8

171 29 2
                                    

La temperatura de la estación había empezado a caer repentinamente en picada, casi sin avisar el invierno había decidido adelantarse ese año, y apenas tres días después de aquel inesperado encuentro a las orillas del remanso, las temperaturas casi llegaban a cero grados, lo cual había provocado innumerables problemas en El Santuario, por lo que apenas si D. había logrado tener algo de tiempo para pensar en lo que había sucedido.

El joven líder tuvo que organizar grupos de caza y de leñadores entre otros para buscar las provisiones que les eran tan necesarias, y además de toda aquella vorágine debió de llevar a una parturienta de emergencia y su esposo hasta El Reino, en donde tuvo que someterse a pasar varias horas muy incómodas bajo las miradas de los súbditos del Rey Ezequiel.

Por suerte todo aquel trance había salido bien, y los médicos de la corte sugirieron que la mujer y el niño pasasen las primeras cuarenta y ocho horas en observación. Dwight se sentía en deuda con aquella comunidad, y cuando acompañó dos días después al hombre en busca de su esposa, llevó como retribución algunas de la presas de caza que sus hombres habían obtenido, junto con algunos equipamientos médicos, pero el Rey se negó a aceptar los animales pues sabía la precaria situación que aquellos tenían, pero si recibió los implementos médicos como muestra de agradecimiento.

Dwight se hallaba física y mentalmente agotado. Apenas si había logrado dormir más de cuatro horas por día las últimas noches, pero a pesar de encontrarse extenuado estaba conforme, su comunidad estaba intentando al fin a actuar de manera mancomunada, y para su grata sorpresa aquella noche cuando llegó desde El Reino con la nueva pequeña familia el clima era de alegría en el lugar, y hasta se realizó un pequeño festejo en torno aquel dulce milagro.

Cuando al fin logró llegar a su dormitorio, una cajetilla de sus cigarros favoritos junto con una nota de agradecimiento lo estaba aguardando, el detalle de parte del flamante padre lo hizo sonreír, y sentándose en su desgastada butaca se dispuso a disfrutar de un momento para sí mismo.

Ella volvió a su mente en ese preciso momento en que la primera bocanada de humo se deslizaba a través del aire. Cerró los ojos, dejándose llevar por el dulce e intenso recuerdo que lo invadió.... su voz curiosa, el rose de su piel al tomar su pequeña creación.... Nunca se había sentido tan íntimamente expuesto hasta aquel momento, con tanto miedo al rechazo.... Y fue que cuando ella se acercó a él, el dulce aroma a vainilla y caramelo de Rosita lo envolvió, desatando sobre su piel un deseo aun más fuerte de aquel que lo invadía en sus sueños...

Ella... su anhelo... su secreta obsesión al fin estaba frente a él, casi temió que desapareciera como tantas veces lo había hecho para luego despertarse en un océano de desilusión... Sin embargo, cuando su boca al fin pudo saborearla, casi creyó que iba a perder la razón, era imposible que fuese tan dulce, tan sublimemente perfecta, y sentir como el cuerpo de ella respondía a cada caricia con increíble deseo era algo que iba más allá de lo que se había atrevido a soñar siquiera...

Pero fue cuando ella se separó de su boca que comenzó a sentir una desesperación como nunca creyó posible, lo único que anhelaba era perderse en ese momento y que fuese eterno, haberla saboreado así y que de repente se alejase era una tortura imposiblemente cruel... sentía sin embargo su suave mano aun aferrándolo, podía percibir como la respiración de ambos se había desbocado.... El tibio cuerpo de la muchacha aun estaba pegado al suyo, pero poco a poco se alejaba...

"Esto... está mal... no... no puedo..." la escuchó decir, casi susurrando. Cada palabra que salía de su boca era un cruel puñal, D. sabía que no la merecía, siempre lo había sabido, ella era demasiado para cualquiera, pero por sobretodo, demasiado para él... ya soñarla había sido profanarla.... Él se merecía que lo rechazase, Rosita necesitaba de un hombre diferente... pero si de algo estaba seguro, era que no había hombre en la tierra que la valoraría como el había llegado a hacerlo....

"Por favor... no te vayas" suplicó en silencio... Sabía que esa mujer era más de lo que podía pretender, pero aun así su alma se negaba a dejarla marchar.

Casi por instinto la llamó... el solo hecho de decir su nombre era una especie de bálsamo...

"Cuenta siete días desde hoy. Y estaré de nuevo aquí, esperándote. Entenderé si no vienes... pero aún así te esperaré." Aquel era su último intento. Sabía que tenía todas las de perder, pero su tozuda piel se rebelaba ante el hecho de haber apenas vislumbrado el sabor de su boca, de su cielo, y que fuese tan efímero... y más allá aun, había sentido que la ternura de esa mujer había derrumbado las murallas del dolor en donde por tanto tiempo había permanecido prisionero... Era un maldito ambicioso, no sólo deseaba la dulce piel de aquella que le era imposible, también deseaba entrar en su corazón... y quizás por tal desmedida ambición, lo más justo sería que nunca pudiese disfrutar de ninguno.

Terminó casi sin notarlo su cigarro. Ni siquiera se quitó la ropa para acostarse, y sobre el desprolijo lecho se tumbó, cerrando sus ojos, pensando solamente en ella, dejó que su recuerdo lo acunase. Dentro de tres días estaba fijado el reencuentro, pero en su interior temblaba al pensar que lo más probable es que ella no acudiese. ¿Qué tenía él para ofrecerle, más que un cúmulo de recuerdos dolorosos?.

Enemigos Intimos [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora