de ella parecieron chispear y ella acercó la mano algo temerosa para coger el móvil.

¿Quién es Chat Noir? [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora