Otro encuentro, una boda cancelada y una amenaza

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Observo la casa desde el jardín. Las luces aún están encendidas, eso significa que me están esperando, cosa que no deseo en absoluto. Tengo los zapatos en las manos porque me han hecho ampollas y camino descalza. Levanto la mano y observo el anillo de oro blanco que Thomas me ha puesto hace horas. Un nudo se forma en mi estómago.

«¿De verdad serás capaz de casarte con él, Natalie?» Miro hacia otro lado mientras mis ojos comienzan a inundarse nuevamente, y suspiro bajando la mano. No sé qué me pasa. Esta noche realmente no parezco yo. Y el hecho de encontrarme a ese chico allí, en la plaza, me ha descolocado. Admito que inconscientemente corrí hacia allí porque en el fondo de mi alma quería verlo, como si fuese la única persona en esta Tierra capaz de reconfortarme. ¿En qué demonios pensaba? Y para colmo, casi me caigo al suelo cuando me dijo lo de ser su modelo.

Fue como viajar al pasado, como cuando León me sacaba fotos a diestra y siniestra, y yo le juraba ser su modelo por siempre. Me descolocó, él me descoloca mientras más lo conozco. Me repito una y otra vez que es un pobre miserable que no me importa mientras camino hacia la casa llenando de aire mis pulmones. Sé lo que me espera dentro y me pongo aún más nerviosa.

Cuando entro, camino despacio hacia el salón dónde sé que estarán ellos. Los dos giran sus cabezas en mi dirección cuando aparezco y me paro en la puerta abierta. Mi padre suspira aliviado cuando me ve, mi madre en cambio me mira furiosa desde el sillón. Se levanta y viene hacia mi posición. Me siento como un pobre animal acorralado bajo sus miradas.

—¿Dónde has estado? —me pregunta Elizabeth furiosa.

Me quedo mirándola sin poder pronunciar palabra alguna.

—¿Cómo se te ocurre salir corriendo de esa forma? ¿Sabes lo mal que hemos quedado con los Muller por tu culpa? —me pregunta resentida.

Miro hacia el suelo avergonzada.

—Lo siento, mamá.

—¿Lo sientes? No bastará con sentirlo

—Actué sin pensar, lo siento —vuelvo a decir arrepentida.

Mi padre hace ademán de venir a consolarme, pero ella lo retiene.

—No, Nicolás, no vayas. Tiene que aprender de sus errores.

En estos momentos la odio. La odio mucho. ¿Acaso soy la peor persona del mundo por salir corriendo en una situación que me superaba? ¿Acaso no merezco el consuelo de nadie?

—¿Soy su hija o soy una moneda de cambio? —pregunto furiosa.

Los dos se sorprenden de escucharme preguntarlo y abren los ojos de la sorpresa.

—Claro que no, cariño... —empieza a decir Nicolás. Lo ignoro y sigo hablando resentida, aunque él no tenga la culpa—. No sé, a veces me lo pregunto, ¿saben? — Otra lágrima cae veloz de mis ojos—. Me siento como si solo me quisierais para conseguir sus negocios.

Nicolás ahora viene hacia mí. Pone sus manos en mis hombros, pero no quiero el consuelo de nadie, así que me aparto de él.

—No te atrevas a pensar eso, Nat. Nosotros somos tus padres y te queremos — dice mi padre—. Tu madre está nerviosa, no te enfades con ella.

Miro a mi madre que me mira fijamente. Esperaba una respuesta de su parte, como un «No, no eres nuestra marioneta», pero curiosamente no dice nada.

Sonrío levemente a mi padre.

—Necesito estar sola. No me encuentro bien esta noche. —Me giro para subir las escaleras, pero la voz de mi madre hace que me detenga.

—El chico más rico de esta ciudad te ha pedido matrimonio. Deberías estar feliz — dice. Exhalo ruidosamente y aprieto mi mano en torno de la barandilla—. Además, ustedes se quieren.

El amuleto León GoretzkaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora