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- ¿Crees que vendrán a matarnos pronto?- pregunté en voz alta a Leif. Lo suficientemente alto como para que los guardias al otro lado de la puerta me oyesen-. Yo...soy demasiado joven para morir- sollocé falsamente.

- No lloriquees, Arie. Eso no nos ayudará- añadió mi hermano. Fuera oímos las carcajadas de los soldados y, nos miramos el uno al otro. Primer paso del plan, conseguido.

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- Oh Dios... Dios ¡Arie!- exclamó Leif-. ¡ARIE! ¡Ayuda!- la puerta se abrió con un chirrido muy molesto, y tres guardias de Erwin entraron.

- ¿Qué es lo que pasa?- preguntó uno de ellos, señalándome con el dedo. Yo estaba tendido en el suelo. Los ojos en blanco.

- É-Él estaba...comiendo...- contó mi hermano mayor con la voz rota-. Se ha atragantado y... Dios. No respira.

- ¡APÁRTATE!- uno de los guardias empujó a Leif contra la pared. El hombre se inclinó sobre mí, poniendo su cabeza en mi pecho para ver si respiraba. De manera imperceptible para él, alargué la mano hasta su cinturón y tomé su daga con los dedos. Abrí los ojos y miré los suyos, sorprendidos mientras le clavaba el arma en el pecho. Este soltó un gemido y cayó, muerto, junto a mí. Me levanté y le lancé la daga a Leif, que la agarró al vuelo. Yo me adueñé de la espada, larga y pesada del soldado caído.

Los dos guardias restantes se lanzaron contra nosotros, furiosamente. Yo solté un grito y embestí contra uno de ellos. Devolví sus golpes y, al fin logré desarmarlo. El  hombre alzó las manos en el aire, pidiendo clemencia. Le golpeé en la cabeza con el mango de la espada y levanté la mirada hacia Leif, viéndolo pegado a la pared con una mueca de terror en su demacrado rostro. La daga temblaba en sus manos, mientras, mientras el último guardia que quedaba de pie se iba acercando a él poco a poco.

Corrí en su ayuda y, de un movimiento, le rompí el cuello al soldado. Mi hermano se llevó una mano al pecho, hiperventilando.

- Leif- le puse las manos en los hombros-. ¿Qué ocurre? ¿Por qué no peleas?- él me apartó las manos.

- Llevo años sin... Sin empuñar una espada, Arie. No me quedan fuerzas- maldije. Ahora tendría que hacerme cargo de él además de mí mismo.

- Vamos- lo agarré de la raída manga de su camisa-. Hemos de salir de aquí.

Wandering HeirWhere stories live. Discover now