FINAL.

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EL CAPÍTULO FINAL



- "Es por aquí..."

Todos me siguieron. Pero, de pronto, mi hermano se detuvo junto a una puerta a un lado del corredor-. ¿Leif?- lo llamé por su nombre-. ¿Qué sucede?

- Esta es... Fue... Mi habitación- murmuró, acariciando la madera de la puerta con la mano. Lo miré, confundido.

- ¿Cómo puedes recordarla?- el rey se giró entonces hacia mí-. Eras casi un bebé.

- Tenía dos años, más recuerdo este lugar- añadió él, abriendo la puerta. Las cortinas de color rojo oscuro tapaban las ventanas, haciendo que el aposento estuviese sumido en la plena oscuridad, pese a ser de día.

Leif caminó hasta ellas y las arrancó de la pared de un tirón. Tal movimiento levantó una nube de polvo que nos hizo toser a ambos. Cuando parpadeé, para apartar la suciedad de mis ojos, pude ver la cuna recubierta de pan de oro, las paredes pintadas con frescos de animales acuáticos, los juguetes de madera y cristal recubiertos por el polvo de los años y abandonados en un rincón.

Todo aquello nos resultaba lejano y extraño, tanto a Leif como a mí. Mi hermano me daba la espalda, pues observaba un gran y hermoso cuadro familiar. Un retrato de nuestros padres con un niñito de pálidos cabellos y ojos azules como aguamarinas.

- Yo... Jamás había entrado aquí- dije. Cuando era niño, esta estaba cerrada con llave, así que no llegué a curiosear por allí.

- Lo suponía- el rey habló, con la voz rota, y se giró hacia mí con los ojos rojos-. Hace veintitrés años que yo tampoco. Es casi como...- se detuvo, buscando las palabras-. Como si estuviese contemplando el retrato de alguien extraño- susurró, en voz muy baja, pasando sus finos dedos por el marco del cuadro, por el rostro de madre, por el de padre...

- Leif...- di un paso hacia él, que alzó una mano en el aire para callar mis palabras, aún de espaldas a mí.

- Hermano, nos lo han arrebatado todo. No descansaré hasta recuperarlo- dijo, girándose en mi dirección-. Hasta recuperarlo para ambos... Para ti. Llévame ante el trono de nuestro padre- una promesa brilló en sus ojos. Al igual que una angustia que no supe interpretar.

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El ejército de Erwin había sido vencido. Y, ahora, este se escondía cual rata detrás del trono que había ocupado por siete años. Sentía miedo. En la mano derecha, sujetaba su espada. En la izquierda, una ampolla con veneno. Por si acaso.

Oyó por los pasillos el sonido de pasos acercándose. Eran varios. Se ocultó tras el trono e hizo un gesto a los tres hombres que lo acompañaban para que estuviesen en guardia. Con manos sudorosas, aguardó a lo que pasaría después:

- Aquí es- con ayuda de Samirah, Leif, Iwell y los soldados, abrimos las inmensas puertas que daban a la sala del trono. Pasé dentro, con paso seguro y una sonrisa en los labios. Entonces, se oyó un golpe seco. La puerta se había cerrado antes de que los demás pasaran.

- ¿Arie?- oí la voz de Iwell desde el otro lado. Me di la vuelta, desconcertado-. ¿Por qué has cerrado la puerta?- preguntó.

- No lo he hecho- la empujé con fuerza, pero no cedió-. Está atascada.

- Aguardad- oí decir a Samirah-. La abriremos nosotros. No os mováis- un sonido llegó entonces a mis oídos y me giré. Hlökk se me resbaló de las manos cuando un puño impactó contra mi rostro, haciéndome caer. Me llevé la mano a la cara, y comprobé que no tuviera la nariz rota. No tanto el labio inferior, por desgracia.

Wandering HeirWhere stories live. Discover now