Dolor y esperanza

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Cuando llego a casa estoy hecho polvo. Max  sale de la cocina a toda velocidad con un plátano a medio comer y corre hasta donde estoy yo.

—Te vas a atragantar —le digo.

Él traga con velocidad.

—¿Cómo te ha ido? ¿La has visto? ¿Cómo ha sido?

—¿Eres un periodista o algo así? —le pregunto en broma mientras le sonrío levemente.

—Cuando se trata de tus cosas, sí, lo soy —afirma.

—Eres un chismoso, Max. —Me dirijo hacia mi cuarto donde suelto todas las cosas.

El peso me estaba matando.

Se queda en la puerta observándome con esos ojos redondos como bolas. Suspiro.

—Ha sido extraño. Duro y extraño.

—¿Extraño?

Asiento con la cabeza mientras me quito la camisa.

—Estaba tan guapa, Max.

— León  se nos ha enamorado de nuevo —dice él con una risita—. Pero si ella es tan distinta a cómo era antes, ¿cómo te puede gustar? Digo, tú dijiste que es una  malcriada, odiosa y demás.

—Sí, lo es —afirmo mirándolo—. Pero cuando la miro a los ojos, puedo ver a la niña que era y no lo puedo remediar.

Él asiente.

—Me voy porque me va a dar un empacho de oírte hablar tan ñoño. ¡Suerte para el jueves de nuevo!

Cojo la almohada y se la tiro, pero él es más rápido y cierra la puerta antes de que la almohada llegue a él.

¿Ñoño? ¿Quién es ñoño? Quisiera verlo a él enamorado, veríamos entonces quien es el ñoño aquí.

De todas maneras, no estoy enamorado. No, no lo estoy. Solo estoy enamorado de su recuerdo, no de ella. No de Natalie que vive en una mansión y me insulta cada vez que me ve.

Me paso las manos por el pelo y me voy para la ducha.

*******

El jueves de la siguiente semana llega más rápido de lo esperado. Me vuelvo a poner el traje, el único que tengo, pagado por el señor Muller, y me encamino con todas mis cosas a tomar un taxi que me llevará de nuevo a Natalie.

Cierro los ojos y respiro para tranquilizarme. Cuando los abro me dedico a observar cómo el taxi cruza veloz la ciudad.

Hoy la sesión es exclusivamente con los novios «¡Qué bien!», pienso sarcásticamente. Creo que voy a acabar con un gran dolor de cabeza y quizás también de corazón.

El taxi para enfrente de la verja de la gran casa.

Cuando llego a la puerta y llamo, enseguida el padre de Thomas me abre la puerta.

—¡León! —me saluda sonriente estrechándome la mano—. Muy puntual. Me encanta. Pero no te quedes ahí, pasa.

Me hace un gesto con la mano para que pase al interior.

—Gracias, señor. —Paso al interior y lo sigo por la casa.

Me lleva hasta el jardín donde, para mi sorpresa, están ambas familias reunidas al completo. Todos me saludan amablemente. Vaya, parece ser que algunos ricos también pueden ser simpáticos.

El gran jardín tiene un césped muy verde, hay una piscina en uno de los lados y en el otro lado hay un caminito que lleva a un cobertizo. Está lleno de flores y decorado con gran gusto, con mesas y sillas de hierro forjado, un cenador y varias cosas más.

El amuleto León GoretzkaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora