Yo también merezco soñar

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—¡Por nosotros! — Explica Max mientras choca su cerveza con la mía, riendo—. Bueno, mejor dicho, por mí, porque si fuese por ti, aún seguiríamos pasándola muy mal para pagar el alquiler. Si veo a esa chica a la que le robé, le daré las gracias.

Ríe y bebe de su vaso, yo hago lo mismo. Hoy ha insistido en que nos diésemos un capricho, ahora que podemos hacerlo, así que ambos nos vinimos a un bar del centro a celebrar el robo. No es un motivo de celebración muy honrado, pero ¡qué demonios! Seguramente, esa chica tenga para comprarse otros quinientos pendientes y demás.

—¡Por ti! —exclamo.

—Si le hubieses robado algo a tu querida novia infantil, ahora podríamos estar incluso mejor.

Me retiro el vaso de la boca y lo miro malhumorado.

—¡Estoy bromeando! —exclama.

—Sí, ya, bueno. Quizá lo que deberíamos hacer es buscarnos un buen trabajo de una vez y dejar de robar. Empiezo a estar harto de vivir así.

—¿Ahora que la has encontrado quieres ser un caballero por ella, León? —levanta una ceja divertido.

Lo miro fulminándolo con la mirada.

—¡Vale, ya paro! —ríe.

Yo rió también, porque en parte tiene razón. Quizás sí que quiera impresionarla. Aunque en mi actual situación, eso es una tarea complicada.

Lo miro a los ojos.

—Me haré un fotógrafo famoso.

Él me mira divertido, seguramente pensando que apunto demasiado alto.

—Tan famoso y tan rico que esa niña malcriada se va a arrepentir de todas sus groserias.

—¡Así se habla!

Cuando salimos del bar, Max se va para casa, pero yo decido dar un paseo antes de marcharme para allá. Recorro las calles de la gran ciudad con mi cámara colgada del cuello e intento inmortalizar el mayor número de cosas posibles. Me gusta fotografiar de noche, me resulta muy mágico cómo las luces crean un ambiente totalmente diferente.

Voy a regresar el camino pero un sollozo hace que me quede parado. Hay alguien viniendo y no muy feliz que digamos. La figura se acerca hasta la fuente, en el lado contrario al mío. Es una chica preciosa como un bonito vestido morado.

A pesar del agua y de las luces de la fuente, la reconozco enseguida. La gente la mira llorar desconsolada, pero nadie se acerca a ver qué le pasa. Alzo mi cámara y le saco una foto, y luego algunas más. Me acerco a ella y me siento a su lado. Ella apenas se da cuenta, solo sigue llorando, con la mirada en suelo y abrazándose los brazos como si estuviese muerta de frío. Un bonito anillo de oro blanco descansa en su dedo. Mi corazón da un vuelco al instante. La miro llorar hasta que se calma y se da cuenta de mi presencia. Tiene los ojos negros a causa del maquillaje.

—Tu maquillaje está arruinado. —Alzo la cámara y le saco otra foto. Ella se molesta al instante.

—Déjame —susurra enfadada con la voz entrecortada.

—Creía que los ricos nunca lloraban. Esto es algo insólito, tengo que inmortalizarlo como sea.

Ella aparta la mirada y la pierde en el horizonte. Quizá, después de todo, esté mal de verdad. Me cuelgo la cámara y la miro.

—Pues ya ves que sí —vuelve a susurrar sin fuerzas.

—¿Qué es eso tan malo que te ha ocurrido como para que te pongas así? —le pregunto amable.

El amuleto León GoretzkaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora