Verdades que duelen

357 37 8
                                    


Vamos a uno de los bares de moda en la zona, aprovechando que estamos vestidos para la ocasión. No nos ponen ningún problema  a la hora de entrar, así que estamos eufóricos. Nos sentamos en la barra y bebemos toda clase de cócteles mientras algunas chicas nos sonríen. Una multitud baila animada en la pista, y Max se une a ellos, es como haberlo llevado al parque de diversiones. Rio muchísimo mientras veo como salta, baila y me saluda desde su posición. Sigo riendo sin parar y bebiendo de mi cóctel hasta que mi mirada se cruza con él. Abraza a una bella mujer, la toca, la besa e intiman de diversos modos delante de todos. Y lo peor es que ella no es Natalie.

Me sostiene la mirada y se aleja de la chica cuando sabe que lo estoy mirando.

Dejo la copa en la barra con fuerza sin parar de mirarlo. ¿A qué juega este desgraciado? Me la quiere quitar para utilizarla y hacerla infeliz.

Thomas se acerca hasta la barra y se pone delante de mí. Lo observo con desprecio, aún sentado en el taburete.

—¿Puedo invitarte una ronda? —me pregunta cordialmente.

—¿Se te han acabado las chicas y ahora te pasas al otro bando?

Pone cara de pocos amigos.

—Sígueme —me ordena mientras camina entre la multitud. Y yo lo sigo. No me iré hoy sin decirle algunas cosas.

Me conduce hasta un reservado en la parte de arriba y se sienta en uno de los mullidos sofás que hay. Yo hago lo mismo en frente de él y ambos nos aguantamos la mirada.

—¿Cuánto quieres para alejarte de Natalie y de mí?

Se ve que sobornar es el deporte preferido de este tipo.

—¿Has pasado de pegar empujones a los sobornos? —lo provoco.

—¿Cuánto? Solo dime una cifra, la que sea.

Comienza a sacar su chequera.

—¿Crees que me voy a alejar de ella solo porque me pagues?

—Es como funciona la gente de tus condiciones.

—¿Acaso me alejé de ella cuando la molestabas en el orfanato?

Su rostro palidece.

—Sí, sé quién eres. Lo raro es que ella no te haya reconocido. Veo que no has cambiado mucho con el paso de los años. Distintas técnicas pero igual de odioso.

—No sé de qué hablas —dice mirando hacia otra parte.

—Sí, vale, hazte el loco, quizás a Natalie le resulte más interesante esta historia.

Me levanto y enseguida él se me echa encima y me agarra por la camisa con ganas de pelea.

—Dile tan solo una palabra y te arrepentirás toda tu vida.

Le sonrío con desprecio. Empuño sus manos y las retiro con brusquedad fuera de mi camisa.

—No sé a qué estás jugando, pero no voy a tolerar que le hagas daño. Te vas a casar con ella y sin embargo estás siempre de chica en chica y de cama en cama. No la quieres, así que... ¿Cuál es tu propósito? ¿Quieres sus hoteles?

—Me hace gracia que pienses que te lo contaría a ti. A una rata infeliz que me quiere quitar a mi novia.

—¿Ya no recuerdas que tú también eras una rata? De hecho, estuvimos en la misma ratonera un par de años —digo provocándole. Y lo consigo. Enfadado me pega un puñetazo que me hace caer en el sofá y hace que sangre la comisura de mi boca de nuevo. Y como estoy lleno de valentía y de alcohol, lo ataco yo también pegándole bien fuerte en la mandíbula. Tan fuerte que lo tiro al suelo. Ambos nos levantamos pronto y nos agarramos mutuamente con ganas de más, pero unos tipos de seguridad nos detienen y nos separan.

El amuleto León GoretzkaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora