- Preparadlo todo- ordené al ejército-. Partiremos mañana al alba. Estad en guardia ante un posible ataque- caminaba por entre las hileras de hombres uniformados y armados hasta los dientes. Estábamos ya muy cerca de nuestro destino.
- ¿Dónde está le rey?- preguntó uno de ellos, dejando caer su yelmo al suelo.
- Aún descansa, pero no tardará en...- comencé a decir, pero fui interrumpido.
- ¿Y, si vos lo habéis matado, príncipe?- alguien en la multitud se hizo oír. Cerré los puños con fuerza.
- ¿Perdona?- Samirah se puso delante de mí en actitud protectora.
- Discúlpate por tus palabras, soldado- advirtió la hermosa joven.
- No es mi rey- el hombre me señaló con asco en su voz.
- Es cierto, no lo soy. Pero, el rey no está en posesión de todas sus facultades en este momento- añadí yo. Alguien me insultó, y pude oírlo perfectamente. Más, no pude relacionar la voz con la persona. Aún así, eso no frenó mi enfado-. ¿Cómo os atrevéis a insultarme? ¡Soy un príncipe! ¡Y, soy el hermano del rey! No soy su esclavo. Y, desde luego, no deseo su muerte.
- Si es así...- un soldado se adelantó, haciéndose paso entre el tumulto de hombres. Era muy joven. De no más de quince años. Y, llevaba el cabello cortado al cero. Sus ojos estaban delineados con Kohl negro y hacían su mirada hipnótica-. Vos enfrentáis mí- habló con un fuerte acento oriental-. Yo gano- dijo, y se señaló con el dedo índice-. Vos marcháis. Vos ganáis- me miró de arriba a abajo-. nosotros leales- concluyó, y se llevó un puño al pecho, golpeándolo repetidas veces, a modo de promesa. O, al menos, eso creí yo.
- El príncipe no escuchará propuestas de un simple plebeyo como tú, Blezzan- escupió mi fiel guardiana, sin apartarse de mí. Yo di un paso, adelantándola. Aún me encontraba algo mareado, de la noche anterior.
- Tomaré mis propias decisiones, Samirah- acaté, sin dejar de mirar al tal Blezzan con ojos entrecerrados-. Pero, gracias- ella abrió la boca para protestar, más una mirada mía la silenció. Me volví de nuevo hacia el muchacho que había osado retarme de aquella manera-. Admiro tu talante, chico. Acepto tu propuesta, me enfrentaré a ti en combate singular... A muerte. Si gano yo, todos me juraréis lealtad- el joven asintió, conforme.
- Arie, no lo hagas- Iwell me sorprendió, poniéndose cara a cara conmigo-. Te matará...- yo le acaricié la mejilla con ternura.
- ¿Tan poca esperanza tienes en mi victoria?- lo aparté de mí con suavidad, y desenvainé a Hlökk pese a sus quejas. Todos los presentes hicieron un amplio círculo a nuestro alrededor, dejándonos a Blezzan y a mí en el centro. Me quité la capa blanca como la nieve, y Samirah la recogió como a un tesoro. Blezzan hizo girar su espada entre las manos, con gran destreza. Yo me dediqué a estudiar sus movimientos con frialdad reptiliana. El chico se lanzó sobre mí con un grito de guerra y nuestras espadas chocaron, soltando chispas. Oí un jadeo por parte de Iwell, pero no me giré a mirarlo. Pues, Blezzan lanzó contra mí otra estocada de su espada curvada. La esquivé con facilidad, moviéndome como una sombra y se la devolví. Más esta no llegó a rozarle. Sin embargo, poco después, sentí como la mortífera hoja de su arma me hería con profundidad en el costado. Apreté los dientes, aguantando el agudo dolor.
A continuación, nuestros golpes se volvieron mucho más fuertes y rápidos. No dándome tiempo a pensar en mi próximo movimiento, pues estaba demasiado concentrado en detener los suyos. El sudor me bajaba por el cuello, mientras yo me quedaba sin ideas. En un arrebato desesperado, lancé mi espada contra él, cercenando su mano izquierda que sujetaba la espada. El grito que Blezzan dejó escapar, recorrió todo el campamento, y cayó de rodillas al suelo, tratando de detener (sin éxito) la hemorragia de su muñón. Exhausto, coloqué la punta de Hlökk en su garganta, mientras mi otra mano apretaba mi costado herido.
Iwell y Samirah soltaron un suspiro. No supe discernir si de alivio o de impresión. El caso es que miré a Blezzan con la respiración agitada, y la afilada asesina de plata en su garganta:
- ¿No vas a... m-matar yo?- me preguntó, pálido como un muerto. Supuse que no tardaría mucho en desmayarse. Retiré el arma.
- Yo no soy un asesino. Y, he ganado- le dije, más amablemente de lo que pretendía en un primer momento. El muchacho puso los ojos en blanco y cayó hacia atrás, inconsciente. Rápidamente, dos hombres lo alzaron en brazos y lo llevaron a la tienda del galeno. Todos los demás soldados desenvainaron sus espadas y las clavaron en el suelo, para después hincar una rodilla en el suelo y bajar la cabeza en señal de lealtad. Guardé la espada y eché a caminar, dolorosamente lento, hacia mi tienda, de nuevo. Pero, alguien me detuvo. Mi casaca blanca estaba ahora totalmente teñida de rojo. La gruesa tela estaba rasgada, y podía ver mi propia carne desgarrada y sangrante.
- Arie...- Samirah me apoyó las manos en los hombros. Solté un gemido de dolor.
- ¡Estás herido!- exclamó Iwell, mirándome palidecer. Comenzaba a ver puntitos negros alrededor de las cosas.
- No...- dije-. Estoy bien...- el suelo bajo mis pies dio la vuelta, al igual que mi lóbulo frontal. Apenas fui consciente de como Iwell me alzaba en sus fuertes brazos.
- Eres un idiota, leoncito- me llevaron con el anciano médico, que me limpió la herida, la cosió y me puso un vendaje de algodón en el vientre.
- Tratad de no hacer movimientos bruscos en unos días, excelencia- pidió-. Los puntos podrían volver a abrirse- yo asentí, aún algo ido.
- ¡Altessa!- dos soldados aparecieron en la entrada de la tienda mientras el galeno me ayudaba a ponerme una holgada camisa blanca. Lo aparté de mí con la mano.
- ¿Qué sucede?
- Un mensajero del rey usurpador- informaron-. Disse que quiere hablar con rey...
- Voy yo- me levanté del humilde catre en el que estaba sentado.
- Arie, estáis...- comenzó Samirah.
- Si es un mensaje importante, no puedo dejarlo correr.
- Tienes que descansar-casi suplicó Iwell.
- No descansaré hasta recuperar Alvheim.
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Wandering Heir
Ficção HistóricaA todos los rubios del planeta. Sois una bendición. Arie. Ese era su nombre. Fleury era el de su familia. Un príncipe sin hogar. Un rey sin corona. Un hermano sin su hermano. Una historia de las nunca olvidadas, más nunca contadas. La del príncipe A...