El tiempo no sana las heridas

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Abro los ojos. Me decepciono al ver que León no está y que es ella la que me está poniendo gasas para bajar la fiebre. Aunque no estoy del todo recuperada, ya me siento mejor. León se pondrá muy contento cuando se lo cuente, cuando le diga que podremos jugar pronto juntos de nuevo. Miro el tarro que me regaló, que está sobre mi escritorio, y sonrío.

—¿Cómo te sientes hoy? —me pregunta la madre María amablemente.

—Mucho mejor —le digo con una sonrisa—. Creo que casi estoy recuperada.

—Aún tienes un poco de fiebre. Sé paciente.

Asiento.

—León... ¿Dónde está? —pregunto—. Quiero decirle que ya estoy casi recuperada.

Ella me quita la compresa de la frente y borra su sonrisa mientras la sumerge en agua.

—Dile que venga, por favor.

Suspira.

—No puedo, Natalie.

—¿Por qué? Seguro que estará encantado de verme. Vamos, llámalo, por favor. Me dijo que quiere aprender a bailar. Puedes darle clases, ¿verdad? Bailaremos juntos.

—León no está —me dice mientras me agarra de la mano.

Me cuesta digerir eso.

—No... ¿No está? ¿Pero cómo? Estará en el patio, jugando; a él le encanta la nieve, búscalo allí.

—Una familia lo adoptó hace cuatro días. Se fue con ellos. Has estado durmiendo mucho tiempo.

Las lágrimas se escapan de mis ojos.

—¿Se fue? —pregunto en shock.

—Quería subir a despedirse, pero no lo dejamos.

Los sollozos se hacen más fuertes.

—Se ha ido sin mí.

—Me dio un mensaje para ti. Sentía romper su promesa, pero dijo que la otra la cumpliría. Te encontrará, sea donde sea que estés.

—Mentiras—susurro enfadada—. Ha roto su promesa. ¡Dijo que nunca me dejaría y me ha dejado sola en este lugar! ¡Lo odio!

—Tienes que alegrarte. Él ha encontrado a una buena familia y tú también encontraras la tuya pronto. Ya lo verás. Tranquila.

Pasa la mano por mi pelo, intentando tranquilizarme. Y lo logra hacer. Pero no logra calmar el dolor de mi corazón.

—Ha roto su promesa. Me da igual si cumple la otra o no. No quiero verlo nunca más.

—Natalie, vamos, no seas así.

—Quiero dormir. Déjame en paz y tira esos estúpidos gatos. Ya no los quiero. —Ruedo sobre mi costado y me arropo con las sábanas, llorando. Mientras observo la nieve caer por la ventana, abrazo a Pinky fuerte.

Se ha ido, se ha ido.

Nunca lo perdonaré.

Trece años después

Estoy sudando. Hay muchas llamas. Corro hacia la habitación de mis padres. Ellos no se levantan. No se levantan por más que los llamo. No se levantan, no...

—¡Natalie! ¡Vamos!

Me despierto y veo los ojos color angustiados de Violeta. Eso solo debe significar una cosa: me he quedado dormida de nuevo. Abro los ojos de par en par mientras mi hermana corre a abrir las cortinas de mi cuarto.

—¡Si no te das prisa llegaremos tarde de nuevo! ¡La boda es a las doce y ya son las once! —me chilla mientras corretea por toda la habitación y va metiendo mis cosas en mi bolso. Su larga melena se contonea de un lado para otro.

El amuleto León GoretzkaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora