Dos días habían pasado desde que Iwell se fue. Yo sabía que era lo mejor. Pero, no podía sacar su rostro de mis pensamientos. Día y noche era él en quién pensaba. Aquello estaba nublando mi juicio. No era capaz de pensar con claridad. Y, si no podía concentrarme, no podría llevar a cabo mi plan:- ¿Qué me has hecho, Iwell Tannabee?- pregunté al Sol, mientras recorría las últimas millas en dirección a Alvheim, dónde estaba mi hogar. Sonreí de medio lado: "saldrá bien" me dije "saldrá bien"
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- ¿Nombre?- preguntó el guardia de la puerta, sosteniendo una larguísima lista de papel dorado.
- Príncipe Jakobus de Dinamarca...- me presenté, finjiendo un ligero acento danés-. Ha sido un viaje harto incómodo en barco. Uff...- añadí con gran pompa y desenvolvimiento. El guardia asintió y comprobó el nombre en su lista. En efecto, allí estaba. No tuvo más remedio que dejarme pasar. Me erguí como un avestruz y sonreí seductoramente a una de las doncellas que me miraba. Ella se abanicó el rostro con la mano, acalorada.
El salón del trono estaba igual a como lo recordaba. Exceptuando, claro está a los cientos de cadáveres que hubieron regado los suelos siete años atrás.
Me acerqué a una de las mesas y probé un bocado de faisán con salsa de moras silvestres, además de un pastelillo de nueces y miel. A continuación me limpié el índice y el pulgar deliberadamente en el mantel de satén rojo.Busqué con la mirada a mi tío, más todo lo que pude ver fue a un grupo de jovencitas de no más de quince años, devorándome con los ojos.
Saqué a una de ellas a bailar, sin pensármelo dos veces. Era hermosa, aunque bastante baja de estatura. Tenía el pelo rojizo recogido en un intrincado peinado y coronado por una diadema de zafiros a juego con sus grandes ojos.Debió de decirme algo, pues sus carnosos labios rosados se movían. Pero, yo no prestaba atención a nadie que no fuesen los guardias cuchicheando, o las puertas que daban a las dependencias reales, y que estaban inamoviblemente cerradas.
Mis curiosos pensamientos fueron interrumpidos por un hombre que hizo sonar repetidas veces una vara de madera contra el pavimento:
- Dad la bienvenida a su Majestad el Rey Erwin Fleury y a su bella esposa, Lady Slithey- pronunció, con una voz muy grave. Las puertas se abrieron y todos se arrodillaron ante el hombre y la mujer, a su sombra, por desgracia. Yo los imité, con los puños y la mandíbula apretados.
La mujer... Más bien niña, no sobrepasaría los dieciséis años. Más se la veía solemne y seria. Aunque también terriblemente pálida: "pobre muchacha" me dije "estar emparejada con esa rata miserable" Los ojos de mi abominable tío recorrieron inquisitivamente la estancia. Y yo bajé la mirada de manera casi automática. Él abrió los brazos ampliamente.
- Bienvenido- saludó con una grotesca sonrisa en sus labios rotos-. Mi esposa y yo os recibimos con dicha en esta noche. Disfrutad del baile, la música y los manjares a vuestro antojo- la gente sonrió, pero no vitoreó al falso rey, como hubiéramos hecho cuando mi padre aún vivía. Aquello me pareció harto extraño-. Pero- continuó, Erwin-. Antes de proseguir con la celebración, he de aclarar algo. Esta no es sólo una fiesta por mi feliz casamiento- dijo, mirando a la joven mujer a su vera. Ella, tan sólo le echó un vistazo desdeñoso e indiferente-. También estáis a punto de presenciar un juicio- fruncí el ceño. ¿Qué?<<
>> - El juicio de alguien que quiso arrebatarnos a TODOS nuestra paz y felicidad. Y, por ello ha de pagar las consecuencias- con un gesto suyo, varios de los soldados desaparecieron tras la inmensa puerta de madera maciza. Me llevé la mano a la empuñadura de Hlökk, en guardia. Aquello no pintaba nada, pero que nada bien...
Se abrieron finalmente las puertas y los soldados aparecieron de nuevo. Arrastraban algo... No, algo no. A alguien.
Una persona con su saco sobre la cabeza y las ropas sucias y raídas. Me llevé la mano a la boca, asqueado por el nauseabundo hedor que desprendía aquel sujeto. Lo soltaron y este cayó como un fardo al suelo. Me hice paso entre la multitud para ver mejor. Erwin incorporó al individuo, poniéndolo de rodillas y retiró la capucha.
La espada estuvo a punto de resbalárseme de entre los dedos. Leif. Demacrado, famélico, sucio, desgreñado Leif. Era él. Se me encogió el corazón.
- Llamóse un día este hombre Leifrerin Fleury- los murmullos se propagaron por el salón del trono mientras mi ira tan solo se incrementaba-. Pero, ahora- prosiguió el bastardo sujetando el larguísimo y sucio cabello rubio de mi hermano mayor. La sangre me hervía en las venas-. Quebrada al fin su voluntad, ha confesado sus crímenes contra mí y contra el pueblo de Suecia y rehusado su derecho a la corona- miré a Leif, aterrorizado. No. Él no haría eso...
El fantasma de mi hermano levantó entonces su enturbiada mirada. Azul y fría. Pero, sin embargo ahora, derrotada y vacía. Sus ojos se encontraron con los míos. Y sus labios resecos se abrieron, formando una O. Pese al tiempo que había pasado, me había reconocido.
Su mirada me instó a huir. "Vete de aquí mientras puedas" me suplicaban sus atemorizados ojos. "Estos hombres te harán algo peor que matarte". Mentiría si dijera que una parte de mí no quiso obedecerle. Pero, eso solo demostraría mi cobardía. Y, yo no podía dejar que nadie me considerase un cobarde. No a mí.
Estaba tan centrado en mi hermano que no me di cuenta de que Erwin seguía hablando. Volví a prestar atención a sus palabras.
- Tendrá un castigo- sacó una gran espada de su cinturón-. Pero, no lo mataremos...- sonrió con malicia y me miró. A mí. Me quedé congelado en el sitio, sin poder moverme-. Hola, Arie. Querido sobrino. Parece que has ido a caer directamente en mis garras- todos los invitados me miraban con los rostros llenos de incertidumbre y murmurando mi nombre. Apunté con Hlökk al falso rey. Mis manos temblaban. Parecía que mi valor se había desvanecido totalmente.
- A-Arie...- masculló mi hermano, con claro esfuerzo-. C-Corre...
- No- recobré las fuerzas-. No volveré a huir.
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Wandering Heir
Ficção HistóricaA todos los rubios del planeta. Sois una bendición. Arie. Ese era su nombre. Fleury era el de su familia. Un príncipe sin hogar. Un rey sin corona. Un hermano sin su hermano. Una historia de las nunca olvidadas, más nunca contadas. La del príncipe A...