- ¿Y, bien?- me animó.
- No me metas prisa, Tannabee. Y, escucha- me senté en el suelo , junto a la lumbre-. de acuerdo. Este es el plan...: obtenemos el dinero suficiente y compramos las mejores ropas que puedan encontrarse en toda Suecia- Iwell me miró, claramente confundido-. debemos conseguir las más lujosas si queremos pasar desapercibidos- cogí unos palitos y los acerqué a un dibujo que había hecho en la tierra con piedras y surcos. Representaba el palacio de Alvheim-. Este eres tú- dije, mostrándole el palo más corto-. y, este soy yo- indiqué con la otra ramita.>>
>> Nos infiltraremos en el baile como invitados aristócratas y, cuando tengamos delante al bastardo de Erwin... ¡BAM!- lancé ambos palitos contra una piedra-. lo mato.
- ...De acuerdo...- accedió el persa, no muy convencido. Puse los ojos en blanco.
- ¿Cuál es el problema?- quise saber, fastidiado, y me crucé de brazos.
- El plan sería factible... de no ser porque nos matarán nada más entrar
- ¿Y, eso por qué?- pregunté, enarcando una ceja.
- ¿Bromeas? Arie, tu cabello es único en todo el país, por no hablar de tus extraños ojos de dos colores. Eso, y tu arrogancia- Iwell me miró de arriba a abajo con obvio desdén. Sonreí-. Te reconocerán.
- Todos los príncipes son arrogantes. El que no lo sea, no es un príncipe- aseguré, más que convencido-. No me reconocerán. Es mi única oportunidad. Si no vas a acompañarme, vete. Puedo arreglármelas solo- Iwell frunció los labios.
- No vayas, Arie- me pidió. Casi sonaba como una súplica-. al menos de manera tan indiscreta. Es un suicidio.
- No voy a morir- agarré las riendas de Ädel-. Dios no lo quiere así. Vendrás conmigo ¿o no?- el hermosos muchacho persa suspiró.
- Iré...- accedió, y se ató la capa azul real sobre los hombros. Yo asentí, sin llegar a esbozar las sonrisa que quería mostrar en aquel momento. Al menos no estaría solo en aquel viaje, como lo había estado durante los últimos años. Iwell no era la peor compañía que podía haber. Era interesante hablar con alguien que no tuviese problema en hablarme de igual a igual. No era sino reconfortante.
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- Gracias- dijo la chica, parada frente a la granja junto a su padre y su hermanita-. Nos has salvado- agradeció de corazón, pero yo le resté importancia con un gesto de la mano.
- No hay nada que agradecer- respondí con una sonrisa.
- ¿Cuál es tu nombre, joven?- preguntó el anciano granjero, de amables ojos. Titubeé, e Iwell a mi lado, me miró.
- Soy Arie Fleury- me presenté, orgulloso, y, pude ver como los campesinos palidecían. Instantáneamente, los tres se arrodillaron ante mí, con devoción-. levantad- pedí, algo abochornado-. necesito de vuestra ayuda.
- Por supuesto- habló la hija mayor-. Cualquier cosa por el verdadero rey- Iwell carraspeé y yo le di un pisotón que cayó cualquier intención que tuviera de añadir algo al respecto.
- Aún no soy el rey- corté-. Y, no lo seré hasta que el mandato de mi tío sea erradicado.
- ¿Qué necesitáis, alteza?- preguntó el anciano, alisando sus ropajes de lana raída. Parecía tener frío. No pude aguantarlo. Me quité la capa de piel de lobo y se la puse sobre los hombros. Él me lo agradeció con una pequeña inclinación de cabeza.
- Tan sólo un camino más corto para llegar a Alvheim- habló entonces, Iwell, poniéndose a mi lado. Era algo más bajo que yo.
- Y, si sabéis de algún sastre de renombre...- añadí.
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Wandering Heir
Ficción históricaA todos los rubios del planeta. Sois una bendición. Arie. Ese era su nombre. Fleury era el de su familia. Un príncipe sin hogar. Un rey sin corona. Un hermano sin su hermano. Una historia de las nunca olvidadas, más nunca contadas. La del príncipe A...