III: No te lo permitiré

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Sousuke.

—¿Se toma la dosis necesaria? —preguntó Deborah, una mujer de cabello azul a la altura de los hombros y grandes ojos grises, la mánager de Rin.

—Sí, pero ya sabes que su celo es diferente al de los demás omegas. Los supresores no le funcionan a veces y las fechas de su celo nunca coinciden. —Me recargué en el respaldo del sofá individual y suspiré.

Tengo siete años conviviendo con él y en esos siete años, jamás he podido prevenir que lo ataquen cuando su celo le llega. A pesar de que los alfas también se mediquen con sus inhibidores, tal parece que las feromonas de Rin son más potentes y eliminan los efectos de las pastillas de los alfas.

No es su culpa, lo sé, y tampoco es mi culpa, pero yo soy su mejor amigo. Siempre lo protejo de quienes quieren abusar de él y soy consciente de que Rin pierde la razón en esos momentos, su cuerpo necesita de otro para sentirse satisfecho sin medir las consecuencias de sus actos. Cuando Rin se recupere, seguro me molerá a golpes porque no dejé que su Haru anudara en él.

Ah, ¿cómo pretende que lo abandone a su suerte? Nanase es su amor platónico, pero no corresponde sus sentimientos. Me atrevo a decir que ni siquiera sabía de la existencia de Rin, hasta apenas ayer que se le montó y tuvo sexo con él. ¡Eso me molesta! Si hubiera estado más atento, Haruka no le habría puesto un dedo encima. Y me enfurece porque ese estúpido Haru sólo lo ilusionará y Rin es débil.

—Me acaban de mandar un mensaje y la sesión se pospuso una semana —me informó revisando su celular—. ¿Es suficiente para que se recupere?

—Sí, mañana ya estará bien. —Me reincorporé y fui directo a la cocina. Él debe estar hambriento y acalorado, será mejor que lo consienta o me regañará.

—Eres muy protector, Yamazaki —murmuró Deborah. Apoyó su espalda en el marco de la puerta y me acosó con la mirada—. No sé qué haría Rin sin ti.

—Supongo que sobrevivir, ¿no? —abrí el refrigerador y saqué una charola de carne y algunas verduras.

—¿No te dan ganas de brincarle? Matsuoka es un chico guapo y confía en ti. —Reí ante su pregunta. No es la primera vez que escucho algo así.

—Créeme, lo intentamos y no funcionó —refunfuñé recordando esos cortos días en los que, según, nosotros éramos novios.

¡Dios! Quisimos tener sexo y nos echamos a la cama muriendo de risa porque no se nos animaba nuestro amiguito. Rin se preocupó y me dijo que no me provocaba; yo pensé que era impotente. Finalmente, los dos concluimos que no estábamos hechos para ser una pareja.

—¿Y qué hay de Nanase? —Jalé una tabla y un cuchillo del escurridor y los acomodé en la encimera del centro—. Tachibana me habló y se disculpó por lo que hizo Haruka. Estaba apenado y me pidió esta dirección.

—¿Se la diste? —Comencé a pelar las papas con el cuchillo y luego las piqué en trozos pequeños.

—Si no lo hacía, Tachibana iba a investigar.

—O sea que, ¿lo tendré aquí? —Exhalé profundamente y la observé de reojo, ella lucía apenada—. No creo que venga. A ese tipo no le cae Rin.

Terminé de cocinar después de veinte minutos y me dirigí a la habitación de Rin. Entré procurando no hacer mucho ruido, y de inmediato, su aroma me envolvió con una oleada de feromonas que olían dulce. Acomodé la charola en una repisa al lado de la cama y salí de la recámara tragando saliva y jadeando.

Tú eres mi reflejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora