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Arie Fleury es mi nombre y nací allá en el año 1315 de nuestra era, en el gran reino de Alvheim, que hacía de frontera entre Suecia y Noruega. Estaba rodeado de extensas llanuras, amables gentes de campo y apenas sí batallas sin importancia.

Alvheim había sido gobernado por la familia de mi padre, el rey Svante, desde tiempos de los fieros vikingos, que siempre fueron héroes para el yo de mi niñez, pese a todas las atrocidades que cometiesen.
Mi madre, la reina Åsa, era una mujer no demasiado hermosa. Más bien, entrada en carnes y de mejillas siempre enrojecidas. Pero, poseía  el cabello suave y rubio, casi blanco como diente de león y los ojos del azul más claro que pudiera existir. El reino de Alvheim era conocido como "la estirpe de Máni" diosa nórdica de la Luna, ya que todos los habitantes del pueblo poseían el color blanquecino del astro en sus cabellos.

Sin embargo, quisieron los dioses burlarse de mí, pues cuando nací, en el octavo mes del año, el Sol brillaba tan intensamente, que tiñó mis finos y casi inexistentes cabellos de manera que se convirtieron en hebras del más brillante oro. Cuando mi bendita madre parió a aquel ser de rubicundo pelaje dorado, el pueblo se desbocó.

Era yo. Arie Fleury. Un niñito que no podía comprender el peso que cargaría sobre sus hombros algún día. Me llamaron Arie, pues en un dialecto de los antiguos vikingos, significaba león. Y, a eso les recordaban mis cabellos. Pero, la gente lo achacó a Odín, rey de Asgard. Y, para colmo de males, cuando abrí los ojos por primera vez al mundo, contemplaron mis progenitores que uno era negro cual azabache y el otro tan verde como las aguas del río Göta.

Según todos, eso era designio de los dioses. Pero, mis padres no dejaron que se me subiera a la cabeza.

Una vez, cuando contaba con cuatro años de edad, me caí al río Göta. Paseaba por la orilla, y la pequeña diadema de oro en mi frente se precipitó de mi cabeza. Corrí a cogerla, pero esta, con un chapoteo, se hundió en el cristalino líquido. No consciente del peligro, alargué la mano, pequeña y llena de hoyuelos, para alcanzarla y, algo se chocó contra mi espalda, haciéndome resbalar. Era invierno en Alvheim, y yo apenas sabía nadar. Me desmayé en la gélida agua.

Recuerdo como cuando me sacaron de allí, me cargaron en brazos y me cubrieron con kilos y kilos de mantas. Mi madre lloró durante horas, sin dejar de abrazarme hasta que recobré todos mis sentidos.
No recuperé la diadema, sin embargo.

Tiempo más tarde, mi padre me contaría el porqué del temor de mi pobre madre aquel día. Me sentó en su regazo y ambos miramos las crepitantes llamas de la chimenea:

"Arie, apenas siete años antes de tu advenimiento, la reina dio a luz a su primogénito. Era el vivo retrato de ella. Un ángel de blancos cabellos y los ojos del color azul de las aguas paradisíacas. Tu madre y yo quedamos prendados del bebé, y fue llamado Leifrerin. (Vendría a ser "heredero").
Fuimos colmados con un maravilloso regalo aquel día. Más..."- mi padre apretó los puños, en torno a los reposabrazos del sillón en que nos sentábamos-. " se prendió la llama de la envidia entre algunos de mis antiguos hombres>>

>> Una noche, un soldado de la guardia, desertó. Secuestró a Leifrerin y lo lanzó al río Göta, con apenas dos años de vida. Fue asesinado, sin apenas ser capaz de armar dos frases completas. Por eso, tu madre se asustó tanto cuando te caíste, Arie.>>
>> hijo mío, no te acerques al río. Es la maldición de los Fleury"- recuerdo quedar muy impactado al saber del asesinato de mi hermano a tan temprana edad.

Wandering HeirWhere stories live. Discover now