Pausar el mundo

383 46 19
                                    




Aún soy incapaz de asimilar lo que he escuchado ahí abajo. León ..., ¿un ladrón? Es imposible, él es amable, generoso, sería incapaz de robarle a alguien... O quizá es que yo siempre lo he tenido demasiado idealizado. Unos toques en la puerta me sacan de mis pensamientos, y sé que es él, por eso no le contesto. No sé si quiero verlo en estos momentos. La puerta no parece detenerlo y entra sin mi permiso. Camina hasta sentarse en el alféizar de la ventana donde yo solía ponerme de niña, mientras abrazaba a Pinky y envidiaba a los demás niños a través de la ventana. Me mira serio y yo le devuelvo la mirada sentada en la cama.

—Sé que no tengo excusa para lo que acabas de oír. Y no sabes cuánto desearía decirte que todo eso que ha dicho es una vil mentira para ponerte en mi contra... Pero es totalmente cierto.

Bajo la mirada aún sin poder creerlo.

—Robar es algo muy bajo, León —le reprendo.

—No lo niego. Pero no tuve la suerte que tuvieron  ustedes con sus familias.

La familia que me adoptó me ignoró durante años cuando nació su hijo biológico, entonces yo pasé a ser invisible para ellos. Llegó un día en el que me cansé, cogí mis pocas pertenencias y me fui de casa. Ni siquiera me buscaron, por lo que tuve que ganarme la vida por mi cuenta. No quería acabar en otra casa hogar así que fui cuidadoso hasta la mayoría de edad.

—No lo sabía —digo con un nudo en la garganta.

—No podías saberlo porque, desgraciadamente, lo otro que dijo Thomas también es cierto. Creemos conocernos bien porque congeniamos de pequeños, pero no sabemos nada del tiempo que hemos estado separados.

Es tan cierta esa afirmación que me hace ponerme triste al pensar en los muchos años que hemos perdido.

—Vivía en la calle, Natalie. Luego al menos conseguimos una fea casa en el lugar más peligroso. No teníamos más opción que robar si no queríamos morir de hambre o que nos echasen de la casa. ¿Entiendes ahora? No teníamos otra opción y no es algo de lo que me sienta orgulloso, de hecho me muero de la vergüenza.

Lo comprendo, claro que lo comprendo, pero aún algo me duele dentro, por eso se lo pregunto.

—¿Intentabas robarme la noche en la que nos conocimos? —pregunto bajito.

Sus pupilas se dilatan y no hace falta que me conteste, porque sé que así es. Él quería robarme.

—Sí —admite—. El empeño de tu collar iba a servir para pagar el alquiler durante un año seguramente.

Tomo una gran respiración. Tengo sentimientos encontrados, estoy enfadada, pero a la vez comprendo la situación en la que estaba, ¿quién no intentaría hacer cualquier cosa por salir adelante?

—No sabía que eras tú hasta que te vi la cara, entonces te reconocí al instante. ¿Cómo no iba a hacerlo? He mirado tus fotografías durante años, te reconocería con los ojos cerrados.

Una lágrima se escapa de mis ojos y la limpio rápidamente. No voy a llorar ni a emocionarme, no puedo, no puedo.

—Me quise morir de la vergüenza cuando supe que eras tú y que nos habíamos reencontrado de ese modo. Mientras intentaba robarte... no suena muy romántico —ríe tristemente.

—Pero no lo hiciste —digo cuando el nudo desaparece de mi garganta—, no me robaste. Podrías haberlo hecho. Tengo veinte collares como ese y a ti te podría haber ayudado mucho.

Él me mira incrédulo.

—Nunca te habría hecho tal cosa, Natalie. Aunque en ese entonces fueses una niña malcriada insoportable.

El amuleto León GoretzkaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora