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- Vaya, que envalentonado vienes- Erwin soltó una risotada. Yo me acerqué él sin dejar de mirar a Leif. Mi espada en la izquierda-.Has cambiado mucho- apuntó-. ya no tienes esa cara de niño- contuve las ganas de soltar una carcajada.

- Lo años pasan factura, tío- hablé con mi habitual desparpajo-. aunque parece que a tí más que a mí-con una sonrisa de medio lado, lo miré. Y, él se pasó la lengua por los labios, sumamente molesto.

- Prendedlo- ordenó, y se sentó en el trono de mi padre con una pierna cruzada sobre la otra. La reina abandonó la estancia, seguida por sus damas de compañía. Calmé mi mente y, cuando se me acercó el primer soldado, lanzándose sobre mí con un grito de guerra, respondí cortándole la mano con la que sujetaba el arma y dándole un codazo en las costillas. Cundió el pánico, y todos los invitados huyeron del salón del trono. Me quité la capa de piel de león con un elegante movimiento y, me coloqué en posición de defensa. Toda la guardia del falso rey se lanzó contra mí. Y, yo me defendí. Aunque sabía perfectamente que estaba en desventaja. Si solo Iwell estuviese aquí...

Golpeé a uno en la cabeza y a otro le clavé la espada en el estómago. Me di la vuelta para encarar a los soldados que pudieran atacarme por detrás, y me quedé de piedra. La punta de la espada del sujeto rozaba mi garganta. Si me movía un milímetro estaba muerto. Pero, no fue eso... No fue miedo lo que sentí en ese instante. 

- Tú...- mascullé, casi sin voz.

- Baja el arma- Iwell me hizo un pequeño corte en el cuello, con la hoja de brillante acero. Sus ojos oscuros brillaban incluso más. Estaba tan atónito que Hlökk resbaló de mi mano izquierda y repiqueteó en el suelo de mármol blanco.

- ¡B-Bastardo!- oí gritar a Leif. Pero, su voz parecía distorsionada en mis oídos. Unos hombres me rodearon. Patearon mi hueco poplíteo (hueco detrás de las rodillas) haciéndome caer, y sujetaron mis brazos. Miré a Iwell como si de un fantasma se tratase. Él tenía una pequeña sonrisa mezquina en sus hermosos labios, pero sin embargo, esta no llegaba a sus ojos.

- Iwell, qué alegría- Erwin caminó hasta nosotros y le puso una mano en el hombro al muchacho persa-. Ye pensaba que no vendrías. Que te habrías acobardado.

- Jamás  haría eso, majestad- dijo Iwell con voz  monótona. Yo aún lo miraba sin dar crédito. Mi boca abierta de par en par-. Vaya, Arie. Te has quedado lívido- se burló en mi cara y alzó mi mentón con el dedo pulgar-. No te esperabas esto ¿A que no?

- Eres un...- balbuceé. Todo había sido una engañifa. Había caído en su trampa.  Como un idiota. Y yo que... él me había legado a... ¿gustar? Y, no solo como amigo. ¿Cómo había podido ser tan ingenuo? ¿Tan estúpido?

- Un ¿qué?- retó Iwell, mirándome con superioridad-. Has sido un completo dictador, narcisista y abusón todo este tiempo...

- ¡YO NO HE MENTIDO!- me revolví, desolado e iracundo, sujeto por aquellos dos guardias. La punta de la espada del traidor volvía a apuntar a mi cuello desnudo.

- Bueno, alteza- escupió-. Hoy en día no deberías fiarte de nadie. El rey Erwin me prometió...

- ¡Exacto!- lo interrumpí-. ¡Eres la zorra de ese bastardo al que llamas rey!- fui a añadir algo más, pero el puño de Iwell se estrelló contra mi rostro. Por unos segundos, mi vista se nubló y perdí el equilibrio. Escupí sangre- ...

- Iwell, demuestra a quién debes tu lealtad- la voz de Erwin resonó por toda la sala.

- ¡NO! ¡DEJADLO! ¡ME TENÉIS A MI!- chilló Leif, al borde de la locura-. ¡Yo soy el heredero!- Erwin apartó al persa y se me acercó, para agarrarme del pelo y levantarme el rostro.

Wandering HeirWhere stories live. Discover now